Para mi sorpresa, vive en una pequeña casita del Vedado, en La Habana, con persianas francesas azules. Cuando llegué la divisé al final del corredor. Sentada en el sillón de la terraza, no escuchó el timbre de la puerta porque estaba viendo una película española. La llamé por su nombre. “¡Maria Elena!” Lo intenté con su apellido. “¡Molinet!” Pero tampoco perdió la concentración en el filme que transmitían aquella tarde por la televisión. Luego de algunos minutos, se dio cuenta de que “alguien estaba recostado pacientemente al marco de la puerta de la sala”.
“¡Ay, discúlpame”. Es que estaba disfrutando de una película interesantísima. No me preguntes el nombre porque ya había empezado cuando me senté”, me dijo mientras se dirigía a abrirme, apoyada en el bastón encorvado que pertenecía a su padre, quien peleó en la manigua.
MarÍa Elena Molinet, una de las diseñadoras de vestuario escénico cubana más importante de todos los tiempos, conserva su apariencia física y talento profesional como las damas elegantes y sabias de siglos pasados. A pesar de sus casi 93 años (Holguín, 30 de septiembre de 1919), aún conserva el buen gusto y la pasión que siempre la han caracterizado.
“Pero siéntate. Déjame saber. Dime, dime qué es lo que necesitas. No te preocupes por el gato. El muy malcriado es un juguetón”, me insiste la también Premio Nacional de Diseño y de Teatro cual profesora ávida de enseñar todo lo que sabe.
“¿Quieres café?”, me pregunta. “No, no. Gracias. No tomo café”, le respondo, a lo cual agrega frunciendo la frente, “¡Qué barbaridad! ¡Tan cubano que es el café!”
¿Le gustan los gatos, Maria Elena?
Todos. Me gustan todos los animales. Me encantan. Ese minino se llama Niván. El nombre se lo puso mi sobrina. Pero pregúntame. Todo lo que recuerde y considere te lo diré.
¿Cuándo se percató de su interés por el diseño de vestuario?
Con a penas 9 ó 10 años. Para entonces ya me interesaba la anatomía del cuerpo humano. Pintaba niñitas y niñitos desnuditos. Mi mamá me regañaba, pero eso era lo que me gustaba.
¿Cómo recuerda su infancia?
Si crees que me relataban fábulas infantiles y por eso me gustó diseñar ropitas, estás equivocado (risas). En mi casa en vez de contarme cuentos de hadas, me hacían historias de la manigua.
¿Alguna vez diseñó su propio vestuario para llevarlo durante la adolescencia?
Sí, por supuesto. Pero al principio no me dejaban usarlo. Después que comencé a estudiar pintura y grabado en la Academia de San Alejandro mi madre me permitió poco a poco llevar las prendas que yo misma me diseñaba.
Usted comenzó a trabajar desde 1953 en el teatro…
Eso fue cuando me gradué de San Alejandro. Desde que estaba en la escuela ya me interesaba el diseño de vestuario escénico. En realidad mi interés nunca fue la pintura, sino el diseño. O mejor, estudiar la imagen del hombre a través de la vestimenta. Por eso me inicié con algunos grandes dramaturgos de la escena cubana como Andrés Castro, Roberto Blanco y Raquel Revuelta, en Teatro Estudio, con obras como Las tres hermanas.
Antes de 1959 tuvo que partir hacia Venezuela con una carrera artística ya desarrollada ¿Cómo influyó esta etapa en su formación profesional?
Imagínate. De allí guardo muy buenos recuerdos. Yo había trabajado en las salitas pequeñas de Cuba, estudiado y viajado bastante. Ya era una profesional. Pero en Venezuela descubrí un mundo desconocido para mí. Entre tantos, trabajé mucho con coreógrafos que estaban investigando varias danzas indígenas del territorio, que luego llevaron a una expresión moderna sin perder los elementos propios de cada una de ellas.
Cuando regresó a La Habana en la década del 60 comenzó a trabajar en el Teatro Nacional como diseñadora de vestuario. Según ha expresado en otras entrevistas, usted recuerda esa etapa con mucha añoranza. ¿Por qué?
Esos fueron años muy prolíferos para la cultura cubana. Fue una etapa fundacional. Yo tuve la oportunidad de fundar el Conjunto Folklórico Nacional, la gran mayoría de los grupos de teatro, las escuelas de arte, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC)… Los 60 fueron muy preciosos para mí en el ámbito personal y profesional.
¿Cuáles de las películas para las que trabajó recuerda con más cariño?
Bueno, fueron muchas. Y todos los trabajos que hice los hice con amor. Recuerdo Tulipa y La Primera Carga al machete, ambas de Manuel Octavio Gómez, el primer director con el que hice cine; Lucía, de Humberto Solás, entre muchísimas más. La última cinta que hice fue Baraguá, de José Massip. Todas me exigieron realizar estudios e investigaciones rigurosos en los libros y la prensa de época para concebir el vestuario, según el período histórico abordado en cada una de ellas.
A propósito, ¿cuáles son las prendas tradicionales cubanas?
Ninguna. Cuba no tiene vestimenta tradicional. La única ropa que pudo haber sido completamente tradicional, fueron las prendas primitivas que usaban las comunidades aborígenes. Y esas desaparecieron sin dejar vestigio alguno. Cuando los españoles llegaron, vistieron, les impusieron a los indios sus ropas, porque la religión católica no permitía que las personas estuvieran desnudas. Por tanto, podemos afirmar que no hay vestimenta puramente tradicional cubana. Las únicas prendas que se convirtieron en popular tradicionales con el paso del tiempo porque fueron transformadas por las clases menos pudientes, son la guayabera, la bata y el traje rumbero (usados en sus inicios por la gente de pueblo y los negros curros o vistosos). Pero de esas tres, las dos últimas se quedaron para llevarse solo en los escenarios. Por lo que la guayabera es la única prenda que se considera popular tradicional.
María Elena, ¿por qué no le gusta hablar del término moda cubana?
Porque la Moda (así, con mayúscula) forma parte del mercado. Rose Bertin, modista francesa de la reina María Antonieta, fue la primera diseñadora que alcanzó celebridad en el mundo entero cuando creó su propia casa de moda para comercializar sus productos. Desde entonces la Moda es una imposición. La moda con minúscula (no lo digo yo, sino los diccionarios) es la que sale de las clases populares. Representa y es resultado de modos y costumbres. La Moda es un hecho económico de grandes impactos.
Veo que usted, a pesar de su edad, lleva manillas de hilos que por lo general usan los jóvenes en la actualidad…
Sí, siempre me han gustado. Son accesorios que tienen valores decorativos.
¿Cree entonces en el diseño como un arte que puede crear paradigmas? ¿Por qué?
Sí, por sus valores intrínsecos.