El son en el futuro de Cuba

Este 8 de mayo Cuba celebra por primera vez el Día del Son

El sonero Adalberto Álvarez junto a otros músicos. Foto: Adalberto Álvarez y su son / Facebook

¿Qué se celebra hoy en el Día del Son Cubano? No se trata de un homenaje a un género, a un estilo o una forma de bailar. Cualquiera que se remita solamente a esos atributos estaría soslayando la verdadera razón de una fecha que debía haber sido legitimada desde hace mucho tiempo. Cuando se celebra el son, se está haciendo, ante todo, un acto de justicia hacia un género entronizado en la identidad nacional de Cuba, a uno de los grandes aportes de la cultura de la Isla a la cultura universal.

Desde el son se puede contar no solo la historia musical del país, sino también esa otra gran historia: la de una nación que ha tenido en esa música una forma de expresión de sus pasiones nacionales, de su fervor, de sus luchas, políticas y sociales, de sus crisis y también, por qué no, de sus sueños aplazados. Se sabe que no son pocos los cubanos que han establecido una perenne complicidad entre esos fulgores de leyenda que —a través de la música y el baile— han sido (y son) mecanismos para olvidar el peso de la realidad o encontrar la calma y el asueto, para retomar la vida diaria.

Desde hace años han sido varios los intentos de instaurar en Cuba un día que privilegie la herencia, la tradición y permanencia del son como un género que, a pesar de descalabros promocionales, desconocimientos y la amenaza del olvido, sigue siendo uno de los mejores representantes de Cuba en el mundo. Se sabe que donde no triunfa el discurso político o se fractura el diálogo, la música y los músicos vencen. Ciertamente, la música tradicional cubana siempre ha sido un territorio para el entendimiento y para la comprensión, y ha contribuido de manera notable a que el nombre de Cuba cobre lustre internacionalmente.

Ya instaurado este día se pueden mencionar cientos de artistas que podrían recordarse hoy, tantos compositores que han logrado que el son mantenga características propias que, si bien se han ido adaptando a la exigencias de los tiempos, nunca ha perdido esa esencia a través de la cual se puede observar, en efecto, la historia de Cuba.

Una jornada para el son cubano “donde caben todos”

Entre esos nombres que han hecho suyo el destino del son y han batallado por recuperarlo en sus distintas dimensiones para el presente, aparece en primer lugar el de Adalberto Álvarez, quien ha dedicado una parte muy notable de su carrera a ponderar este género y entregarlo como un patrimonio valioso a las nuevas generaciones.

Su trabajo, junto al de otros artistas, ha dado evidentes frutos. Hoy esa forma de expresión ha venido recuperando el terreno perdido décadas atrás ante la irrupción de otros estilos, sobre todo aquellos procedentes de la escena urbana que han sido adoptados por los más jóvenes como una forma de vida o de manifestar sus intereses generacionales, influidos por su anclaje universal y por la promoción desmedida en el circuito nacional.

Hay, no obstante, un grupo de orquestas noveles y de artistas que han incluido en su repertorio al son o lo han colocado en el centro de su propuesta creativa, algo que, al menos en el circuito capitalino, no era habitual años atrás, a pesar de la consabida entrega y esfuerzo realizado por grupos que, con años en la carretera, siguen prestigiando la tradición.

Lo que ha sucedido en Cuba con el son y otras músicas consideradas de raíz ha sido, digamos, curioso. En una buena parte de los países latinoamericanos identificados por el arraigo de su historia musical, el cambio de siglo no supuso dejar a un lado esos ritmos instalados en las fortalezas de su cultura. No es una sorpresa llegar a países como México, Brasil o Argentina y trabar contacto desde que uno pisa el aeropuerto con sus músicas originarias, entre las que se encuentran el tango, la bossa nova o las rancheras.

Es cierto que en todos esos países, y en el mundo en general, también han dominado con fuerza los medios de difusión estilos como el reguetón y el trap, pero nunca se han echado a un lado las raíces en los circuitos más establecidos de la música, ni se han privilegiado géneros, ya no tan nuevos, que llegaron para quedarse. En cambio, se han logrado fusionar con diferentes estilos para sobrevivir y ampliar su repertorio, algo que es válido y habla mucho también del arraigo cultural de los distintos países en los que nacieron o han sido adoptados.

En Cuba, sin embargo, se ha visto cómo las músicas tradicionales han sido relegadas para dar relieve a otras que se podrían escuchar sin demasiada dificultad en cualquier región del planeta. Ha resultado común escuchar en los hoteles, centros turísticos o en cualquier otro lugar del circuito de entretenimiento de la Isla géneros que no encarnan la tradición del país y que tampoco eran lo que muchas personas venían a buscar en Cuba. Así, el son había quedado relegado a grupos de músicos, ya sean o no de formación académica —es lo menos importante en este caso—, que interpretan canciones de la tradición como mero divertimento o búsqueda económica en las esquinas de La Habana Vieja o en otro destino turístico o de esparcimiento.

Tomando distancia de ese contexto particular, el son fue también desplazado de los medios, que, enfocados en buscar mayor audiencia u otro tipo de ganancias por la promoción de otros estilos, se enfocaron en una contemporaneidad muchas veces falseada. Sin embargo, como dijimos, tanto el son como otros géneros de raíces han venido ocupando progresivamente un mayor protagonismo en el panorama sonoro del país, gracias al empeño de artistas, productores y promotores que han girado la paleta de interés y le han dado realce a una sonoridad que, anclada en matices contemporáneos pero sin perder el arraigo en la tradición, crece en el repertorio de diferentes orquestas.

Incluso, es posible escuchar hoy en la Isla propuestas sonoras que se han empeñado en imbricar géneros urbanos con células rítmicas del son, un fenómeno que también habla de la riqueza de esta música y de la inmensidad de los aportes que todavía puede dar si se toma como un género presente, y no como testimonio del pasado.

El Día del Son Cubano coincide con el aniversario del nacimiento de Miguel Matamoros, un artista de leyenda al que Cuba debe varios de los más grandes himnos su historia sonora. La celebración de la fecha tampoco es fortuita. Calificado como “el Rey del Son”; Matamoros es uno de esos músicos a los que siempre hay que mirar cuando se hable, no solo del son cubano, sino de su capacidad de asimilación con otros ritmos y de lo que significa ser un artista adelantado a su tiempo.

Más de un siglo después de su nacimiento, su obra sirve también de apoyatura para explicar los aportes y la vigencia del son cubano, género sobre el que descansa la identidad de un país lleno de artistas, como el propio Adalberto Álvarez: saben que si una nación hipoteca su música se arriesga a quedarse sin presente. Y lo peor: sin futuro.

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