Desde que apareció en la Bahía de Nipe, a finales de 1612 o principios de 1613, la imagen de la Virgen María fue conformándose como uno de los primeros elementos de identidad adoptados por los cubanos. Se trata de nuestra advocación mariana, la manifestación de la madre de Dios a tres esclavos: un niño negro y dos indios adultos. Flotaba sobre una tabla en la que se podía leer esta inscripción: “Soy la Virgen de la Caridad”.
Imagen a la deriva, sobre lo que bien pudo ser el resto de un naufragio, a lo largo de cuatro siglos ha ido impregnándose de una densa carga simbólica. Estuvo en la manigua junto a nuestros guerreros, que se encomendaban a ella antes de cargar contra las tropas españolas, mejor apertrechadas y munidas, pero no superiores en valor, y ha estado presente, invocada con devoción, en cuanto propósito, cotidiano o heroico, emprenden los creyentes de este lado del mar.
A través de la Caridad escrutamos el misterio y nos confiamos a su amor de madre vigilante. No hay que ser católico para invocar a la Virgen del Cobre. La religiosidad popular, en sus disímiles manifestaciones, la ha adoptado como guardiana suprema y regente de los destinos. Sincretizada por los yorubas con Oshún, el ocho de septiembre es objeto de exaltación, y cada cual a su modo le rinde homenaje, tanto en la iglesia como ante el modesto altar doméstico, en procesión o en la soledad introspectiva.
Peritos en crisis, esperamos que la Virgen nos tire un cabo para remontar la adversidad, en la inteligencia de que ella no va a resolvernos las angustias, sino que, en todo caso, nos mostrará la senda para el reencuentro con la bondad, la empatía y la honradez.
Mis hermanos poetas han cantado y cantan loas a la Caridad del Cobre. Unas veces le piden; otras, la celebran; otras, le hablan con la familiaridad que da el cariño. Es la Virgen de la Caridad del Cobre para muchos. Es Cachita, nuestra madre, para todos.
Entre las tantas estrofas poéticas heredadas de los españoles, la espinela o décima es la que más fuerte se apegó al gusto popular. Esa “viajera peninsular” aplatanada en el archipiélago cubano ha servido desde tiempos inmemoriales como puente entre la sensibilidad poética, que es como decir el alma popular, y la reina coronada. Muestra de eso, aunque no sólo, podrá leerse aquí, donde se reúnen en comunión un grupo notable de notables bardos criollos de diferentes épocas y estilos para sumarse a los festejos.
María Zambrano, la gran escritora, observó que, más que en el mar, Cuba parecía posada en la luz. Uno de los poetas que hoy les compartimos, precisamente ha señalado a la Caridad del Cobre como “madre de la luz, madre del agua”. Ábrase paso la poesía hasta el corazón de la mujer y el hombre de mi país, y allí anide en fecha de celebración tan jubilosa.
Virgen de la Caridad
Cuando yo, inocente niño,
En el regazo materno
Era objeto del más tierno
Y solícito cariño;
Cuando una mano de armiño
Me acarició en esa edad,
Mi madre con ansiedad,
Más grata y más fervorosa,
Me habló de la milagrosa
Virgen de la Caridad.
Tratábame sin cesar
De esa imagen bendecida
Por milagro aparecida
Sobre las olas del mar,
Y oyendo yo relatar
De su aparición la historia,
La conservé en la memoria
Desde la ocasión aquella
Y soñaba ver en Ella
Un astro de eterna gloria.
Pasó mi niñez florida,
Llegué a ser adolescente
Sin borrarse de mi mente
Esa imagen bendecida;
Y en esa edad de mi vida
Para mi mayor ventura,
Supe que esa imagen pura,
Santa emanación del cielo,
Era el amparo y consuelo
De toda infeliz criatura.
Supe que clemente y pía,
Consoladora del pobre,
Allí en la sierra del Cobre
Su santo templo tenía.
Supe que allí residía
Desde su primera edad
La imagen que a voluntad
De un Dios supremo, infinito
Trajo a sus plantas escrito
El nombre de Caridad
Juan Cristóbal Nápoles Fajardo
(Las Tunas, 1829- ¿finales de 1861?)
“Virgencita de la Caridad”, 2020. Óleo sobre lienzo, 40’’ x 30”. Áisar Abdalá Jalil Martínez.
A la Virgen de la Caridad
Virgen de la Caridad,
que desde un peñasco de cobre
esperanza das al pobre
y al rico seguridad.
