Jack Bradley acaba de fallecer. Bradley fue uno de los más grandes fotógrafos de Estados Unidos, de una humildad a prueba de bala y amigo de sus amigos. Fue uno de los personajes que pasó por mi vida y me enseñó a trabajar la luz en la fotografía, porque Jack Bradley fue el fotógrafo casi “oficial” de Louis Armstrong y lo siguió a lo largo de casi 50 años por los escenarios de Estados Unidos y de Europa. Se calcula que Jack Bradley dejó un archivo de casi 6.000 fotos del músico, todas ellas ahora en el museo dedicado al rey de la trompeta, el maestro del jazz.
Pero Bradley no lo seguía apenas, sino que se dedicaba al jazz en general. Cinco años después que se creó el Cascais Jazz, entonces una villa piscatoria al oeste de Lisboa, Bradley se apareció por allí porque, como me explicaría cuando nos conocimos, quería ver qué se estaba haciendo de nuevo en un país donde el jazz era casi desconocido, acabado de salir de una dictadura de 48 años donde el jazz era mal visto por el gobierno de entonces.
A decir verdad yo no sabia quién era ese americano que con una Leica y una Rolleyflex casi se subía al escenario para fotografiar al maestro Charlie Haden que, por cierto regresaba ese 1976 al escenario, después que en 1973 escandalizó al régimen por dedicar una pieza a los movimientos de liberación de las entonces colonia portuguesas.
Pero Bradley decidió conversar conmigo y fue para dar un consejo no pedido. Resulta que se percató que yo estaba fotografiando con el obturador demasiado abierto con lo cual, él lo sabia, iba a “quemar” las fotos por la intensidad de las luces del escenario y no se iban a ver los rostros. “Cierra el obturador por lo menos 3 puntos, verás que todo queda bien”, dijo. Lo miré con desconfianza pero su risa contagiosa y ojos penetrantes me llevaron a hacerle caso. Horas después, en el laboratorio de revelación me di cuenta de la diferencia entre el pre y el post consejo de Bradley. La diferencia era clara. En esa época la foto no era digital de modo que había que ser muy cuidadoso en el laboratorio.
Durante los cinco días que tardó el festival aprendí mucho con Bradley y nos hicimos amigos. Estaba en el comienzo de una carrera y todos sus consejos eran buenos. Le hablé de la cocina del país, que le interesó más que los paisajes, y comencé a fotografiar mejor. Me dejó su dirección —no sé dónde se encontrará el papel de su puño y letra, por las tantas vueltas que he dado por la vida. Pero cada vez que fotografiaba un espectáculo, con muchas luces, Bradley estuvo de alguna forma presente.
Pensaba que no lo iba a ver más cuando a inicios de 1985, si lo recuerdo bien, en medio del festival de jazz habanero, Jazz Plaza, creo reconocer un rostro. No había duda, era Jack Bradley. “¿Jack?”, le pregunté medio tímido. Era él mismo, mi amigo fotógrafo “americano”. Nos dimos un abrazo grande, nos contamos qué estábamos haciendo en Cuba. Jack decidió acompañar al trompetista Dizzie Gillespie que vino a tocar a la capital cubana y, de paso, conocer a la Cuba “castrista”.
Estaba impresionado por el conocimiento que los cubanos tenían del jazz. Le conté que siempre fue un estilo popular en la isla, que Cuba tenía —tiene— jazzistas muy buenos. Y terminado el espectáculo nos fuimos de parranda. No es difícil imaginar que le encantó el mojito y el Cuba Libre. Recorrimos casi todos los bares abiertos a esa horas de la noche y no recuerdo cuando nos separamos. No creo que esa altura del campeonato ninguno de los dos se acordara dónde estaba. Pero no lo vi más. No sabía en qué hotel se hospedaba y dos días después me confirmaron que se había ido. Fue un reencuentro corto pero extraordinario. Se acordaba de mis problemas con el obturador y las luces y, fue cuando me enteré que su blanco fotográfico favorito era Louis Armstrong, mi músico favorito. Después del Benny Moré, esto hay que dejarlo claro.
Esta semana abro el New York Times y ahí están sus fotos con Armstrong y me entero de sus intercambios con su amigo del alma, el Rey del Jazz. Jack Bradley ha muerto a los 87 años. Una pérdida total para la ilustración de todo un género musical.
Bradley vio tocar por primera vez a Armstrong a mitad de la década de 1950 en un concierto en Cape Cod, Massachussets, donde vivía el fotógrafo. Fue “amor a primera vista”. “Nunca había escuchado nadie como eso”, dijo en un documental sobre el músico llamado “Mr. Jazz”.
La primera foto la hizo meses después en otro concierto con una cámara “Brownie”, fue el inicio de una relación que subió escalonadamente desde un devoto admirador hasta ingresar al circulo íntimo, a tal punto que llegó un momento en que el agente de Bradley le pagaba por cada foto que aprobaba. Pero el fotógrafo era modesto. “Creo que nunca ganó más de 10.000 dólares anuales”, dijo al Times su amigo Mike Persico.
Pero Bradley no se dedicó solamente a fotografiar a Armstrong. También coleccionaba cosas suyas o relacionadas, como discos, revistas, manuscritos, partituras, cartas de los fans, y cuentas de hotel. “Lo guardaba todo en armarios, en el ático, cajas de zapatos, en el sótano, de su pequeña casa en Cape Cod”, agregó Corsico. El año 2005, el museo dedicado a Armstrong le compró la colección por 480.000 dólares, que constituyó la base de la muestra.
La proximidad de Bradley con Armstrong llegó a ser tan cercana que un día logró fotografiarlo desnudo, de espaldas, en el baño de la casa del músico en Queens, Nueva York. La imagen terminó desplegada en gran formato en el balcón de la casa. Cuando Armstrong escuchó el clic del obturador casi gritó: “Quiero una copia de eso”. Fueron más que amigos, hermanos.
Cuando Armstrong murió en 1971 le preguntaron a Bradley cuál era el secreto de sus fotos. “Con un rostro así, risueño y limpio, cómo la foto pudiera salir mal”, contestó Bradley.