La emigración, esa separación que forma parte de nuestro ajiaco cultural, ha sido voz, una y otra vez, en el arte. La plástica, la música, la escultura o la propia literatura reconoce en sus discursos el “sinsabor” de los isleños que buscan sus horizontes más allá de los límites del archipiélago y, por supuesto, los conflictos con el regreso.
Las artes escénicas también lo abrigan como una constante de sus tramas. Desde el 5 y hasta el 21 de octubre, el grupo Teatro del Sol retoma la antológica pieza Mi socio Manolo del Premio Nacional de Teatro Eugenio Hernández Espinosa, esta vez desde el proscenio de la Sala Adolfo Llauradó.
Llevada a escena por primera vez en 1988 por los actores Mario Balmaseda como Cheo y Pedro Rentaría como Manolo, quienes sentaron cátedra en la interpretación de ambos personajes de trágico final, la obra se mete bajo la piel del país y analiza conflictos tan neurálgicos como los cambios que la Revolución introdujo en la vida del pueblo.
En esta ocasión, más que una recapitulación de la obra, la directora del grupo Sarah María Cruz conserva el sustento básico dramatúrgico de esta antológica obra teatral cubana, pero le concede con acierto síntesis y contemporaneidad, partiendo, por supuesto, de la versión, realizada por ella misma junto al actor José Ignacio León.
A decir del dramaturgo, investigador y director teatral Gerardo Fulleda León, “Mi socio Manolo es un alegato contundente y demoledor sobre quienes luchan con todas sus verdades y mentiras por imponer su condición humana, enmascarada en el machismo”.
En la gran telaraña escénica, Sarah María Cruz juega con sentimientos como la camaradería, la competencia, la admiración, la envidia y hasta los celos. En la puesta el personaje de Cheo regresa del extranjero como el posible triunfador que espera ver el resplandor de su éxito en los ojos del que quedó: Manolo, el cual se muestra en apariencia satisfecho de la existencia que lleva.
La verdad: ambos podrían ser vistos como unos perdedores. Pero ante el deshonor de verse al descubierto ante el otro son incapaces de asumir, honestamente y con dignidad, lo que en realidad los define como seres humanos con sus altas y bajas; mas solo son dos hombres en la batalla diaria de esconderse de sí mismos.
En la puesta en escena, el reconocido actor René de la Cruz crea su Manolo con una responsabilidad digna de la maduración que ha alcanzado en estos años de oficio, pura organicidad. En tanto, José Ignacio León se entrega a la elaboración de su Cheo consciente de las demandas que le exige el rol.
Al final de la obra, el espectador se preguntará ¿cuál es la sociedad cubana en que vivimos y quiénes somos los cubanos? Interrogantes que valen la pena ver en escena por Teatro del Sol.