En tu criolla bondad,
oh madre, siempre creí,
por eso pido de ti
que si esa bondad me alcanza
des al rico la esperanza,
la seguridad a mí.
Nicolás Guillén
(Camagüey, 1902-La Habana, 1989)
La virgen anda sobre las aguas
(Fragmentos)
Ofrecimiento del poema
Quiero tomar un asiento
en tu preciosa canoa
(De un loor anónimo)
Déjame tomar asiento
En tu preciosa canoa
Y poner al cielo proa
Navegando por el viento.
Muévame el Divino Aliento
Con su poderoso brío.
Entrame en tu claro río
Y súbeme a los alcores
Donde ángeles ruiseñores
Abren las albas del pío.
I
Canta a la luna nueva que está a los pies de la virgen
He aquí la Nueva Luna
Que como delgada ceja
La blanda tiniebla deja
Para revelarnos una
Firme pupila oportuna.
En penumbra y duermevela
He aquí el párpado que cela
Un sol puro en las entrañas.
¡Luna que mi angustia bañas!
¡Ojo que en la sombra vela!
II
La Virgen se aparece en Nipe
Sobre las aguas vinisteis a dar al hombre consuelo
(Gozos de la VIRGEN DE LA CARIDAD)
El Ave de Gracia llena
Sobre las aguas se posa.
Inmersa apenas reposa
O quiere avanzar serena.
El reino de Anadiomena
Perece, porque esculpida
Luce María adherida
A la concha de la aurora,
Perla de luz cegadora
Al amanecer mecida.
III
Entrada en la canoa
Vuestro nombre singular
Tan bello y tan exquisito»
(Gozos…)
¿Qué pie pusiste primero
En la barca temblorosa?
¿Qué huella de austera rosa
Marcó con fuego el madero?
¿Tu cuerpo tornó ligero
Lo que el peso ya vencía?
Pues parece que vacía
La ingrávida barca vuela
Dejando impoluta estela
Por donde pasa María.
IV
La Virgen navega en la canoa
En las borrascas del mar
El hombre más afligido
(Gozos…)
Los tres Juanes de rodillas
La regia visita adoran.
Los tres reman, los tres lloran
Mientras la barca sencilla
Va en vilo… La sin mancilla
Sal ciega en montones juntan
Y tornan. Ya se preguntan
Pescadores de la arena
Quién gobierna la serena
Barca que viene a la orilla.
V
La Virgen es llevada en andas a la Villa del Cobre
El mar con su gran furor
vuestra imagen respetó
(Gozos…)
La Virgen navega sobre
Andas que le han regalado
Y cruza el ameno prado
Por donde se llega al Cobre.
Nuestra Señora del Pobre
Mece al Hijo con cariño
Y el viento agita el aliño
Bordado de su vestido.
Con el vaivén se ha dormido
Mareado el Divino Niño.
Emilio Ballagas
(Camagüey, 1908-La Habana, 1954)
Miel para Oshún
Cuando la virgen estaba por llegar, tú apareciste.
Cuando el oro se falseaba en el borde de las cosas, en la piel
de las calabazas, en las cortinas importadas donde
flotaban ángeles europeos, tú apareciste.
Alguien sonaba la campanita de bronce pidiendo un milagro.
(Ni siquiera yo me había arrodillado
ante el hermoso altar, ni siquiera vi al pavorreal
abrir sobre nosotros su cola poderosa o los mulatos mostrar
el bajo relieve de sus vientres, la línea que desciende
hacia su pubis, cuando tú apareciste).
Nada esperaba. Hace tiempo no espero.
No había pronunciado tu nombre porque tu nombre no existía.
No había invocado tu imagen porque tu imagen era poco probable
en aquel sitio, pero tú apareciste. Planeaste como las águilas
y te posaste en mi hombro mientras la virgen se reía
y solo yo escuchaba aquel sonido de cristales
bajo mis pies.
Alguien habló de cierta luz que me rodeaba
como a los santos de las pinturas renacentistas, como a San Sebastián,
pero tú no advertiste mi luz, tú no supiste nunca
que estabas posado en mi hombro, y que toda la noche,
la virgen intentó que me vieras.
Tú tenías la ceguera de los cuerpos jóvenes y no viste
que me arrodillaba ante los pies de Oshún,
ni que la campanita de bronce sonaba contra mi corazón.
La virgen se reía y yo era transparente.
