El Centro Promotor del Humor: de institución subsidiada a cooperativa cultural

El Centro Promotor del Humor, institución cubana perteneciente al Consejo de Artes Escénicas (CNAE) del Ministerio de Cultura, vive una transformación empresarial. Actualmente los humoristas cubanos que forman parte de la platilla del Centro funcionan como miembros de una cooperativa cultural.

Tras ser subsidiados con un tratamiento especial que reservaba un por cierto considerable de las ganancias al CNAE, el Centro presume de ser pionero -en el sector de la cultura- en la implementación de la filosofía: a cada cual según su trabajo. “La retribución a partir de los ingresos personales nos convierte en una empresa de nuevo tipo, asegura en exclusiva el humorista Luis Enrique “Kike” Quiñones, actual director de la institución, una faena que no parece cosa de chiste.

“Funcionamos como una suerte de cooperativa a partir de un catálogo de 115 artistas, que son los que el Centro quiere representar. Antes se entregaba un proyecto, era evaluado por una junta artística formada por personas de mucho prestigio y trayectoria, y se asumía representarlo. En el nuevo escenario los contratos tienen un marco temporal, que potencia la creación, impulsa el desarrollo artístico y levanta el techo del humor. El Centro no se creó como una empresa recaudadora, aunque recauda mucho dinero, sino con el objetivo de trazar una política de desarrollo a partir del humor, coherente con nuestra cultura.

-¿Cómo ha funcionado el “experimento”?

– Hemos tenido la suerte de estar dirigido siempre por humoristas, Osvaldo Doimeadiós, Iván Camejo. Entendemos cómo puede operar el pensamiento del creador y eso facilita la comunicación. Las nuevas transformaciones han facilitado un grupo de cosas que estábamos por cambiar hace tiempo y no se había podido por los mecanismos burocráticos. Antes estábamos obligados a descontar un 40 por ciento de los ingresos de taquilla por las presentaciones teatrales, ahora las retenciones son menores (20 por ciento). Realmente somos una empresa de oferta y demanda, donde incluso la calidad o popularidad de un artista y de la propuesta, determinan las tarifas. Y así se maneja a la hora de establecer vínculos contractuales con otras instituciones.

-¿Consideras que estos cambios condicionan la manera de hacer humor?

-Sí, la gente tiene que tener sus problemas económicos resueltos, pero aunque parezca paradójico no considero que lo económico condicione el proceso creativo. Durante el período especial se hicieron las mejores cosas, las de mayor vuelo, y sin embargo fue una etapa dura para los cubanos. Al mejorar las posibilidades de ingreso se puede exigir más y podemos ofrecerle al público lo que realmente queremos que vea. Eso evita que vayan a buscar lo menos elaborado. Normalmente los espectáculos cuestan diez pesos moneda nacional, tratamos de hacerlo asequible para el cubano de a pie que no puede pagar un centro nocturno, porque el humor tiene una función social muy importante. Por eso el teatro es el espacio que idolatramos, el que todos respetan, donde la gente todavía se viste elegante y va con su familia. Es el que defendemos pues se acerca al objetivo para el cual fue creado el Centro: llevar a la escena lo mejor del humor cubano.

-¿Entonces asumes que el espacio también condiciona el humor?

Sí. En los centros nocturnos es imposible pensar en una propuesta de elevada factura, por los horarios o el tipo de público, que dentro de todas las cosas disfruta del espectáculo, pero no fue precisamente a reírse. Eso está hecho para recaudar dinero. No ha habido una comunión de criterios entre el ministerio responsable y lo que nosotros como institución defendemos. Hay gente que hacen cosas agradables pero nada significativas. En el teatro doy mi propuesta, en una discoteca actúo según las respuestas del público, es como un “sálvese quien pueda”, hay que tener la sapiencia para dominar al auditorio.

-Tal vez por eso no sea viable medir el humor por los decibeles de la carcajada

-Para nada. Los cubanos disfrutamos el humor, pero tampoco somos los más humorísticos. Como suele decir Les Luthiers una propuesta puede dar risa, crear una sonrisa o un estado de gracia. Para los cubanos ese último escalón que es tan delicioso, sugerido, no existe. La gente va al teatro y puedes hacerlo pensar, reflexionar, pero no perdona salir sin reírse. En el mundo puedes montar un espectáculo de una hora y media sobre ese estado de gracia donde hay carcajada, o puede ser ingenioso, aquí no. Hay que reírse.

-¿El público cubano es difícil?

-Mucho, porque tiene referentes, te somete a comparaciones constantes. Nuestro público evalúa al humorista a partir de lo que vio y le gustó y por lo cual considera que eso es lo que le interesa. Pero casi siempre las personas prefieren las cosas de mayor elaboración. Hoy los humoristas cubanos se preocupan por trabajar su espectáculo y brindar una propuesta decorosa.

Por: Susadny G.R.

Salir de la versión móvil