No tuve que preguntar mucho, enseguida supieron a quién buscaba. Es una pena decirlo: como ella quedan muy pocas. Por eso he venido a este bar. Tienen razón los escritores. Los lugares que funcionan de noche, no deberían nunca ser vistos a la luz del día. Todo el polvo, todas las penas que cuentan esos bolerones, parecen salirse de las canciones y rondar como demacrados fantasmas diurnos. ¡Ahí está ella! Apenas me escucha llegar, se ilumina, y como si todos los bríos de antaño regresaran a su cuerpo, ya no hace falta siquiera preguntarle más.
Sí, periodista, yo soy esa victrola que le dijeron. No le voy a decir mi edad, eso no se pregunta, pero sí le puedo contar porque yo estuve, ¿sabe? Entonces, ¿usted quiere escribir sobre Freddy? Pues sí, yo la conocí. Ella era sirvienta y por las noches venía a donde yo trabajaba. Es más, yo la oí cantar, ahí, sentadita al lado mío, en la barra del Bar Celeste. Acompañada, a veces de algún disco mío, y otras, solo por su propia voz. Que le bastaba y le sobraba, en verdad.
¿Qué cómo era su voz? ¡Óigame, aquello era enorme, casi como ella! Seguro ya le contaron que Freddy era gorda, muy gorda, dicen que pesaba más de trescientas libras. Y negra. Y pobre. Sí, hay fotos, usted la podrá ver. Era gigantesca. Aunque hasta con eso se especula. Los pocos que hablan de ella, cada vez que lo hacen, le suman libras de más. Déjeme contarle que de Freddy hay un montón de cosas que no se saben a ciencia cierta. Dicen que su nombre era Fredesvinda García Herrera. Pero otros le ponen Fredelina, y como segundo apellido, Valdés. Unos escriben que nació en Matanzas, y otros en Camagüey, y que vino a trabajar de doméstica en La Habana. Que si nació en el 33 o en el 35… Tampoco se sabe bien en qué lugar de Puerto Rico está su tumba. Porque allí murió, en el año 1961, cuando le quedaba un mundo por cantar.
Claro, me preguntó por su voz, es que con los años a veces me disgrego. ¿Usted conoce The man I love, esa canción de George Gershwin? ¿O Night and day, de Cole Porter? ¿O Noche de ronda, del maestro Agustín Lara? Pues tiene que oírlas cantadas por Freddy. Verdad que el arreglo que quedó grabado no es el mejor. A esa voz no le hacía falta ese orquestón detrás. Y la letra en castellano está un poco a martillazos. Pero la voz, ay, qué voz.
Mire, no es la voz limpia de Ella Fitzgerald, o la desgarradura resignada de Billie Holiday, o ese aire tranquilo y seguro de Etta James. Pero es todo a la vez, en una mezcla monstruosa, sobrehumana y divina, como su cuerpo. La Freddy tenía un trueno en la garganta. Pero no un trueno bullanguero y efímero, sino como un río grueso. Intenso y tranquilo. Un trueno delicado con el que de seguro trataba de sacarse toda la tristeza de su alma, y que dejaba caer despacio, empapando a quien la oía. Un trueno que ella sabía afinar, engrosar o dejar flotar, según se lo pidiera cada canción. Hay que sentir cómo esa voz baja y nos moja de dulzura, de dolor, de nostalgia. Qué tremenda contralto.
Sí, dejó un disco. Solo uno, por desgracia. Se grabó en 1960, con el sello Puchito, de Jesús Goris: Noche y día (Freddy con la orquesta de Humberto Suárez). En otra versión, creo que más moderna, le pusieron Freddy. La voz del sentimiento. Y luego ha tenido varias ediciones. Pero qué va. Yo que la oí, que la vi como lloraba a mares cada estrofa y parecía desangrar y sacarle hasta la última gota de vida, claro, entregándole la suya a cada canción que pasaba por su garganta, puedo decirle que en ese disco no está ni la mitad de lo que Freddy era. Y fíjese que ninguno de los autores que ella canta son de llegar y ya. A ver, busque, y dígame quién se atreve a cantar a Agustín Lara, a Piloto y Vera, a Consuelo Velázquez, a Marta Valdés. Hay que saber mucho para eso…
Dicen que sí, que después se hizo famosa y hasta apareció en un libro. Eso fue porque unos amigos de G. Caín (me parece que el baterista Eribó; o Códac, el fotógrafo, o Silvestre, no me acuerdo bien), lo llevaron a que la oyera cantar y él se inspiró en ella para una novela. Después de eso bien podían decirle La Estrella, como la canción que le hizo Ela O’Farril.
Cómo no… cómo no. Actuó en cabaret. Salió en la televisión. Nada menos que con Benny Moré y con Celia Cruz, creo que en un show de Partagás, si no me falla la memoria. Y trabajó en Venezuela, en México, en Estados Unidos. Hasta que se fue a Puerto Rico…
¿Ya se va? Claro, si le he dato una lata… Ojalá, como decía un verso de la canción de la O’Farril, Freddy se haya “convertido en una estrella y brille en la eterna noche”. De todos modos, periodista, la próxima vez que llueva, escuche, escuche con calma… A lo mejor alguno de esos truenos, de esos que se oyen lejanos y demoran en apagarse, es culpa de la Freddy. Quién sabe si por allá arriba, en algún cielo, su voz sigue llorando todavía un bolero, para consolarnos la tristeza. Tal vez, cuando me acabe de romper, va y pueda volverla a acompañar con uno de mis discos, como hacíamos en el Bar Celeste. Y ya, que se me humedece la aguja y no me sale la voz; váyase que le coge tarde. Chao, periodista. Y vuelva cuando quiera…