Encontrar a Esperanza Spalding caminando por Prado cerca del Capitolio; tropezar con Marcus Miller que toma fotos en una calle perdida de Centro Habana; estar delante de Quincy Jones compartiendo detalles de la banda sonora de “El Color Púrpura”; ser testigo de cómo el bajista camerunés Richard Bona construía su personal y tremenda versión de “Caravan” con Marcus Miller en el bajo y los cubanos maravillosos Osmany Paredes en el piano y Denis Hernández en la trompeta ante un enardecido y abarrotado Anfiteatro de Guanabacoa; asistir al increíble encuentro de la batería de Yissy García con el bajo y la voz de la Spalding; enterarte de que la violinista Regina Carter daba un taller de interpretación en el Instituto Superior de Arte o toparte con Chucho Valdés caminando por La Habana Vieja junto a Gonzalo Rubalcaba. Todo esto y probablemente mucho más podría haberte sucedido durante la última semana de abril en una Habana desbordada de jazz y jazzistas.
Con ganas tremendas de tener el don de la ubicuidad, era difícil decidir por cuál opción decantarse, ante la variedad de jams, conciertos y encuentros, con el handicap de que el programa general no tuvo la difusión merecida. Aun así, todos los sitios se llenaban, pues funcionaba el “correo de voz” cubano: si los jazzfans pudieron movilizarse, asistir, disfrutar y hasta interactuar con sus ídolos, los estudiantes de música y los músicos cubanos en general fueron, por suerte, los más favorecidos en ese contacto directo con artistas que, en muchos casos, son sus íconos y paradigmas. Una suerte verdadera que estos tiempos han traído consigo, desconocida para los que le han antecedido.
Habrán de pasar varios días para poder sedimentar las percepciones y emociones que nos trajo esta semana por el Día Internacional del Jazz instituído por la UNESCO, y la elección de La Habana para celebrar el concierto global, y sobre todo, la tarde del domingo 30 de abril, a la que llegamos los que amamos el jazz con una mezcla de incrédula excitación y regocijo explícito.
Un sobrio diseño de luces sobre el escenario anunciaba la proximidad del inicio de un concierto que podría plantearse difícil por el verdadero all stars internacional que debía hacerlo realidad. Pero la certeza de que aquello sería algo muy grande se instaló de inmediato en el auditorio cuando Oscar Valdés, legendario percusionista y cantante de Irakere, cantó a Changó con sus tambores batá en un opening que nos llevó de inmediato, no podía ser de otro modo, al mítico Manteca, de Chano Pozo y Dizzy Gillespie, con el respaldo de una banda dirigida por el cubano Emilio Vega.
Así comenzó en La Habana, el concierto por el Día Internacional del Jazz, que unió sobre el escenario del Gran Teatro Alicia Alonso a más de cincuenta músicos de Cuba, Estados Unidos, Brasil, Japón, México, Corea, Líbano, Francia, Camerún, Alemania, China, Rusia, Italia y Túnez.
El programa articuló con mucho tino diversos estilos y vertientes dentro del jazz y los aportes de diferentes zonas planetarias al género, como modo de reafirmar el sentido universal que refrenda su libertad intrínseca. El jazz, quedó demostrado, es el lenguaje sonoro con el que todos podemos entendernos, más allá de idiomas, dialectos, costumbres y modos de pensar y actuar.
Nuestros cuerpos y nuestros sentidos estuvieron ese domingo abiertos para recibir toda la música excelente que desde la libertad del jazz nos prometieron y nos cumplieron estos músicos –los nuestros y los que vinieron– y los organizadores de este encuentro de tantas naciones en el jazz.
Entre tanta excelencia quedan conmigo de manera especial el intimista y magistral piano de Harold López-Nussa al acompañar a la no menos grande Cassandra Wilson; los solos tremendos de Julito Padrón en una cuerda de metales donde todos eran super estrellas; la voz increíble de Esperanza Spalding sometiendo al contrabajo al rigor de su extraordinaria sensibilidad y talento; el desempeño de Youn Sun Nah en su personal abordaje de “Bésame mucho”; el bajo de Marcus Miller, así sin más adjetivos; la extraordinaria versión a dos pianos del clásico “Blue Monk”, donde Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba confluyen en sabida maestría y le hablan al gran Thelonius de nuevas lecturas y silencios en su famoso tema, regalándole y regalándonos una ejecución que es desde ya memorable.
Era evidente cuánto disfrutaron los músicos sobre el escenario y cuánto influyó el ambiente mágico y la buena onda de los días precedentes. Me pregunto qué habría ocurrido si todos los cubanos de a pie seguidores del jazz, que buscaron un modo de entrar en el teatro, de hallar una invitación, de comprar una hipotética entrada para celebrar el Día Internacional del Jazz, hubiesen podido acceder al Gran Teatro Alicia Alonso. Sin dudas, se habrían llenado las varias lunetas que se quedaron vacías –muy visibles en los planos generales de la transmisión televisiva– porque los agraciados receptores de invitaciones no asistieron, y no se articuló una opción para cubrirlos.
La calidez, el entusiasmo, el saber y la intuición desprejuiciada de los que acostumbran a disfrutar y escuchar el jazz habrían estremecido el teatro con una interacción músico-público mucho más orgánica y emocional, y habrían aportado el toque final a la excelencia de esa tarde-noche habanera. Una fanaticada –y mucho menos en el jazz– no puede ser imitada, ni sustituida.
No pude dejar de pensarlo todo el tiempo: ¡Cuánto hubiera disfrutado Leonardo Acosta de todo esto!
Me pregunto si en algún otro lugar del mundo pudiera hgaberse hecho un tan excelente Día Internacional del Jazz ?!..No, creo que no. Y fue en un país…socialista (La Bokova debe haber sentido nostalgia de la Bulgaria de su infancia)