Por diversas razones los espacios de la radio y la televisión en Cuba han sufrido en las últimas décadas la escasa presencia de guionistas con una propuesta original que capte la atención de los públicos, que, al fin y al cabo, es el propósito de cualquier programa.
Las causas de la ausencia son muchas. Se pueden citar la emigración de jóvenes escritores, el reparo en aprobar libretos más arriesgados, la poca remuneración económica, o la inexistencia de espacios que permitan desarrollar en todas sus aristas la creatividad de las nuevas generaciones de guionistas.
Este contexto adverso se ha hecho sentir radicalmente en programas como las históricas aventuras que han caído en un abismo cuyo final no se observa a corto plazo, en la producción de animados para la televisión o en los programas de radio.
Salvo algunos espacios intermitentes como los teleplay —que han logrado conservar en su mayoría una factura interesante— la ausencia de guiones de calidad ha hecho estragos en los medios cubanos y ha provocado la pérdida de una audiencia que décadas atrás esperaba con avidez, por solo citar un ejemplo, la proyección de aventuras como Hermanos, Los papaloteros, Shiralad o series como Su propia guerra, Blanco y negro no, o Doble Juego. En cambio este espacio, ante nuestros ojos, se ha convertido en una sombra de sí mismo.
Una de las muestras más recientes de esta carencia ha sido la lamentable desaparición del legendario programas Alegrías de Sobremesa, que después de 52 años salió del aire a raíz de la muerte de su fundador, Alberto Luberta.
Su silencio ha dejado un vacío muy grande en varias generaciones de cubanos que durante años lo escuchaban cada día como si se tratara de un ritual. La causa, como se ha dicho, fue la ausencia de un guionista que pudiera tomar el relevo o al menos mantener dignamente el trabajo realizado por Luberta.
El propio creador se dedicó a buscar un libretista que pudiera ocupar su puesto en el programa ante su inminente retiro. Tocó las puertas del Centro Promotor del Humor, conversó con varios colegas y luego encontró en el joven Ahmed Otero un candidato para suplantarlo. Pero Otero emigró y Luberta, que había asumido Alegrías… como el principal destino de su vida, salió de su descanso para escribir el programa.
A su muerte hace tres años no sobrevivió el espacio que le ponía algo de picaresca y humor a la agitada cotidianidad de los cubanos. Pero este vacío ha sido el tránsito hacia otro, más profundo, que abarca toda la órbita mediática local y pone dos o tres preguntas sobre la mesa.
¿Cuál es la estrategia para promover la obra de los jóvenes guionistas cubanos?
¿Están preparadas la televisión y la radio para incorporar libretos que no respondan a fórmulas predeterminadas y que, en cambio, incursionen sin dificultad en las zonas de silencio de la sociedad?
¿Podría ser la televisión y la radio un lugar donde los jóvenes puedan expandir una carrera que responda a la innovación y la ruptura de reglas que, más temprano que tarde, quedarán arcaicas?
Estas son solo algunas preguntas a vuelo de pájaro que se desprenden de la actual situación de una plataforma mediática, que por otro lado, tiene cada vez mayor competencia en ofertas como el llamado Paquete Semanal y otras fuentes de información distribuidas de forma alternativa.
Hay que estimular obras que con calidad llamen el interés de los cubanos, que ensanchen el abanico de temas sobre la multiplicidad de aristas de la realidad o las dinámicas de la isla o el radar mediático nacional seguirá regazado ante la velocidad de los tiempos que corren.
La fórmula es de cierta manera sencilla. Se trata de darle mayor voz a jóvenes guionistas o realizadores y no temer a la polémica que pueda desatar esta o aquella obra, porque, como se ha dicho reiteradamente, los cubanos han alcanzado un alto nivel de comprensión para discernir entre los conflictos que pueda presentar cualquier entrega audiovisual o radial.
Pero en ocasiones las decisiones parece que contradicen lo expuesto históricamente. Porque existen seriales o novelas que han alcanzado una factura digna de atención con guiones originales y audaces, pero han sido condenados a horarios que atentan contra su mayor alcance y su promoción ha sido prácticamente nula. Eso sucede mientras en horarios estelares se exhiben propuestas desarrolladas como producción en serie con la misma fórmula repetida hasta el cansancio y que ya a estas alturas habría que ver que hasta qué punto despiertan el interés del público.
Digo esto, salvando algunas excepciones como la serie Uno o LCB (Lucha contra bandidos), que fueron bastante seguidas por una franja de espectadores.
Para darle un giro de timón a este escenario, bastaría con escuchar a los creadores, a los jóvenes guionistas—muchos de ellos graduados de las universidades cubanas o de las escuelas de arte— para conocer cómo observan el horizonte mediático cubano y qué proponen.
Los espectadores no deberían volver a asistir al entierro de otro espacio que durante décadas los ha acompañado y que, como sucedió con Alegrías… ayudaba en su compleja cotidianidad.