(Atravesaste mi cuerpo varias veces sin notarlo)
Con el olor a chivo y ron barato. Con el olor a hombre
del sudor que brotaba de la música, tú apareciste
y no advertiste que eras mi deseo, el pez
que nunca me atreví a sacar del agua.
Yo rogaba a la virgen y toda la miel del mundo
no alcanzaba a limpiar la costra de tu indiferencia.
Nelson Simón
(Pinar del Río, 1965)
Vuela Su sombra en el viento
(A la Virgen de la Caridad del Cobre)
Vuela Su sombra en el viento.
Descansa en Su luz la ola.
La imagen intacta y sola,
brinda amores, les da aliento.
Salvados en dulce asiento,
regresan, bajo Su abrigo,
a la tierra que es testigo
del divino nacimiento,
del cubano sentimiento
que del milagro ha surgido.
Vuela a mí, hoy que mi alma,
de oscuridades se envuelve,
y a tientas ya no resuelve
alcanzar la ansiada calma.
Vuela Virgen a la palma,
que nace asida a mi pecho,
entra al corazón deshecho
y canta con suave trino.
Haz de Tu amor mi destino.
Que sean Tus ojos mi lecho.
Silvia Rodríguez Rivero
(La Habana, 1952)
¿Quién es esta que sube del desierto?
Cantar de los cantares 8,5
Señora que vas por el borde las aguas,
por el borde de las sombras, donde el ángel no se atreve,
tu aliento sabe a pan, a laúd, a durazno
y el filo de tus dedos corta, una por una, las estrellas desveladas.
Tañedora del cielo, perfil de los dormidos,
dime cuándo pondrás puertas al imposible,
cuándo podrán mis párpados reposar
en la rosa amarilla que segaste al alba.
Yo sabía el nombre del barro y el de la cítara
pero tú masticas la palabra que impone la luz,
yo alzaba las escrituras en la noche de los murmuradores,
tú descendías en la luz meridiana
con el silencioso estallido de los golfos inocentes.
¿Qué ofrecerte si el crepúsculo, los geranios
y los gatos sin dueño te obedecen?
¿qué cortar para ti, si los pozos te aclaman
con su gemido más hondo?
Señora de los desamparados, de los ciegos y de los poetas míseros,
pongo el azul en tu vitral secreto y renuncio a morirme,
coloco la clave en tu bóveda sombría
y procuro con mil voces apresar las agujas de tus manos,
mas sólo el ciervo solitario puede,
sólo el ciervo – herido y buscando las alturas-
sólo él, con la sangre en el costado,
te alcanzará al fin:
los ojos marchitos y sin concluir la estrofa,
ampáralo, Señora mía, en esta hora
y en la hora
que no debiera ser de nuestra muerte,
justo por el borde de las aguas
o de las sombras,
por donde el ángel no se atrevería.
Amén.
Roberto Méndez
(Camagüey, 1958)
Mi madre me regala la Virgen de la Caridad del Cobre
Mi madre me regala
la Virgen de la Caridad del Cobre
encerrada en una urna de cristal,
comprada a tres pesos (CUC)
de escarnio de la devoción,
con los Juanes y Pedros, de mi pueblo,
remando.
Una virgen me regala a otra.
Una mujer a otra.
(Me protegen).
Nacimientos.
Tautologías.
El daño empieza por los pies.
(Latigazos).
Otros prefieran el oro el jade.
Yo las aguas
las tablas de madera
escritas con firmeza sobre las aguas
en mi mesa de mujer sola
de hundirme en la noche
remando.
