Mencionar el apellido Santander en Cuba lleva directamente a hacer tres asociaciones imprescindibles: Trinidad, barro, artesanía, tradición familiar. Sin dudas esta familia trinitaria sabe mejor que nadie los secretos del barro y gracias a una tradición que ha pervivido entre sus integrantes desde los finales del siglo XIX, hoy son considerados maestros en el hermoso y difícil oficio de moldear el barro y convertirlo en una obra de arte.
Bajo el influjo positivo del primer Santander, Modesto, que aprendió de manos de un inmigrante español el arte de la alfarería y fundara el primer taller nombrado El Alfarero: El Alfarero: Fábrica de obras huecas y materiales de construcción, han nacido los demás talleres, o lo que es lo mismo la obra en barro de Rogelito, Tomás, Juan Alberto, y de los integrantes más jóvenes de la familia Daniel, José Asariel, Oscar o Neidis, a quién todos llaman Coki, y es la única mujer en la familia que ha sido seducida por la magia del barro.
Lo que en principio fue una profesión para proveer a la villa trinitaria de ladrillos, tercio y cal, con el tiempo iría variando sus producciones a jarrones, tinajas, macetas, porrones, filtros para agua, de acuerdo a la creciente demanda que tales productos fueron alcanzando entre los habitantes de esta localidad.
Andando el tiempo las producciones de los Santander no solo tuvieron un fin utilitario sino que alcanzaron también un alto contenido artístico y decorativo. Cada integrante de la familia ha entregado obras muy personales a la tradición de la alfarería. De ahí que los sonajeros, las lámparas, los ceniceros, los platos decorados con el paisaje de Trinidad tengan el sello indiscutible de cada taller, de cada proceso creativo en los que se involucran, abuelos, padres e hijos.
Mención aparte merece la obra de Neidis Santander. De su taller La casita de barro salen al mundo murales de cerámica trabajados con relieves, platos con decoraciones precolombinas bruñidos a mano con óxidos metálicos, , reproducciones de fachadas y calles trinitarias, piezas únicas, fabricadas en diversos formatos.
Los Santander han sabido mantener vivo el legado de los abuelos. Los tornos que utilizan hoy para nada asemejen a aquel primer torno construido con la madera de un barril de vino que inició la tradición alfarera en la familia. Aún así hay técnicas muy antiguas, aprendidas de mano en mano, que combinan con las más modernas para que el barro salido de sus manos tenga su sello inconfundible.
Por eso, el visitante que llega a Trinidad no tiene manera de perderse si va en busca de estos maestros alfareros. En esta ciudad todos conocen dónde están ubicados sus talleres y le indican al visitante las señas exactas para llegar a ellos sin el riesgo de equivocar el camino.