Cuando Mabel Poblet era apenas una niña y desandaba las calles de su natal Cienfuegos, soñaba con ser bailarina, pero no tenía las aptitudes físicas necesarias: su madre, arquitecta, y su padre, un reconocido director de una compañía de teatro para niños, la animaban a encontrarse a sí misma. Comenzó sus tanteos en una escuela de la localidad donde no se impartía grabado, la especialidad de su interés. Por eso, con solo dieciséis años, llega a La Habana y logra matricular en San Alejando, prestigiosa academia de artes de donde se gradúa en el 2007. Definitivamente en la capital, Mabel descubre su “manera de comunicarse” y su “pasión de vida”: las artes visuales.
Considerada una de las artistas emergentes más descollantes en el contexto contemporáneo cubano, se enmarca en la generación del 2000 con una estética muy propia. Sus temas tienen que ver con la familia, el amor, la amistad, las relaciones intercontinentales: “todo lo que sea parte de la vida fluye en mi trabajo”, dice en entrevista exclusiva concedida a OnCuba.
El año 2017 fue de gran intensidad creativa para Mabel Poblet y también de materialización de sueños: participó en el Pabellón de Cuba en la Bienal de Venecia, “algo que siempre añoré y me siento muy honrada de haber sido elegida. Llevé a Venecia una instalación titulada Escala de valores. Fue verdaderamente grandioso”.
Con más de medio centenar de exposiciones personales y colectivas en Estados Unidos, Portugal, Rusia, Corea del Sur, Inglaterra, Colombia, Ecuador y España, entre otros países, Poblet reconoce que el haber cursado estudios en San Alejandro (2007) y graduarse del Instituto Superior de Arte (2012), la dotó de las herramientas necesarias para romper con la academia y abrir un camino creativo propio. Asegura que el hecho de que los maestros sean, a la vez, artistas independientes favorece el diálogo y la expansión de miradas, al tiempo que reconoce su admiración por el quehacer de Sandra Ramos y, también, recuerda a William Pérez quien la “involucró en el arte cinético”.
Otra de las influencias medulares y decisivas para la joven artista, fue intercambiar con Julio Le Parc, en su taller de París: “el estar cerca del maestro dio un vuelco total a mi vida porque conocer a una persona con tanta sapiencia, con tanta dulzura, con tanto amor y con tanta pasión por su trabajo, me hizo sentir dichosa del propio trabajo que realizo, de la carrera que escogí y, sobre todo, de darme cuenta de cómo desde un pequeño taller se puede llegar al mundo entero. Esa certeza es estremecedora”. Y de inmediato reconoce que tal influencia es perceptible en la serie Patria en la cual establece un juego con el movimiento, con la luz, con la cinética y, aunque son obras estáticas, pueden catalogarse como arte cinético óptico.
Aunque Mabel Poblet no realiza un grabado puro, sí lo usa en función de la obra. Fue la especialidad que le abrió un campo de expresión para todo lo realizado hasta el momento: “me interesó el grabado, no para hacer obras múltiples sino para hacer obras únicas a partir de la multiplicidad de un mismo elemento; es por eso que en la mayoría de mis obras hay la serialidad de pequeños fragmentos que componen una imagen mayor. Creo que esa manera de hacer viene de mi formación de grabadora”.
Lo autorreferencial era evidente en los inicios, sobre todo, en su primera serie titulada Lugar de origen que partía de fotos de su familia y de rincones de Cienfuegos. Posteriormente, en Ábacos la creadora se centra en la memoria y en el cómo vamos creando un cúmulo de información a lo largo de la vida: “fui conociendo más personas y tropezando con hechos sociales y políticos que me fueron afectando en la vida cotidiana. Todas esas experiencias se van sedimentando y forman parte de la creación; es por eso que, creo, me he ido distanciando un poco de la autorreferencialidad, para hablar de temas más globales a partir de las interrelaciones humanas”.
El cuerpo humano, también, ha sido un soporte, un territorio explorado por Mabel, a partir del criterio de que todos los seres humanos tenemos experiencias comunes, aunque sean vidas diferentes: “todos vemos nacer a alguien, morir a alguien; nos mudamos de una ciudad, regresamos a ella o nos vamos, conocemos a alguien, nos despedimos, nos reencontramos. En mi trabajo –luego de que dejé atrás lo autorreferencial– comencé a trabajar con mi propio cuerpo, pero para hablar de las experiencias de otras personas. Uno de estos ejemplos es la obra Simplemente bella en la que colaboré con un grupo de mujeres reclusas en las cárceles de Holguín, en el oriente cubano. Simplemente bella y Ana, son hasta ahora dos piezas decisivas en mi carreta”.
La obra de Mabel Poblet es un diálogo constante, contemporáneo y nada complaciente con la realidad cubana y también con asuntos de carácter planetario, como por ejemplo, las migraciones. Sus instalaciones y objetos escultóricos se apoyan, primero, en la idea y después, en la tecnología. Por ejemplo, la obra Marea alta –que forma parte de la serie Patria– “está enfocada en la más reciente historia de Cuba y cómo desde afuera todo se ve muy bello, pero la travesía de cruzar el mar puede ser muy peligrosa. Es por eso que la pieza está realizada a partir de muchos fragmentos, de espejos, que aluden a lo que te puedes encontrar en el camino más allá de tus expectativas”, afirma.
Aunque confiesa que la obra soñada es “alcanzar la nada, lo efímero, lo que ves y no ves”, aún no ha llegado a ese punto, pero está convencida de que es “muy complicado arribar a la simpleza de la nada”.
Por otra parte, el color rojo aparece con frecuencia en su obra porque, para ella, “es símbolo de lo prohibido y lo deseado; está en nuestra sangre –que es un líquido vital–, pero al mismo tiempo se encuentra en el tránsito, en la economía –que puede aludir al peligro, al stop, al detenerse; es el color del amor y de la pasión y por tanto muy temperamental”.
Mabel Poblet, artista extraordinaire, por su coraje, su talento, su humanismo, su optimismo. Una fuerza del siglo 21.