“Stop fucking the planet” reza la frase que cubre la espalda a Debbie Harry, esa rubia maravillosa que con su onda expansiva se trasformó en un icono del rock, del punk y el pop hace ya cuatro décadas.
La icónica cantante de Blondie, de negro completo, sale al escenario del teatro Mella y levanta como un resorte al público que la estaba esperando, algunos desde hace demasiados años. En esas cuatro letras sobre cuerpo está contenido todo el espíritu iconoclasta de una generación de bandas que nació en los suburbios neoyorkinos y removió los cimientos de la escena musical estadounidense con una salvaje dosis de punk rock, con la que algunas quisieron tomar distancia de los ideales de paz y amor enarbolados por el movimiento hippie.
Debbie tiene 73 años y una larga historia personal que recorrer, la cual, de alguna forma, es la misma historia de un núcleo relevante de grupos estadounidenses y británicos que ha logrado sobrevivir al cambio de época e incluso a ellos mismos, y eso, en este caso, es lo más importante.
La cantante poco antes había dicho que iba a ofrecer el mejor show de su carrera en Cuba. Pero no hacían falta las palabras de rigor para quedar bien frente a las cámaras ni la prensa. Los cubanos que pudieron alcanzar una entrada para el teatro (en las afueras de la instalación la reventa rondaba los siete cuc), estaban dispuestos a comprobar como fuese si Blondie todavía era Blondie, en este concierto promovido en La Habana por el equipo de producción de Bonus Track.
Debbie sabía que no llegaban en su mayor gloria rockera a Cuba, pero se aplicó a fondo para estar a la altura de la leyenda tras la presentación de la influyente banda cubana Síntesis. Lanzó los primeros temas del repertorio y el público, especialmente los cubanos que se encontraban con una parte de su pasado, vieron que han transcurrido décadas, años, pero Debbie conserva el linaje que la llevó a todas las portadas de las revistas y de la historia del rock.
Los años, obviamente, han impactado en la vocalista. Su voz ya no es la de aquella chica que le dio duro a los micros para escupir su propia furia aderezada además con los ingredientes del regue, el pop y el rap. Sin embargo, la cantante sigue utilizando el poder de la música y la rebeldía como método de supervivencia y sigue siendo una hermosa criatura de escenario cuya actuación se convierte desde el principio en una inobjetable celebración de la vida y el arte.
Debbie hace lo suyo de puro oficio y lo hace además como si todo para ella fuera la primera vez. Y de alguna forma lo es. Blondie ha renovado su plantilla y ha fichado a músicos que se comen el escenario a lo bestia. Su tecladista Matt Katz-Bohen parece una versión moderna de Ray Manzarek (tecladista de The Doors) y le incrusta los ritmos new wave a la banda, como si estuviera poseído.
“Es un crack”, dice uno de los seguidores de la banda a mi lado con un pulóver de Rolling Stones. El músico parece que siempre tiene la mente iluminada a pesar de los sonidos ataviados por un manto de oscuridad que lanza sobre el teatro.
Debbie agradece a Cuba varias veces y dice que hace años quieran venir. Los cubanos en correspondencia aplauden y el grupo de estadounidense que viajó para ver a la banda también. Entre ellos había algunos que han seguido a Blondie desde sus mismos inicios. En uno los primeros asientos del teatro, uno de ellos, en silla de ruedas con una especie de aparato para respirar, aplaude y disfruta esa obra de arte en que se convierte Debbie encima de la noche.
La cantante es todo un monumento a la profesionalidad y la entrega. Su voz, a pesar de las grietas de los años, desgrana cada detalle como corresponde y su fuerza escénica destierra la amenaza del tiempo. Los guitarristas Chris Stein (fundador de la banda) y Tommy Kessler empujan e inspiran el viaje e intuyen cada movimiento de Debbie como si estuvieran dentro de su cabeza. Blondie carga con más de cuatro décadas, pero tras unos breves minutos los cubanos comprueban que la banda no ha perdido la fuerza ni la electricidad con que contagiaron a medio planeta.
Suenan los himnos Call me, Rapture y Heart of Glass y la exuberante rubia demuestra –por si hiciera falta– porque el mundo del rock está en deuda con ella y con otros espíritus libres de su generación, como Patti Smith. Los aportes de ambas a la consolidación de la mujer dentro de un género machista, como son el rock y el punk, fue determinante, aunque ambas cantantes hayan seguido caminos diferentes.
Debbie explotó su sensualidad, su brillo, sus dotes femeninos, mientras Patti nunca dejó de ser la artista que apareció en la portada del disco Horses retratada por Robert Mapplethorpe, con quien tuvo un amor casi adolescente lleno de intensidad y desgarramientos.
Debbie pasa revista a los temas de su disco Pollinator. El álbum, para decirlo por lo breve, es una joyita dentro de la obra de Blondie y ha vuelto a recuperar las miradas sobre la banda que ha fortalecido las paredes del edificio de su historia en los últimos tres años. La cantante se mueve sobre el escenario como una chica de 20.
Ella sabe que es un símbolo y se muestra a la altura. Su magnetismo irradia a todos y traduce cada tema con los movimientos serpentinos de su cuerpo. Se queda como una estatua cuando las narrativas de la canción lo exigen, mira al cielo, a las luces de la pantalla que producen un efecto alucinógeno y regresa desde otra órbita para continuar con un performance que conoce al dedillo. Como la estrella que es y que parece no tiene intenciones de abandonar.
La cantante, que con solo 70 años soltó la perla de que no quería ser atractiva, sino follable, es toda una revolución. Le pone una tremenda energía a cada tema que hasta para sus seguidores más incuestionables que viajaron desde el vecino del norte, parecen acabados de estrenar.
Debbie es una cantante que ha hecho trizas las versiones más tímidas del feminismo, le ha gastado más de una broma a las feministas de barricada y ella, que implosionó el orden impuesto por los punkies más rabiosos, que compartió las noches ásperas del CBGB con los impresentables Ramones e Iggy Pop, se ha construido su propia versión de lo que es ser una feminista de respeto. Y ha reunido bastantes méritos en las noches más salvajes para tomarla en cuenta.
Todo en el concierto de los estadounidenses está lleno de alegorías. De símbolos, De imágenes de la evolución del rock y de la cultura pop. Y de la propia evolución de la banda desde sus raíces hasta el presente de esa maquinaria bien engrasada que es.
Clásicos como The Tide Is High, Atomic y Dreaming son otros de las termas con que ataca la banda. Ya han estado casi dos horas dándole duro a las máquinas y Debbie luce con la misma energía con que trepó al escenario con su frase “Dejen de follar al mundo” y ataviada con ese breve ropa negra que hace recordar sus inicios en la larga noche del punk rock.
Son pocos, pero cada vez que hay un concierto en Cuba de un grupo de esta categoría, a muchos les asalta la idea de que vienen a la Isla para a revivir viejas glorias y a alcanzar, de paso, un buen golpe de promoción internacional. Pero cuando uno ve a una banda como Blondie tocar con esa energía descomunal y a una veterana cantante como Debbie Harry empujar el concierto con una envidiable vitalidad, las interrogantes se despejan y nos podemos acostar con el recuerdo de que vimos frente a nosotros a un grupo que ocupa un lugar fundamental en la evolución de la cultura popular y a una cantante que, a sus 73 años, sigue empeñada en cubrir sus ausencias de una época a la que pudo sobrevivir y mantenerse en pie como una de sus grandes exponentes.
Pena habérmelo perdido. Saben si se puede encontrar esta presentación en Internet? Por cierto, notable artículo. Gracias.