En el verano de 1968 un traductor de idioma ruso de 23 años obtuvo el codiciado Premio David de Poesía de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. El joven poeta se llamaba Delfín Prats, y su poemario, Lenguaje de mudos.
El cuaderno de 13 poemas tenía en la cubierta el dibujo de una mixtura alegórica: especie de híbrido de Ícaro descabezado y arropado ángel caído.
El nombre del autor y su libro no tardarían en caer en desgracia. Se tornarían susurros advenedizos en el subway de la vida literaria cubana.
El cuaderno no se publicaría. Delfín Prats se encerraría en el silencio.
¿Cómo pudo un poeta con su consistencia expresiva soportar que sus poemas debieran autorrecluirse sin poder dialogar con los lectores?
Apenas había regresado de la URSS y mi currículo estaba limpio. El 68, que ahora tiene todo un halo de época prodigiosa y de epopeya, para mí fue solo un año más de Rampa, de playas y de aprendizaje de los lenguajes de la vida y la escritura. Yo nunca pretendí insertarme en grupos poéticos, nada de eso, mis grupos eran los de la noche, la “onda” como la describió muy bien mi gran amigo Antonio Desquirón al acercarse a aquellos años. Lo que más me agrada de ese acercamiento es que no tiene odio ni resentimiento, su análisis se centra en la plenitud de los instantes. A esos años hay que aproximarse así, sin rencor, dolor ni pena, como textualmente enseña la Canción de un Festival, de César Portillo de la Luz.
En cuanto a mí, seguí el curso de mi vida. Como nunca me ha interesado el exilio me quedé en Cuba, y no para escribir como pudieran suponer los que ven en uno al escritor, sino cerca de mi familia en lo que en una palabra grandilocuente, y que me a mí me queda grande, llamamos “la Patria”.
Ahora bien, de no haber pasado lo que pasó y mi libro se hubiera distribuido, ¿no hubiera corrido la suerte de tantos y tantos libros que obtuvieron el mismo premio y de los cuales nunca más nadie habló? Completando la pregunta podría agregarse solo esto: que los poemas escritos en esos años eran consumidos de inmediato en las muchísimas tertulias y eventos que nosotros mismos organizábamos en La Habana, Matanzas, Holguín… Porque si el poeta en ciernes es auténtico, lo mejor es que comparta sus poemas en lecturas, con los amigos, en tertulias y los engavete. Esta expresión engavetar la escuché por primera vez a Lina de Feria en una cola para merendar en el Carmelo de Calzada. Ser engavetada es el mejor tratamiento que puede darse a una obra de este género, que solo pretende dar testimonio de los instantes y las apetencias.
Quien ha seguido su trayectoria lírica descubre que no ha dejado de crear. ¿Cómo ha logrado hacerlo al margen de la parafernalia tecnológica de una época en que la poesía importa muy poco?
Precisamente por esto último. Y es una verdad a medias. En Cuba los consumidores de poesía son legión. En Hispanoamérica me parece que también la poesía es preferida por muchos. Pero en proporción con respecto a otras opciones, culturales o no, la poesía es, fue y será minoritaria. Hay, sin embargo, en el mundo un pequeño grupo de personas para las cuales el verso, el poema, es parte del alimento del alma. No digo espíritu para no meterme de golpe en un terreno que no es del interés de estas líneas.
Ha publicado más de una decena de libros, su obra comienza a traducirse en otros países. Sin embargo, ha llegado a decir que no es escritor e, incluso, que no había razón para considerarlo poeta. ¿Sigue pensando lo mismo?
He publicado el mismo libro una decena de veces. Tuve vocación de escritor y aún la tengo. En cuanto a considerarme poeta, me parece que uno lo es, está obligado a serlo, pero desde una autopercepción humilde. El poeta es solo un inocente ensamblador de palabras, y un –ya no tan joven– contemporáneo nuestro nos enseña que juntar palabras es un hecho noble. En esa nobleza inmanente de la escritura poética radica su más auténtico valor.
Usted es uno de los pocos poetas cubanos que por su manera de decir y su gestualidad característica convierten un recital poético en una verdadera performance. ¿Es algo que se propone ex profeso? ¿Lo aprendió con Virgilio Piñera y los origenistas?
Es algo inherente a mi persona. Esa forma de interpretar los poemas la comparto con algunos poetas rusos, turcos, con los que he tenido oportunidad de compartir escenario. Es el antiguo pathos. Así tienen que haber actuado las ménades.
