La trova es una de las ramas más sólidas de ese árbol lleno de ramificaciones que es la cultura cubana. Sus contribuciones han definido la obra de generaciones y han llegado al presente cubano transfiguradas, diversas y multiplicadas en el quehacer de jóvenes artistas que las han tomado como referencias para componer y crear temas que beben de los orígenes de ese vasto legado y lo universalizan.
Es cierto que, por su peso en la historia nacional, la trova debió haber sido declarada Patrimonio Cultural de la Nación desde hace varios años. Pero bien visto esa decisión, comprendida en toda sus dimensiones, puede otorgarle mayor empuje, actualidad y arraigo a una tradición que por otro lado es desconocida por una amplia franja de cubanos, sobre todo de las nuevas generaciones.
Pero, ¿cómo llegan la trova, su legado y sus exponentes a este momento? ¿Cómo se manifiesta ese enorme horizonte creativo en los medios de comunicación cubanos? ¿Qué han hecho las instituciones para impulsar la permanencia de ese escenario creativo?
Esas son preguntas esenciales que deben acompañar este hecho y que debería potenciar nuevos debates sobre el calado y la vigencia de este género para arrojar mayores luces sobre sus cultores. De lo contrario, podría ser simplemente otro pie de página al borde la historia.
La trova ha sido declarada patrimonio en una de las épocas más difíciles y complejas para los que en Cuba se han decantado por hacer del centro de su carrera este tipo de canción.
Hace algunos años atrás el escenario era diferente. Existían con regularidad mayores espacios para la promoción, los festivales de trova a nivel nacional tenían mayor visibilidad, y los medios de comunicación le prestaban mayor interés a la obra de los creadores. ¿Qué seguidor de las corrientes musicales menos promovidas no recuerdan, por ejemplo, la columna “Los que soñamos por la oreja”, del periodista Joaquín Borqes Triana, en Juventud Rebelde, donde aparecían con frecuencia reseñas o comentarios sobre la canción de autor en Cuba?
Se podrían mencionar otros espacios que han desaparecido, de la migración de muchos jóvenes trovadores que en la isla venían desarrollando una obra muy atendible o el cambio de propuesta de algunos cantautores para alcanzar mayor reconocimiento mediático y llegar a mayores escenarios, en detrimento de la propuesta que defendieron inicialmente.
Sin embargo, existe otra interrogante que debería circundar a los que se interesan por estas obras alejadas del circuito mainstream. Por ejemplo, ¿dónde se puede escuchar en vivo a jóvenes trovadores hoy en el país?
Más allá de los actos políticos, existen muy pocos espacios que con regularidad acojan a trovadores y que cuenten con un respaldo promocional coherente y sistemático.
En el Pabellón Cuba el trovador Silvio Alejandro, con el apoyo de la Asociación Hermanos Saíz, ha logrado mantener durante varios años su peña Tres Tazas, por donde han pasado trovadores de distintas generaciones.
En el club Barbarán se realizaban conciertos bajo el nombre Candil de Nieve, que se fueron apagando hasta prácticamente desaparecer y los grandes conciertos de trovadores que se realizaban años atrás, al aire libre, en los escenarios capitalinos ya son pasto para el olvido.
Por fortuna, continúan festivales como el Longina y la peña de La Trovuntivitis, liderada por esa tropa de juglares de Santa Clara que han encontrado la fórmula para permanecer, algo que es digno de toda la admiración y respeto en estos tiempos que se entonan con las letras del desarraigo.
En La Habana, un lugar como La Bombilla Verde, ha puesto de relieve que la trova y otros géneros afines pueden ser perfectamente programados en negocios con una gestión privada, algo que no es muy habitual en la isla. Cuando excepcionalmente ocurre, en este tipo de establecimientos casi siempre se apuesta por nombres más conocidos de la música cubana.
La Bombilla Verde ha demostrado que este tipo de negocios en Cuba puede dar refugio a músicos poco conocidos sin descuidar la rentabilidad.
Por otro lado, es muy preocupante el poco interés de los medios de comunicación por la carrera de muchos noveles creadores que han apostado por hacer trova en un contexto adverso como no lo era en años anteriores.
Si uno realiza el ejercicio de revisar semanalmente los diarios de la isla o los programas televisivos, apenas encontrará detalles sobre sus trayectorias o las manifestaciones creativas sobre las que levantan su trabajo.
Lo anterior sucede habitualmente en la isla con la mayoría de los cultores de la trova pero con los “clásicos” el panorama es realmente desalentador. En este punto surgen otras preguntas: ¿dónde se puede escuchar hoy con regularidad la música de María Teresa Vera, Sindo Garay, “Teofilito”, Pepe Sánchez, por solo mencionar a algunos de los fundadores de la trova? ¿Las nuevas generaciones de cubanos saben sobre qué legado se ha sostenido su música y su cultura?
Las respuestas son harto conocidas e incluso han definido varios debates culturales desde hace años, los cuales hasta el momento no han arrojado frutos que aporten a la visibilidad de los orígenes de la cultura cubana.
Eso por no poner los reflectores sobre la escasa promoción que se da a nombres raigales de este ámbito en instalaciones o centros turísticos, que reciben en muchos casos a personas interesadas en conocer en mayor grado la música que ha dado al país ese brillo a nivel mundial.
Y en esa expansión, a no dudarlo, tienen mucho peso nuestros primeros trovadores que junto a los que hoy apuestan por este género merecen otro acto de justicia, junto a la firma que declaró a la trova como patrimonio cultural de la nación.