La poesía de Nancy Morejón (La Habana, 1944), bastante más estudiada en los Estados Unidos y otras latitudes que en Cuba, ha sido catalogada indistintamente como una expresión de negrismo o negritud, dos categorías que desde mi punto de vista carecen valor absoluto cuando se les trata de hacer extensivas a un corpus poético como el suyo.
Y es que tanto en ella como en algunos poetas de la llamada Generación del 50 —Pablo Armando Fernández, por ejemplo—, el nuevo tratamiento del tema negro implicó desde el inicio una superación de las limitaciones grosso modo atribuibles al negrismo, movimiento presente en la poesía cubana a fines de la década del 20 del siglo anterior, caracterizado por un tratamiento epidérmico, “folklórico” y descriptivo de los contenidos que asume.
Pero esto, a la vez, no niega su legitimidad, a pesar de las limitaciones que le vemos desde hoy, toda vez que en su momento tuvo el indiscutible valor de subrayar el papel de lo negro y de lo popular como esa otra cara de la moneda de una cultura dominante que pretendía soslayarlos, cuando no estigmatizarlos.
En todo caso, lo que de ese primer abordaje retoma la poética de Morejón es fundamentalmente la proyección como poesía social, manifiesta en Nicolás Guillén y en cierta zona del negrismo de Emilio Ballagas, aunque nuestra autora los desarrolle sobre otras bases y en más de un caso incorpore una mirada deliberadamente caribeña como resultado, entre otras cosas, del intercambio con otros pueblos y literaturas del área. Ello no hizo sino enriquecer su visión ideocultural, en especial desde su libro Octubre imprescindible y de un poema como “El camino de Guinea”.
Esa tesitura es la que conduce de manera natural a un poema como “Príncipe negro para George Floyd”, escrito en ocasión de los conocidos sucesos en Minneapolis que han conmovido a Estados Unidos y al mundo, y que elabora y desarrolla sobre nuevas bases una línea ideotemática presente desde el inicio de su obra,
Por otra parte, las posibles tangencias entre ciertos tópicos de la negritud y lo que ocurre en Cuba —por ejemplo, el color de la piel como canon estético positivo—, no constituyen en modo alguno un lastre, pero solo operarían dentro de un marco comparativo. Contando con el antecedente y la búsqueda de las vanguardias, la proclamación de una belleza negra constituye en Nancy Morejón un signo que en lo extraliterario tiene su correlato en la igualdad y la supresión del estigma racial, pero sin movidas pendulares sectarias. El continente africano es patrimonio cultural de toda la humanidad, no solo de un grupo.
Pudiera cuestionare la legitimidad de catalogar como tema esta presencia del elemento negro en la poesía de Nancy Morejón. Aun cuando una zona aborda esta problemática, lo cierto es que su rasgo distintivo radica en la independencia que adquiere en relación con un contenido específico. Por eso resulta frecuente que en un texto de tema amoroso o de otra naturaleza pueda aparecer el elemento negro, sin que se altere el sentido central del poema.
Continuando las pautas trazadas por la madurez creadora de Nicolás Guillén —con el cual Nancy Morejón conserva evidentes nexos de continuidad discernibles, por ejemplo, un poema como “Mujer negra”, que evoca a “Tengo” y “Vine en un barco negrero” — se produce una incorporación de lo negro en el mismo lugar en que se integran en el discurso poético otros grandes temas como la familia, el amor y la muerte. En una palabra, no se asume como objeto de valor independiente y aislado, como centro único y absoluto en la creación literaria, lo cual, como es obvio, implica su inclusión dentro de un mayor nivel de universalidad y riqueza conceptual.
Por eso, pero también por esa belleza intrínseca de este nuevo poema de Nancy Morejón, vale la pena leerlo y disfrutarlo.
“Príncipe negro para George Floyd”
Aunque su sueño era lanzarte al Mississippi,
aquel caníbal de uniforme opaco
ha quemado en silencio su rodilla
sobre tu cuello inerte.
El humo de tu carne va subiendo hasta el cielo mojado.
Saltando entre las flores, el aire de tus bronquios
persigue su fantasma hasta morder
el colmillo sangriento del caníbal.
Y tú alientas, indómito, sobre el asfalto húmedo,
bajo la sombra quieta de un manzano
en Minneapolis,
donde colocaremos, para ti,
este brillante, este limpio
príncipe negro nuestro,
a tu memoria.
rth