Entre las más originales voces de la poesía cubana contemporánea, la de Gilda Guimeras Pareja (La Habana, 1957) encuentra allí su sitio: entre los menos conocidos, los menos mediáticos, los que trabajan callados para “no llamar la atención del universo”. Pero ahí están sus versos como la mejor prueba de permanencia, robándose el asombro de quien los lee por primera vez o el enojo de llegar tarde a su encuentro.
Acojo con reservas
a las enciclopedias
los Óscares y Grammys
las noticias de radio
y los partes del tiempo.
Especialmente dudo
de la obscena modestia del pronombre nosotros
cuando ha de leerse yo,
de los años felices por obra del recuerdo
de quienes no perdieron trozos en la avalancha
de los que siempre tienen a mano una respuesta.
(Poema “Dudo”)
Aunque Gilda Guimeras ha probado suerte en la narrativa, es en la poesía donde (observación muy personal) se ensancha su universo. La lírica de esta habanera—radicada hace tantísimos años en Guanajay (provincia de Artemisa) — reclama una atención mucho más profunda por parte de los críticos cubanos, encandilados, a veces, por las luces de la farándula.
La mayoría de los autores cubanos alejados de la capital tienen que enfrentarse (insisto, algunos, para no ser absolutos), al silencio mediático. En su caso, ¿le incomoda esa situación o cree que el asunto va más allá de la distancia?
La distancia influye. Estar presente y relacionado siempre es un buen camino para llegar a los medios. Desde las provincias es más difícil. Claro, también hace falta estar bien considerado por quienes detentan los mecanismos de promoción. Por ejemplo, cuando en 2016 me otorgaron el Premio Tiflos de Poesía, muy pocos espacios se hicieron eco y muy poca gente se enteró, cosa que no hubiera ocurrido a otros autores. En lo personal, me parece curioso, pero no me preocupa. Nunca he aspirado a estar en el centro de interés de publicación alguna.
Pocas veces la he oído hablar sobre sus problemas visuales. No creo que sean del todo un problema para escribir y publicar, ¿o sí?
Para mí no han sido exactamente un obstáculo a la hora de escribir. De hecho, es una de las cosas que puedo hacer en estos momentos. Sin problemas visuales no habría llegado a la literatura de ficción, me habría mantenido escribiendo crónicas, como hasta ese momento. Esto no quiere decir que con una discapacidad visual resulte sencillo escribir, sobre todo cuando uno prefiere hacerlo por sí mismo, sin valerse de mediadores. La tecnología digital con sus ayudas para ciegos posibilita esta independencia, solo que, al menos en mi caso, requiere que se trabaje a otro ritmo, más lento que el acostumbrado.
También, una cierta disciplina, constancia y una buena dosis de paciencia que he ido adquiriendo a lo largo de los años. Ver terminado algo que antes solo era realidad en la mente, bien vale el esfuerzo. Ahora, para publicar, moverse por las editoriales, ir de un lado a otro con un libro, para eso sí las limitaciones visuales se hacen sentir y me dejan en franca desventaja.
Licenciada en Historia, Gilda Guimeras ha colaborado con diferentes publicaciones en Cuba y si hay que recurrir necesariamente a los premios obtenidos, como evidencia de su calidad, mencionamos el XXIX Premio Tiflos de Poesía (España), el Concurso de Poesía Helen Keller (Colombia) y el Latin Heritage Foundation (Estados Unidos).
Ciertos autores, por lo general, hablan de sus influencias literarias hasta que llegaron a encontrar su “camino”. ¿Es su caso? ¿Se alcanza plena madurez en la poesía?
Hablar de influencias en mi poesía, no me resulta fácil porque en la época en que solía leerla con más asiduidad, nunca sentí el anhelo o la necesidad interior de escribirla también yo, al modo de este o aquel autor. Mis primeros poemas surgieron como una necesidad expresiva de la que yo misma hasta ese momento, no era consciente. Persona tan conocedora como Guillermo Rodríguez Rivera encontró en ellos puntos de contacto con la poesía de Eliseo Diego, y esa opinión, que me sorprendió y satisfizo mucho, me hizo recordar que llevaba años sin leer un poema suyo.
Madurez poética no creo haber alcanzado y no me apena decirlo porque, si bien tengo edad suficiente para ello, comencé a escribir poesía hace apenas diez años. En todo caso, sí sé de lo que tengo necesidad de escribir y de qué formas jamás lo haría.
