Hace poco más de un mes presentamos en la galería Carmen Montilla, en pleno centro histórico de La Habana, pseudo pez, el segundo poemario de Patricia Rodda, editado lujosamente por Aurelia Ediciones.
De aquel encuentro, con la mágica luz del atardecer suntuosamente captada por la cámara de Néstor Martí, salimos felices. Abiertas al disfrute, al pensamiento y al diálogo inteligente con el texto y con los demás. Descubriendo la sensibilidad de la autora en la prestancia de sus textos y la densidad de las ilustraciones de Zaida del Río. Los de pseudo pez son poemas donde sobrenada lo amargo y, a pesar de ello, no nos anulan. Nos impulsan a pensarnos mejor y a revisar nuestra relación con el mar, con la vida.
Aquella vez todo quedó dispuesto amablemente. La compacta exposición de los trazos de Zaida del Río, un video de promoción del libro, urdido con la complicidad de grandes rostros y voces de la escena cubana, y unas palabras mías de presentación, que leí ante una amplia concurrencia. Ahora, hace un par de días, volvimos a reunirnos. Patricia Rodda también es actriz y, por eso, es muy consciente del espacio. Esta vez el escenario fue TribeCaribe, en Centro Habana, y hubo una muestra más amplia de la obra de Zaida del Río, proyección de imágenes marinas y, otra vez, el video de presentación y mis palabras.
Si aquella tarde en la Habana Vieja hubo una luz radiante, que nos hacía brillar a todos, ahora estábamos como sumergidos en el fondo marino. Todo dispuesto para abrigar otro tipo de confluencia, casi líquida que se inició cuando la editora del libro, Claudia Acevedo, nos dio la bienvenida y presentó a la autora, quien tras aclarar que no iba a leer su poesía porque prefería ofrecerla a sus lectores sin interferencias, cedió enseguida la palabra a Zaida del Río, feliz de acompañar el libro, y a la curadora de TribeCaribe, Sachie Hernández Machín, que declaró cómo ambas, Patricia y Zaida, se hermanaban en el amor a “la poesía entendida como un lenguaje para entender y defender la vida, la vida en todo su dolor, contradicciones e incertidumbres, y la vida en todo su esplendor y belleza”, además de leer en esa colaboración un acto de mutua solidaridad entre dos mujeres libres, valientes, radicales y también frágiles; un ejercicio espiritual de conexión con la naturaleza de quienes son “un poco brujas, delirantes, adivinadoras, sanadoras, mágicas, bailando no al son de una escoba, sino al compás de las alas de un pájaro o las aletas de un pez”.
Entonces tomé yo la palabra para leer algunas ideas sobre el libro. Algo que empezaba así:
Madréporas, madreperlas, corales, criaturas iridiscentes, islas que flotan, batidas por el viento. Una suele pensar en esas palabras e imágenes cuando se trata del mar. También, porque el mar es un espacio sentimental y metafórico demasiado presente en nuestra tradición. Con la alegría esplendente del paisaje caribeño de Carpentier o la amargura de aquella tan citada “maldita circunstancia” de Virgilio; partícipe en los “juegos de agua” que describiera Dulce María o espacio de afirmación de independencia nacional como en Heredia, ese mar nuestro, que nos separa del mundo y nos conecta con él, sobrecargado de sentido, enlaza con nuestras lecturas de adolescencia, con aquel mar profundo, ora bullente de vida y reflejos de luz, ora oscuro y hasta tenebroso, que debían enfrentar los navegantes del Nautilus.
Pero nada de eso hallarán en este libro. No hay en él esas palabras sonoras y feéricas. Aquí el mar es sangre, latido, linfa viva. El lugar del origen; pero un origen negado, al que no se puede ya volver. Hay, sí una mujer frente al mar, una mujer que lleva el mar en sus entrañas.
Y un poco más, que no les cuento aquí. Luego salimos todos al bar de TribeCaribe para asistir al performance de Zaida del Río. Dejamos la oscuridad azulada de la cueva submarina en que parecía haberse convertido la galería para salir al sol, a la luz de una tarde de mayo que bien parece agosto. Y allí estaba, rodeado de miradas curiosas y admiradas de su belleza y su lasitud, el hombre-pez, reposando en una bañadera vieja, esperando a que las manos y el pincel de Zaida del Río le dejaran su huella de belleza. No hay modo de contar el regocijo de la gente, todos atentos, siguiendo los movimientos del pincel y el florecer de una imagen frondosa, con esos seres cabeza de pájaro en los que reconocemos el arte de Zaida del Río. Mejor ver las imágenes.
Pero fue el cierre perfecto de una tarde perfecta, la del segundo paseo por las calles de La Habana.