Damaris Calderón Campos
(La Habana, 1967)
Madre de la Caridad
sobre estas aguas quisiste ser
estábamos entonces más solitarios
expuestos a los caprichos del mar
y a los rigores de la intemperie
isla extraviada en los confines del olvido
de pronto hallada por la horda
ávida de ocasión saqueo y jolgorio desde siempre
trampolín para rapiñas mayores
pero descendiste tú Madre de la Luz Madre del Agua
te presentaste a los más olvidados
los que buscan la sal de la vida a cuenta de ella
y tuvimos abrigo consuelo esperanza
fuerza que detiene los vientos y apacigua las aguas
fulgor que ayuda a germinar simientes y aclarar caminos
Madre de Bondad Madre de Esplendor
entonas en las tardes un canto de piedad para que tengamos sosiego
y en las mañanas alzas tus altos himnos de aliento para acarrear el día
Madre del Vigor Madre del Sueño
tu puño ha sido firme con quienes clamaron justicia
a caballo en los montes nos diste valor
y en las calles y plazas nos hiciste fuertes
Madre de Justicia Madre de Verdad
por ti aún la isla persiste a flote
maravilloso ramo que florece en la más tenaz sequía
piadosa casa que guarda a los afligidos y detiene a los soberbios
Madre de las Lágrimas Madre de las Sonrisas
mientras el sol refulja en la brisa y las aguas que recorren la isla
mientras tu compañía alimente y tu mano consuele
aquí estaremos entre las furias del mar y los viles
aquí estaremos perpetuamente levantándonos
perpetuamente esperanzados
perpetuamente agradecidos
porque sobre estas aguas fecundó tu luz
Manuel García Verdecia
(Holguín, 1953)
Aparición natural de la Virgen de la Caridad del Cobre
(Dibujo de Zaida del Río)
En medio de dos bocas de agua se aparece
punta de ola, cresta de gallo fino
muestra la fruta como es: se abre
mi gobernadora.
Vuelve la cabeza cuando silban
fija su mirada como flecha en nadie
/ la palma de su mano es sin arista
su plancha de carbón
se disuelve entre brasas
blanco de fuego-hierro, blanco crudo
de la luz
que entra en la carne
y dentro permanece.
Vino por boca de agua
pero había estado siempre / se reía
de los números fijos, de los números
corridos
/ en la orilla del cuarto donde no la alumbraban
ni iban a pedirle
en días de resaca
y de despego / duerme
la mañana honrada y defendida
sola.
Su pavorreal ha regresado
de una Kenya elusiva
y el ciempiés
protege los linderos
y a la ceiba
y al filo del arpón.
El hombre malherido por un tajo
reprime el alto grito: no sepa ella
de simplezas nunca
ni de fragilidad
el darme sin pelear
y mi deriva.
Su dureza está aflojada por el rocío.
Y por su boca puede entrar la zarza fiera
la mora venenosa
sin que vayan a cortar su labio, sin que hinquen
su breve corazón cuando despunte el sueño.
No sea nunca yo quien la despierte
de su siesta liviana a mediodía
/ déjenla que haga cuanto quiera, que baile
con extraños, que se ría.
En la billetera está con nuestros hijos
/ en la fotografía brumosa ante la playa
de Caibarién
entorna los ojos por el sol, ladea un poco
la cabeza para verse hermosa.
Consiente a la hora del baile.
Todo lo encuentra bien, dispone
de unas guerras que enfrentamos león contra león
mujer contra mujer en contiendas mortales
a orillas de un egeo donde aguarda
un hombre / tras las cañas de azúcar
y las precisas ligeras cañas bravas
que no proyectan sombra.
Sirva el lechón en la mesa familiar.
Reina la reina.
Estas vasijas he torneado para ti, sea
la mujer de la casa, la madre
vestida de limpio
en el portal y frente al claro abierto
donde vienen a dormir
bajo plátanos soleados los nuestros animales
/ mil caballos apartando las reses, las guineas
y los carneros santos
echados sobre nuestra eternidad.
Sigfredo Ariel
(Santa Clara, 1962)
Virgen de la Caridad
Acoge, alza, sostén,
bríndate, convida, abraza,
toma un sillón de mi casa,
esta misma tarde, ven.
Cruza el ocaso, el vaivén
del oleaje, los ciclones,
enciende en mí las pasiones,
sé tú la luz de la tarde,
sé el cañaveral que arde,
quédate, no me abandones.
Virgen de la Caridad,
habla y camina conmigo,
suplico, cuando te digo
Virgen de la Caridad,
extiende aquí esa bondad,
contéstame los reclamos,
entra al sitio donde estamos,
siempre sirviendo la mesa,
dinos tú qué luna es esa
que en la noche hoy encontramos.
Luis Lorente
(Cárdenas, 1948)
Ella lo sabe
Cuando vaya a Santiago me iré al Cobre,
pero esta vez no pienso pedir nada.
Iré con una flor y una tonada
hasta el altar sagrado de los pobres.
Ante esa Virgen, posada como un ave,
me bastará con mirarla y Su Mirada.
Mi silenciosa plegaria será suave.
Lo que voy a callar,
Ella lo sabe.
José María Vitier
(La Habana, 1954)
*Nota: Las obras que acompañan a los poemas pertenecen a Áisar Abdalá Jalil Martínez (Camagüey, 1953), quien ha autorizado su reproducción.
Gracias por todo