Liberace en La Habana: el kitsch indetenible

El Liberace que se presentó en La Habana era aún un hombre sobrio. Todavía su vestuario podía catalogarse de elegante, en comparación con lo que vendría años después...

Foto: Archivo Ana Gloria Varona.

Lejos de ser un genio, su desempeño como pianista y su innegable carisma podrían haberle bastado para hacerse de fama y dinero, pero él prefirió aderezar ese camino: Liberace ha terminado siendo recordado, quizás más que por su música, por sus estrafalarios outfits, sus enormes sortijas en los dedos de cada mano, y por el sempiterno candelabro sobre su piano de cola. Wlatziu Valentino Liberace (West Allis, Wisconsin, 16 de mayo de 1919-Palm Springs, California, 4 de febrero de 1987) ha devenido símbolo del performance grandilocuente y el enceguecedor brillo de las lentejuelas. Era más que un concertista, un espectáculo que duró triunfal varias décadas en los escenarios norteamericanos y del mundo. El cine nos lo trajo en años recientes con el multipremiado filme Behind the Candelabra, dirigido por Steven Soderbergh, que aborda un momento puntual y tardío en la vida del controversial pianista: su relación pasional con el joven Scott Thorson —encarnado en el filme por Matt Damon—, a través de un guion basado en el libro de memorias del propio Thorson, entre otras fuentes.  Michael Douglas personifica aquí de manera genial a un Liberace ya lejos de su juventud, pero que conserva aún el talante y la certeza de ser la megaestrella de fama mundial, el personaje que se construyó para sí mismo casi desde la adolescencia para enfrentar defectos físicos y preferencias personales.

Con un repertorio ecléctico en el que podía asumir de manera muy personal —a veces cuestionable— obras clásicas de Liszt, Chopin, Gershwin, Strauss, hasta conocidas piezas del american song book o temas folklóricos, en los momentos en que llega a Cuba por primera vez el pianista de ancestros polacos e italianos estaba en la cúspide de la fama en su país, Estados Unidos. Tras comenzar desde abajo tocando en cines, bares, fiestas privadas y bodas, este fogueo y su inteligencia le permitieron escalar en su incipiente carrera y ya en los 40, había hecho de Las Vegas su lugar fetiche, desde donde refuerza su sentido del espectáculo y crece más allá de lo que hubiera él mismo imaginado. En 1955 había ganado 50 mil dólares por semana en el Riviera Hotel & Casino de Las Vegas y percibía más de 1 millón por apariciones públicas y en programas de televisión, medio en el que ya había instalado su estilo y su condición de artista altamente rentable.

Su piano penetra en las casas de los estadounidenses y también su imagen, que todavía no alcanzaba el momento cumbre en su exageración y barroquismo. A medida que va convirtiéndose en un mito de la cultura pop en Estados Unidos, los críticos son más severos ante su pianismo, Liberace se defiende negando su condición de concertista y validando los modos en que verdaderamente se realiza: los de un consumado showman.

Los discos que había grabado antes de llegar a La Habana exhibían escaso o nulo contacto con la música cubana, a excepción de Malagueña, el clásico de Ernesto Lecuona, que incluyó en su primer LP The Priceless Piano of Liberace, replicado luego en otros álbumes y mantenido por mucho tiempo en su repertorio. Sería quizás el primer y único contacto con Cuba antes de las dos visitas que hiciera en 1955 y 1956, aunque años después incorporaría a su performance algunos elementos rítmicos afrocubanos, en las manos de percusionistas como el cubano Rogelio Darias.   

La Habana entonces era una de las plazas más fuertes para el espectáculo en el ámbito continental, los empresarios del showbussiness traían a la capital cubana a grandes artistas de Estados Unidos, México, Suramérica y Europa bajo contrato de actuación o, simplemente, en calidad de celebrities que, con su sola presencia, daban realce a los grandes centros de las noches turísticas. La Habana estaba de moda y Liberace, como un turista más, la visita a inicios de 1955 —de incógnito, reconoció él riendo con picardía—, y fue espectador, entre otros sitios, en el cabaret Montmartre, donde se dejó fotografiar junto a algunos conocidos músicos cubanos como los pianistas Felo Bergaza y Rene Urbino, el cantante Miguel D’Gonzalo y el saxofonista Osvaldo “Mosquifín” Urrutia.

