A Maité Junco
Al regreso de su viaje a los Estados Unidos en 1982, mi padre puso una foto debajo del cristal de su buró. Nunca le pregunté por qué la había colocado ahí ni qué significaba para él. Esa visita a los Estados Unidos fue un viaje lleno de emociones muy fuertes pues se reencontró con amigos y familiares muy queridos a quienes no había visto en más de veinte años. Vio a Julián Orbón y a su esposa, Tangui; a sus primos hermanos Oscar, Otto, Ovidio, Alina y Berta; a mi prima Chelita y a su madre, Chela; a los primos hermanos de mi madre, Gloria, Salvador y Alicita, personas estrechamente vinculadas a su infancia y a su juventud. Con todos ellos se sacó fotos. Pero la escogida para poner debajo del cristal de su escritorio y verla todos los días, no fue ninguna de esas. Después de su muerte, ocurrida el 1 de marzo de 1994, en la Ciudad de México, comencé a ordenar su papelería. Y ahí seguía la foto, pegada al cristal, ya muy deteriorada por la humedad y los años transcurridos. Para colmo de males, el cristal se había rajado en varias partes. Decidí colocar en agua el pedazo donde estaba la foto para que se despegara, escanearla y tratar de averiguar qué lugar era ese que mi padre había querido rescatar de “las oscuras manos del olvido”.
En la foto, papá está parado de espaldas a una vidriera con un toldito verde donde se ven muchos libros. En el toldito se lee: Gotham Book Mart 41.1
Supe, por toda la información que pude recopilar, que la librería Gotham Book Mart había sido, desde su fundación, en 1920, hasta 2007, un importante lugar de reunión de escritores y artistas famosos. Radicó en varias direcciones, la que visitó mi padre se encontraba en la 41 West 47th Street, en el Diamond District, en Manhattan, y se le conocía por su señalización distintiva sobre la puerta, “Wise Men Fish Here” (“Los hombres sabios buscan aquí”). Escritores como T. S. Eliot, W. H. Auden, Tennessee Williams, James Joyce, Arthur Miller, Lilliam Hellman, Ezra Poun, Anaïs Nin, Gore Vidal, Edith Sitwell y muchos otros, la frecuentaban, y en ella no solo se vendían libros sino que era también una especie de salón literario donde los escritores leían sus textos y se hacían exhibiciones de obras de arte.
Pero no era esa solamente la razón por la que mi padre había querido tomarse esa foto allí, y eso lo supe un poco después, mientras transcribía parte de su correspondencia con mi madre. En un viaje que realizó a los Estados Unidos, todavía eran novios, le cuenta algo insólito que le había ocurrido. Transcribo un fragmento de la carta fechada el 7 de agosto de 1946:
¡ACABO DE COMPRAR “ORÍGENES”! No sé si te dije que no lo había recibido. Ya desesperaba de poderlo leer hasta mi regreso cuando, esta tarde, al salir de mirar una cosa para ti, encontré la verdadera librería con que se sueña, la mismísima librería imposible. Está en una calle sosegada, oculta, naturalmente, en su poco de penumbra. Es preciso descender dos escalones para llegar a la puerta porque su vidriera se asoma a la calle sólo con extremo recato. Una vez dentro ―los libros amontonados en agradable desorden según sus gustos― me encontré en el centro de un alegre torbellino: acababan de mudarse a este local y la dueña, una señora menuda, de pelo blanco, gritaba sus órdenes a varios muchachos, como de su familia, uno de los cuales bailaba una zapateta porque recién terminaba su trabajo. Le pregunté por un libro, ya agotado, de Werfel, y me contestó que sí, que lo tenía, pero que debía buscarlo yo mismo porque ella no podía ocuparse entonces de mí. No lo encontré pero en la vidriera me sonreían las letras maravillosas de ¡“Orígenes”! ¿Qué te parece? ¿No es casi un milagro? Tuve la impresión de que las revistas, allí en la vidriera oculta, se alegraban también de verme. Era como doblar la esquina y encontrarme, de pronto, en la calle Obispo. Pero ya puedes imaginarte lo que era. Compré, además, un libro de Franz Kafka, una colección de notas, extractos de sus diarios, etc. Mañana me propongo explorar con más calma esta cueva mágica, si es que mañana existe todavía.
El misterio, finalmente, había sido develado en su totalidad. En ese número, además, había una crítica de Lezama sobre Divertimentos, el segundo libro de cuentos de papá. Mi padre lo sabía y por eso ansiaba tanto tener la revista. Es, por cierto, una reseña sumamente elogiosa, hecha por el ya consagrado escritor que era José Lezama Lima sobre el cuaderno de un jovencito que apenas comenzaba a escribir. Termina Lezama su artículo diciendo: “La complacencia que me ha entregado este libro de Eliseo Diego, sólo puedo compararla a la de algunos festivales nocturnos levantados por Zabaleta o la del baile sorprendido por Alain Fournier. Su fragancia y su pureza han creado una fauna bruñida por el rocío. No conozco, en la historia de la prosa cubana de los últimos veinte años, un libro de tanta claridad hechizada”.
En un viaje que hice a Nueva York hace unos años le pedí a una amiga que me llevara a la dirección de la famosa librería. Sentía mucha curiosidad por ver aquel lugar, tenía la esperanza de que aún existiese aquella cueva llena de tesoros maravillosos, la “mismísima librería imposible”, como la había definido mi padre. Pasamos en el auto varias veces por delante del número 41 pero en lugar de la librería, había una tienda. En esa calle no había nada ni remotamente parecido a la imagen de la foto. Nos bajamos del carro para averiguar y mi amiga le preguntó a una de las dependientes por la librería. “¡Otra más!”, exclamó, risueña, la joven empleada. “Sí, hace años aquí estaba esa librería, muchas personas vienen, como ustedes, buscándola”. Una flamante joyería ocupa el espacio de la antigua Gotham Book Mart.
“Sigue vendiendo joyas”, pensé. Aunque estoy segura que los tesoros que encontró en aquel lugar el joven de solo veintiséis años que fue mi padre aquella calurosa tarde de 1946, resplandecían más y eran más valiosos para él que cualquiera de aquellos diamantes que veía yo, deslumbrada y decepcionada, sesenta años después.
Notas:
1 Gotham: Es una especie de apodo para referirse a la ciudad de Nueva York. Originalmente utilizado por Washington Irvin a partir de un cuento folklórico, “Los hombres sabios de Gotham”, y popularizado, años después, por las historias de Batman; Mart: forma ya en desuso: “mercado” o “lugar de ventas”.
* Este texto está incluido en un libro aún sin publicar: “¿Y ya no tocan valses de Strauss?”. Ediciones Matanzas, editor: Alfredo Zaldívar.