Fue el crítico e investigador Carlos Espinosa quien me regaló en su última visita a Cuba el libro de poemas del escritor cubano residente en Estados Unidos Félix Lizárraga Fuga del bosque y que fue publicado por la pequeña editorial Los libros de las cuatro estaciones, de Miami.
Antes de irse de Cuba en la década de los noventa, Lizárraga fue uno de los escritores, por aquellos tiempos muy joven, que dejó una fuerte impresión en mí, especialmente por su libro A la manera de Arcimboldo que, en 1993, obtuviera mención en el Premio UNEAC y que revelaba a un autor de vasta cultura y de exquisito modo de expresión. Cualidades que ha conservado en estos 21 años de emigrante cuyo clasicismo perfecto y conmovedor lo salva tanto del panfleto como de la contaminación con algún tipo de politiquería o sociologismo barato.
Fuga del bosque es un cuaderno que debería publicarse en Cuba. A pesar de que su autor vacila en presentarlo a alguna editorial de su país de origen puesto que su libro de cuentos El bosque de yeso, me dice, “duerme el sueño de los justos en los estantes polvorientos de Arte y Literatura desde 1990, si es que no lo han botado, y lo lamento porque no tengo copia”.
Por otra parte, opina, no puede olvidar que la mayoría de sus lectores, según él “cuatro o cinco”, son cubanos. Yo añadiría que, a pesar de su identificación especial con Borges, también porque su obra continúa la tradición de autores como Eliseo Diego, de cuya deuda con el argentino, me dice Lizárraga, poco se ha dicho o nada. O de Mariano Brull, a quien asegura no se aprecia lo suficiente.
Fuga del bosque es un libro de poemas rimados. Conmovedor por la profundidad de sus conceptos y en permanente diálogo con la cultura universal, sus mitos, sus referentes clásicos, la imaginería de Occidente revisitada a través de las experiencias que el autor ha extraido de ellas.
En el poemario no se evidencia en momento alguno ese drama del emigrante cuya vida, me confiesa Félix, tiende a ser dura y a veces dominada por la lucha por la subsistencia. Al menos no se trata de textos signados por la nostalgia ni por el rencor.
Será porque el escritor asegura que, a pesar de esa dureza anteriormente expuesta, su vida ha estado llena “de modestas satisfacciones y de intensas búsquedas, tanto espirituales como sensuales y literarias.
“Digamos –expresa– que en estos años he sido muchos hombres menos aquel en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach, cita, aunque a decir verdad la tal Matilde se me da tres pitos”.
Es evidente que en la poesía rimada Lizárraga encuentra claves expresivas que le permiten, paradójicamente, una libertad. La de asomarse a la cadencia de sus emociones y conceptualizaciones con la limpieza y la sonoridad de las cuales estas necesitan acompañarse.
¿Por qué la rima? Porque no sé escribir de otra manera, me responde. Al mismo tiempo, añade: “Se ha creado un deslinde artificial entre una concepción mal entendida del verso libre, que como ha dicho Orlando González Esteva, puede degenerar con triste frecuencia en la improvisación y la sordera y una mal entendida perfección formal que muere de rodillas”. Al final, concluye, “poesía es poesía o no lo es y punto”.
Lo que escribía en Cuba sigue siendo para Lizárraga el leit motiv de su literatura: “encuentros con diablos o ángeles, otros planetas, los caballeros de la Tabla Redonda…”
No olvida a sus compañeros de viaje, residan en la Isla o fuera de ella y cita entre los poetas con los cuales se siente hermanado a esa que llama “lista interminable” y en la que aparecen Ernesto Santana, Carlos Pintado, Ricardo Alberto Pérez, Juan Carlos Flores, González Esteva, Antonio José Ponte, Rolando Sánchez Mejía, Omar Pérez, Francisco Morán Llull, Reina María Rodríguez, Emilio de Armas, Néstor Díaz de Villegas, Emilio García Montiel, Damaris Calderón, Reinaldo García Ramos, Daína Chaviano y Víctor Fowler.
Según Carlos Espinosa en el exacto prólogo interpretativo que precede a los textos de Fuga del bosque “la obra poética de Félix Lizárraga es uno de los secretos mejor guardados de la literatura cubana”. Y, en efecto, en el canon más o menos elaborado de la lírica cubana su nombre raramente es mencionado y mucho menos situado en el lugar que merece.
Según Espinosa “en cierta medida en ello han tenido que ver la tirada exigua de las ediciones y, por consiguiente, su limitada circulación, así como el poco esfuerzo que su autor ha hecho para darle a su poesía una mayor visibilidad”.
A eso habría que añadir la dificultad para publicar un género como la poesía que para nuestro entrevistado “es difícil en cualquier lugar. No obstante, por razones que se me escapan, los escritores cubanos tienden a verse envueltos en una capa adicional de invisibilidad para las editoriales del mundo en cuanto abandonan la Isla”.
Es por ello que en Cuba, donde todavía los poetas gozan de un cierto reconocimiento editorial y social, la poesía de Felix Lizárraga debería ser más conocida.
Él forma parte de ese legado que es parte de un corpus en el que se inscribe lo mejor de la producción literaria del país, sea escrita en el lugar que sea.
Lizárraga, como bien afirma Espinosa en su introducción, “retoma las palabras de otros…las ha palpado, las ha revuelto en el bolsillo, atesorando unas, devolviendo otras, y, al final las ha hecho suyas”.