En 1956, precedido de un colosal despliegue mediático y cargando con toda la fama conquistada, llega para actuar ante el público cubano contratado por Gaspar Pumarejo, su proyecto-empresa Escuela de Televisión y Telemundo Canal 2. Contratar a Liberace era no solo una idea oportuna, sino también un reto jerarquizador para Pumarejo y sus empresas mediáticas. En agosto de 1956 el controversial pianista se encuentra trabajando en Miami, en el fabuloso y renovado hotel Eden Roc, como figura principal de un show con su orquesta acompañante dirigida por Gordon Robinson y su inseparable hermano, el violinista George Liberace. Con la aventura cubana, sería la primera vez que esta orquesta se presente fuera de los Estados Unidos. 

En una línea desbordada que iría in crescendo, Pumarejo fleta un avión para ir a Miami en busca de Liberace. Viaja en él un grupo de periodistas de los principales medios cubanos para adelantar las noticias sobre la inminente llegada del pianista y acompañar al divo en vuelo a la capital cubana, donde ya había cautivado con su filme Sincerely Yours, que aún se exhibía en cines; circulaban sus discos y también las anécdotas que alimentaron la leyenda del divo del kitsch, más allá del músico: mansión con piscina en forma de piano, profusión de joyas y antigüedades, diseños con pianos y candelabros por doquier, colección de pianos en miniatura, incluida una réplica del de su mentor Ignacy Paderewsky, y brillo, mucho brillo…

La noche antes de la partida hacia La Habana, Pumarejo ofrece en el recién remozado Eden Roc una lujosa cena en honor al pianista, en un salón decorado en rosado, donde todo era rosado —manteles, servilletas, y hasta la chaqueta que lucía Liberace— y donde no faltan candelabros múltiples, piñas luminiscentes rellenas de cocktail de frutas tropicales, ni un inexplicable y enorme cake en forma de piano decorado con pentagramas y notas musicales.

En el aeropuerto de La Habana, el martes 21 se detenía el tráfico aéreo por unas horas al momento en que arribaba el avión que traía al divo y su séquito, para que nada interrumpiera el esplendor del show de bienvenida que Pumarejo había organizado, con músicos y bailarines en la mismísima pista de la terminal aérea. La revista Bohemia reconoció que lo que parecía imposible, lo había logrado Pumarejo. Telemundo y Canal 2 transmitieron en directo y por control remoto el desmesurado recibimiento, siendo considerada por la prensa en ese momento como una de las transmisiones más sintonizadas desde el establecimiento de la televisión en Cuba, El desborde publicitario no cesó en periódicos, revistas y anuncios de televisión en Cuba y Estados Unidos.

El teatro Blanquita (hoy Karl Marx) abrió sus puertas al único concierto-espectáculo de Liberace en La Habana el 26 de agosto de 1956, transmitido por control remoto durante dos horas y media en el espacio del programa Con Competidora por Telemundo Canal 2. Sin descuidar ni un minuto a su audiencia local, Pumarejo dedica el evento en exclusiva a las decenas de miles de mujeres y amas de casa afiliadas a su proyecto televisivo Hogar Club.

Para entonces, ya Liberace había decidido llevar a los clásicos de la música universal a su zona de confort a través de recreaciones que suprimían las partes más “aburridas” de esas piezas —según él mismo explicaba—, aderezándolas con toda suerte de notas y arpegios más “actuales”, al tiempo que incluía en su repertorio temas muy populares como Stardust, Sophisticated Lady, Laura, Cuentos de los bosques de Viena, y muchos otros. Fue un espectáculo digno de un gran showman, donde cantó, bailó y conversó con el público. El Liberace que se presentó en La Habana era aún un hombre sobrio. Todavía su vestuario podía catalogarse de elegante, en comparación con lo que vendría años después, cuando los discretos trajes blancos o negros con comedidos adornos, —en muchos casos diseñados a medida por Christian Dior—, dieron paso a las capas llenas de pedrería, los fracs saturados de lentejuelas y brillos, los sortijones imposibles, y la más increíble parafernalia con la que, al parecer, quiso paliar el paso inexorable del tiempo.

