Durante su infancia mientras otros niños jugaban a la pelota y pasatiempos afines “yo me quedaba en casa con mis crayolas en el piso y solo eso me interesaba. Prefería hacer dibujos para comunicarme con mi familia en vez de hablar”, confiesa este artista quien ubica sus orígenes en el barrio de Cayo Hueso, en Centro Habana.
De allí lo atravesaban la expresión del solar, la rumba, los toques de santo, un ambiente cultural que le llegaba a través de sus seres más cercanos, como el abuelo Víctor Mirabal –también pintor y periodista–, el padre y la tía Linda –ambos músicos y ella una de las voces líricas de mayor importancia en Cuba–. También el legado de la abuela haitiana Martha Jean-Claude aportó a sus influencias. Sin embargo, Michel no detecta en las obras más antiguas la existencia de rasgos y elementos propios de sus raíces.
“En primer grado pinté un Impala que estuvo parqueado frente a mi casa y me llamaba mucho la atención”. Luego aparecieron creaciones un poco más serias en las que utilizaba la abstracción. Fue todo ello me convenció de mi vocación y posterior apego al arte”.
“Empezó mi admiración por el imaginario de Pedro Pablo Oliva y los colores que podía definir de Amelia Peláez, ya que desde joven padezco un tipo de daltonismo. Supe del grafitero norteamericano Jean Michel Basquiat y con él me di cuenta de que yo quería ese concepto crudo y aterrador de decir verdades sin tapujos”, cuenta. “A partir de la admiración y el respeto hacia ellos prosiguió su camino en la plástica, terreno donde estableció desde un inicio sus máximas: ‘trabajar duro, ser lo más honesto posible y buscar técnicas y tendencias acorde con el arte moderno'”.
Quizás de eso emergió el éxito de sus cuadros en la actualidad, dueños de una identidad estética muy personal y exponentes de problemáticas de la realidad cubana y del mundo. “Me atraen las cosas que nos duelen y las que nos agradan. Todo lo que parte del ser humano, sus conflictos y reacciones ante la vida”.
De ahí, la marcada atención hacia su trabajo por parte de importantes museos, fundaciones y personalidades como Gabriel García Márquez, Mohamed Alí, Donald Trump, Danny Glover, Angela Mizzoni, Quincy Jones y Carlos Santana, quienes atesoran en sus colecciones lienzos de Mirabal.
Luego del 17 de diciembre de 2014 sus creaciones y su nombre alcanzaron aún mayor reconocimiento en la Isla y en Estados Unidos. Gozó de ese beneficio la serie de las banderas, una de las más expuestas en casi todo el territorio nacional, a través de Artex y sus cadenas de tiendas.
“Mi apropiación de ese símbolo surgió del reto de querer contar al extranjero los problemas de la sociedad cubana de una forma comprensible. Como el concepto de la cubanía es tan grande y abarca tantas aristas, escogí algo que siempre te remite a Cuba y a lo que no puedes renunciar. De su aceptación habla la reciente selección de una de mis imágenes con este tema para una tarjeta de crédito Mastercard, gracias al banco Stonegate”.
No obstante, nada lo satisface como su trabajo con los niños de su comunidad. Algo que según reconoce, “constituye un sueño”, al igual que el proyecto social que lleva en su estudio taller Finca Calunga, no solo para la producción de su obra sino, además, para otros artistas cubanos y extranjeros.
En él “introducimos a los más pequeños en el conocimiento de las técnicas del dibujo y la pintura. Asimismo les enseñamos moral, cívica, historia de nuestra música y del arte en general. Confío en la función social de esta iniciativa que acoge a niños sin amparo filial”.
En ello se empeña tanto como cuando utiliza sus colores y trazos, componentes de una obra que “puede ser expresiva, post moderna pero no siempre es así. Aún no le encuentro una definición”, confiesa.
Pero el artista también cuenta sus insatisfacciones. “A veces sobran los comentarios a favor y en contra”, afirma. Las incomprensiones, cuestionamientos y miramientos lo tocan de cerca.
“Por ejemplo, yo apliqué para ser miembro de la UNEAC, institución que respeto y admiro desde siempre, y se me negó la entrada. La explicación que me dieron fue que no presente todo lo que me pedían y por consiguiente determinaron que mi obra era inexistente. Esas cosas provienen de personas que le hacen daño a la cultura. No obstante, creo que el artista siempre lo será y su obra prevalecerá por los tiempos de los tiempos”.
“Asimismo creo en las posibilidades de desarrollo para todo aquel que tenga talento y vocación. Una cosa muy buena en Cuba resulta la posibilidad de estudio para todos, de una manera u otra. Sin embargo, la burocracia lacera más a un pintor que las escaseces”, comenta.
“Esas actitudes provocan que muchos se cansen y se vayan. Cuando algo así sucede no solo el que parte pierde”, asevera y prosigue con emoción: “Lo más valioso para mí lo constituye el respeto de los que crecieron conmigo, el ser asequible a ellos, los de toda la vida, poderlos ayudar y que me digan: ‘Oye Micho, tú no has cambiado, sigues siendo el mismo de siempre’. Eso vale más que todo el reconocimiento del mundo”.
La suficiencia de sus criterios dejan una huella. Consciente de la utilidad de su influencia, reveló qué lo ocupaba en el preciso instante de esta entrevista. Cargaba en Canadá un contenedor de donaciones para los niños a quienes quiere dedicar un parque de diversiones en su barrio.
A la vez hacía los ajustes para una exposición en ese país en 2017, año en el cual asistirá en la Feria Art Basel, organizará una exposición colectiva en Nueva York junto a otros dos artistas norteamericanos y otra con el Grupo Meridian, en Whashington DC. Por delante, un mundo de oportunidades para la internacionalización y representación de la pintura nacional a través de las historias de Michel Mirabal colocadas en sus lienzos.