La primera vez que leí los poemas de su libro Quien llega a los andenes, le confieso, imaginaba a una autora rebelde, volcada a las pasiones e incluso feminista, ¿todo lo contrario, no?
—Ya se sabe que un libro puede terminar siendo tantos libros como lectores tenga. Cada cual lee desde sí mismo. Puede experimentar o no determinadas emociones que la lectura suscita. Quizás Quien llega a los andenes (pues mi más reciente poemario, Ante la misma puerta, publicado en Miami por Primigenios en 2020 no ha circulado en Cuba, pueda dejar ese eco en algunos lectores). Yo lo percibo de un modo diferente. Me parece que, de no llevar impreso el nombre del autor, cualquier persona podría darse cuenta de que está escrito por una mujer; pero no creo que sea un libro feminista. Femenino podría ser un término más exacto, si lo entendemos como fruto de una sensibilidad de mujer y no como colección de asuntos baladíes que algunos no feministas quisieran aglutinar bajo ese término. No veo en él un libro rebelde ni en forma ni en contenido; más bien me parece una colección reposada y, si se quiere, de una sobriedad que se las arregla de algún modo para quedar cargada de lirismo. Eso que encuentras en mis poemas, yo lo suscribiría, aunque solo parcialmente, para alguno de mis cuentos.
Cultivé la demencia
de enraizarme en ti
como un día se asió la huella del abuelo,
hice brotar mi casa
en el filón de tierra que se hundirá primero
cuando llegue el naufragio.
Dame, entonces, la lluvia
con que anidar tardíos jirones de inocencia
ensártame al oído una canción del Benny
florece alguna vez,
no permitas que parta.
(Poema “Isla”)
Entre sus cuadernos de cuento sobresalen: “Es mejor la noche” (Editorial Unicornio, 2008), “Estaciones de Eva” (Casa Eolo, España, 2012), “Las reglas del juego” (Unicornio, 2019), así como la colección de crónicas “Contado en pocas líneas” (Editorial Unicornio, 2015) y los poemarios “Quien llega a los andenes” (Visor Libros, 2016) y “Ante la misma puerta” (Primigenios, Estados Unidos, 2020).
En una conversación anterior me dijo, y cito: “Cada vez son menos los que leen poesía y me temo que quienes toman decisiones en el mundo, no son muy dados a ella”. ¿Mantiene esta postura? ¿No considera un “cliché” eso de que un verso nos puede salvar de todos los males?
Sigo creyendo que cada vez se lee menos literatura y, dentro de ella, menos poesía. Y, sí, ciertamente es un cliché, pero no hay que olvidar que los lugares comunes terminan siéndolo porque encierran algo que muchas personas han considerado verdadero o cercano a ese escurridizo ente que llamamos verdad.
Por desgracia, un verso no puede salvarnos de todos y cada uno de los males posibles, ni siquiera es esa su función, pero su luz sí puede alcanzar a salvarnos como personas en medio de males diversos. Puede ser un regalo para el alma y eso no es poco.
En tiempos de crisis (económica, social, sanitaria…) el pesimismo aflora, incluso muchos escritores se dejan llevar por la corriente del desaliento. ¿Usted hace exactamente lo contrario o no?
Los escritores somos personas que vivimos en tiempos y circunstancias determinados, y eso aflora de alguna manera en la obra. Estamos en medio de una crisis a la que no se ve cercano fin y es inevitable que esa circunstancia quede reflejada en lo que escribo. No me propongo ser optimista o pesimista y, más que eso, creo que mi obra puede reflejar un grado de escepticismo y una cierta piedad (esta palabra que parece tan fuera de moda), provocada por el destino de las personas comunes en tiempos de crisis. Quizás estoy equivocada. Seguramente, soy la menos idónea para juzgarlo.
Quienes la conocemos sabemos que ama profundamente la música. Lo que nunca me ha quedado claro qué género y qué intérprete (s).
Mis gustos musicales son bastante eclécticos. Suelo escuchar con cierta asiduidad música clásica de casi todos los períodos, en especial a los impresionistas. Disfruto mucho también de buena música popular, sobre todo del jazz, la canción trovadoresca o de autor, el filin, el rock o bossa nova. Citar nombres es compicado porque son muchos. Ahora mismo creo que a este día le vendría muy bien la música de Claude Debussy, Joaquín Sabina o Marta Valdés, aunque algo más tarde, cuando haga falta un extra de energía no estaría nada mal escuchar al grupo Queen.