La prensa cubana catalogó de exitosa la maniobra publicitaria de Pumarejo en la audaz y costosa contratación de Liberace con su orquesta. Por lo general los medios fueron complacientes y elogiosos hacia el pianista, aunque a algunos, como Emma Pérez, en su crónica semanal en la revista Bohemia, no les faltó sarcasmo:  “…Liberace —que gana más en uno de sus programas de lo que ganaba Einstein por un año de trabajo en la Universidad de Princeton— nos muestra la pechera de su camisa y la ondulación de su pelo, factores de su popularidad, más que su piano. Pero no debemos exagerar. Comparado con otros elegantes de nuestra época, Liberace es un modelo de discreción.”

En La Habana, Liberace tuvo tiempo para almorzar el sábado 25, en vísperas de su debut, con algunos de sus anfitriones y amigos en el restaurante La Terraza, en Cojímar, donde les obsequió corbatas personalizadas con las iniciales de cada uno, y juegos de yugos con la imagen de su sempiterno piano.

Pero quizás el evento que más trasciende es su presencia en Tropicana, la noche del 22 de agosto: el divo quiso homenajear a su anfitrión Gaspar Pumarejo, a las empresas patrocinadoras y los periodistas con una cena de gala, y para ello no encontró mejor marco que el gran cabaret. Aquí la explosión kitsch alcanzó un escalón superior: Martin Fox y Alberto Ardura, dueño y director artístico, se emplearon a fondo para impresionar al pianista llenando Tropicana con un ambiente de lujo que, suponían, era similar al que solía rodearle. Diseñada y construida especialmente para la ocasión, una enorme mesa en forma de piano de cola con su teclado y los infaltables candelabros en profusión, acogieron a Liberace, su séquito, la gerencia de Tropicana, críticos de prensa y algunos personajes locales. 

Foto: Archivo Ana Gloria Varona.

En el escenario del salón Bajo las Estrellas, el humorista Armando Roblán sacó sonrisas del pianista norteamericano con su imitación personal, en interacción con Milos Velarde otro cómico en el elenco de los shows en cartelera esos días, cuyo elenco actuó esa noche para Liberace.

La nota culminante la puso la primera bailarina Ana Gloria Varona (Banes, 5 de marzo de 1933 – La Habana, 21 de marzo de 2011), cuando se acerca a la mesa principal e invita a Liberace a subir al escenario a bailar con ella. El pianista no estaba ni estuvo nunca programado para actuar en Tropicana, no fue contratado para ello, pero la iniciativa de Ana Gloria permitió que, en rigor, sí se pueda decir que el divo actuó allí: con su espontaneidad y carisma, Ana Gloria llevó de la mano a Liberace hasta el escenario mientras la orquesta de planta de Tropicana, dirigida por Armando Romeu Jr. se disponía a acompañarles. Lo que ocurrió después quedó plasmado en fotos: Ana Gloria puso literalmente a bailar el divo norteamericano.

Foto: Archivo Ana Gloria Varona.

Al dorso de una de esas fotos, Liberace estampó su dedicatoria autógrafa a la cubana, sentenciando lo que ya todos sabían:  You are sensational!

Foto: Archivo Ana Gloria Varona.

Con solo 23 años, Ana Gloria formaba entonces, con Rolando García, una de las parejas de baile más populares y largamente recordadas del cabaret cubano. Comenzó muy temprano, cuando con apenas 13 años, su padrino de bautismo, el gran Miguel Matamoros la vincula como una atracción al Conjunto Matamoros en algunas presentaciones en Cuba y Santo Domingo. En Tropicana comenzó tan joven que fue allí donde festejó sus 15 años, y muchos de los momentos más legendarios del cabaret están asociados a su nombre. Como éste, la presencia de Liberace en La Habana, de la que sus fotos con Ana Gloria en Tropicana se han convertido en el recuerdo más duradero.

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