Yo respeto mucho a Virgilio y a los origenistas, pero tengo poco en común con ellos. Y déjame decirte algo: mi realización plena como poeta no se dará hasta que yo no logre decir mis poemas con una orquesta de cámara. ¿Te imaginas lo que ganaría ese rock marino y cósmico de uno de mis poemas que evoca un paisaje de mar que es Gibara, acompañado por una orquesta de cámara?
Algunas personas han querido apuntalar su imagen como la de alguien oscuro, hosco, aunque quienes lo conocen dicen que no es así, que posee una inquietante humildad y un agudo sentido del humor. ¿Cree haber contribuido a la formación de esa imagen de monstruo apartado del mundo?
Unos y otros tienen la razón. Cuando enfrentas al mundo y a los hombres como un enemigo, puede suceder cualquier cosa. Por otra parte, la soberbia y el oportunismo de muchos han despertado en mi ser un rechazo equiparable a su desmesura. He odiado, rechazado. Sin embargo, creo que mi condición natural es la bondad, el afecto por los gatos, los niños, ciertas flores, la buena música, las imágenes y muchas cosas más, que despiertan en mí la más calurosa simpatía.
Fotos: Kaloian.
¿En qué medida considera que su poesía aún no goza del reconocimiento que merece en Cuba?
A mí me importan muy poco los reconocimientos. Los que me conocen saben con cuánta angustia he recibido ciertos premios y homenajes. Por otra parte, bastaría con un dato elemental para acallar cualquier sorpresa de marginación: de lo que he escrito se ha publicado hasta la última línea; mis libros han sido premiados, editados y reeditados; muchos de mis poemas figuran en importantes antologías, hasta una en ruso; las instituciones oficiales se han ocupado de mi persona.
En la sala Villena de la UNEAC se presentó con bombo y platillo la edición en papel manufacturado de mi primer libro, homenaje que muy pocos poetas han recibido. He sido Finalista del Premio Nacional de Literatura –¿te imaginas qué honor y, a la vez, qué ruido para mis sentidos?– y le han dedicado paneles a mi obra… ¿Cuál sería entonces ese reconocimiento de que hablas? Para una escritura y una personalidad como la mía son suficientes esas atenciones, la simpatía que constantemente me están demostrando mis amigos. Cualquier otro reconocimiento, en vida, estaría más allá de mi capacidad para tolerar ciertas formas grandilocuentes de estulticia y de sacralización.
¿Qué piensa de la poesía que actualmente se publica en Cuba y cómo ve el panorama editorial cubano relacionado con la poesía?
Hago mías las palabras de los estudiosos que afirman que la mayor riqueza de este momento literario es la pluralidad de voces, y que no creen que haya ningún poeta contemporáneo cubano, al menos de los que aún viven, que esté ejerciendo algún magisterio…
Estaba tentado a decir que el panorama editorial cubano, con su excesiva generosidad, está dañando severamente la calidad de la escritura en los libros que se ofrecen a los lectores. Me temo, sin embargo, ser muy severo, porque sé lo que significa recibir, salidito de la imprenta, tu primer libro. Recuerdo, y ahora vuelvo a conmoverme de verdad, cuando recibí un ejemplar de Para festejar el ascenso de Ícaro. Corrí para los altos de la pizzería Roma, pedí una botella de vino soviético y me la tomé enterita yo solo mientras leía en voz baja el libro íntegro.
Esas cosas también hay que tenerlas en cuenta.
¿Qué le recomendaría a los que hoy se aproximan a la creación poética?
Que traten de alejarse de ella. Pero si a pesar de eso, triunfa en ellos su autopercepción como poetas y persisten en legar a la posteridad una obra de este género, pues que insistan entonces, que lean a los clásicos, que escudriñen el sentido poético de la Historia, que se debatan frente a los fundamentalismos y el efecto invernadero o que se recluyan en su torre de marfil. Y que escriban.
¿En qué proyectos anda involucrado Delfín Prats?
Delfín Prats está desasido de todo proyecto y como el barco ebrio de Rimbaud, pretende ir descendiendo por ríos impasibles.
¿Le preocupa la suerte que puedan correr sus textos dentro de cien años?
¿Pues para qué?, si ellos se irán con todo este universo ilusorio a la hora de su disolución final, al término del presente ciclo cósmico.