Hace 22 años, a una recién graduada del Instituto Superior de Arte con una inmensa sed y una suerte aún mayor, le dio por entrar a buscar agua en Casa de las Américas. No en la cafetería El Recodo, justo al doblar, o en la beca universitaria de la esquina. No. A Sarah María Cruz le dio por entrar a Casa de las Américas en busca de agua, y encontró una joya…
Buscando un bebedero acabó “equivocadamente” en una sala en la que alguien leía un texto “raro”. Reconoció a varios intelectuales, absortos, y de pronto escuchó palabras fuertes que la hicieron sentarse, sigilosamente, en la última silla para terminar de oír lo que era El lobo, el bosque y el hombre nuevo, el precursor relato de Senel Paz.
Cuando todo acabó, se dijo a sí misma: “Sarah María, aquí tienes una joya”, y sin perder tiempo se acercó a Senel y le dijo: “Mi nombre no le dirá nada, pero soy recién graduada en la especialidad de dramaturgia y necesito urgente este texto”. Según confesó a OnCuba hace pocos días, por entonces tenía unas ganas inmensas de comerse al mundo del teatro, y la historia de David y Diego la atrapó. “A medida que escuchaba el texto me lo iba imaginando en escena, y me decía “esto es teatro”, evocó.
Claro, de entrada Senel no le prometió nada, pero tras averiguar un poco sobre ella, le confió la primera puesta en escena del que ha sido su cuento insignia. Cuando Sarah María tuvo en sus manos el texto, simplemente le dio acción. Ella conocía de Lezama, de Virgilio, de la UMAP… Estudió junto a muchos que podrían haber protagonizado el cuento, y en enero de 1991 ya estaba listo para su estreno La Catedral del Helado.
El 11 de enero fue presentada la obra en el capitalino teatro Bertold Bretch, en un unipersonal de Joel Angelino, quien hizo de Germán en Fresa y Chocolate, la versión fílmica del clásico. “Me dieron dos semanas y acabé con tres meses en cartelera. Fue un éxito arrollador de público. En octubre me invitaron a un festival de Francia y esa fue una gran puerta para dar a conocer otra cara de Cuba. Fue dos años antes de Fresa y Chocolate. Después del filme volvimos a hacer la gira, y el público quiso confrontar la pieza con la película”, recordó.
Para Sarah María, su obra es un espectáculo sincero y lleno de emociones. El tema la sedujo porque “homosexualismo era una palabra que hasta daba miedo pronunciar en Cuba, y ese encuentro entre un joven comunista y un homosexual me pareció un conflicto extraordinario. Yo estudié en una escuela de arte donde fueron botados homosexuales de gran talento, y ese tema tan sensible me tocó”.
Quizás ahí radique la trascendencia de la obra, una trascendencia que quizás Senel no previó cuando la escribió. “Pienso que La Catedral del Helado fue el primer paso para lo que vino después, desde las demás puestas hasta la película, incluso para enfrentar un tema tabú y polémico. No me imaginé que tendría un éxito tan arrollador, pero sabia que tenia un compromiso que defender a capa y espada”, afirmó la ahora directora de Teatro del Sol.
Autora de otros montajes notables, como La dolorosa historia de José Jacino Milanés y Manteca, Sarah María asegura que La Catedral del Helado rindió un homenaje tácito a sus maestros, como Rine Leal, Nicolás Dorr o Magali Mugercia.
“Ellos me enseñaron a aprender de mis equivocaciones, a canalizar mi gran pasión por el teatro, a decodificar y reinterpretar una obra para contarla a mi manera”, agrega la dramaturga de verbo veloz, quien resume rápido sus propósitos artísticos: “Mis obras son lindas a priori, porque detrás viene la reflexión: me gusta que el espectador interprete los textos”.