Mateo Kingman: “No soy el hiphoper amazónico”

Foto: Abel Carmenate

Foto: Abel Carmenate

En la selva ecuatoriana, a dos días de camino de la civilización, solo y extrañamente perdido, Mateo Kingman sintió que se convertía en parte de la Amazonía. Él, la tierra, el lodo, el bosque. Él, parte de la Cordillera. En aquella mímesis, en medio del desconocimiento, el cantante y compositor andino se unió a ese tumulto de elementos naturales que avanzaban “a quién sabe dónde”, pero que llevaban el sello de todo lo cotidiano y salvaje que podría contener aquel lugar.

Dentro de la vegetación Kingman, de 24 años, de Macas –un pueblo a 240 kilómetros de Quito–, que venía de visitar una de las comunidades milenarias en el Ecuador, escribió: “Yo me convierto ahora en un animal./ Mente de agua, corazón itahua./ Yo me vuelvo parte de todo el retamal./ Me vuelvo un poco más normal. Todo se fragua. /Y soy el aire verde-azul. ¿Qué emana el bosque? Oxígeno./ Muy necesario para el mundo./ Básico. Soy líquido. Célula de ruido”.

Más tarde, a esa relación de palabras, el músico incorporaría sonidos ancestrales y electrónicos. Más tarde, esa relación de palabras devendría en la canción “Sendero del monte”, primer track de su álbum debut Respira que saldría bajo el sello AYA Records, y con el cual desordenaría el circuito de world music en Europa y Latinoamérica.

De esa necesidad que tiene Kingman de dialogar con el entorno amazónico surgiría luego, o quizás un poco antes, otro tema incluido en el disco: “Lluvia”. Una canción húmeda y verde –muy verde–, escrita en ese momento del año donde en la Amazonía ecuatoriana las temporadas de calor parecen interminables y el bosque, la gente, los animales, piden agua, mientras todo muere inevitablemente. Un canto al diluvio, a la vida si se quiere, que se traduce acaso en el tema más significativo del álbum y que nos remite a un escenario selvático donde el viento, las aves, la tormenta, son parte de la composición.

Mateo Kingman. Foto: Abel Carmenate.
Mateo Kingman. Foto: Abel Carmenate.

Y es que eso tiene Mateo Kingman: su música transita por los senderos de la experimentación. Mezclando sonidos naturales capturados en una grabadora digital, el ecuatoriano busca la convivencia armoniosa entre estos, las letras, los elementos electrónicos y el folklore, siempre persiguiendo un último propósito: mantener la esencia de las canciones.

“La canción es la espina dorsal”, dice a OnCuba el músico ecuatoriano, quien por estos días visita La Habana a propósito de su concierto este viernes 16 de junio en la Fábrica de Arte Cubano, como parte del programa de AM-PM “América por su Música”.

“Comencé a escribir y a buscar la relación entre los sonidos y las palabras cuando tenía 16 años. Pero no podía llamarles composiciones, eran solo melodías y armonías extrañas que no sabía de dónde venían porque no había tenido un profesor ni una formación musical. En aquellos tiempos no podía conceptualizar mi relación con la naturaleza, esa que se había convertido en lo único sobre lo que podía hablar, quizás por haber crecido en ella, rodeado de bosques, animales, ríos y plantas.

“La sensación más importante para mí en la vida es la acción de meterme al agua. Es un momento de presencia absoluta donde puedo liberar y disolver mi yo en el vacío. En los ríos me vuelvo loco. Todo esto es parte de mí y, por supuesto, de la música. No fue hasta que comencé a hacer el disco y a plasmar estas sensaciones en las canciones, cuando supe sintetizar mis experiencias en ese entorno poderoso y sencillo a la vez. Ese fue mi intento de explicar algo que solo podía sentir, aunque quizás no exista manera ideal de expresar lo que siento por la naturaleza”.

Fue con esas certezas que Kingman viajó a Quito en 2012, cargando cerca de cuarenta demos grabados caseramente. Fue también con esas incertidumbres que se presentó ante Ivis Flies, bajista, compositor, músico de estudio por más de 22 años y productor de los artistas más importantes de la escena musical en Ecuador.

En aquellos demos realmente Kingman no guardaba composiciones en el sentido estricto de la palabra. Llevaba, en realidad, cuarenta ideas, cuarenta expresiones, cuarenta cristalizaciones que no sabía cómo estructurar. “Para eso busqué al Ivis, para transformar aquellas ideas en algo más concreto. Aunque cuando llegué a Quito no sabía que el Ivis era el Ivis, no conocía de su trabajo en la producción ecuatoriana, en la música tradicional. Mi desconocimiento de la escena local era muy grande. Llegué por coincidencias pero porque tenía que llegar”.

Ivis Flies, sin embargo, le pidió a Kingman que regresara en dos años. Tras la decepción, él, que siempre tiene un plan B, decidió estudiar Biología. “Me dije, quiero hacerlo, y quiero hacerlo ya. Entonces me fui a Cuencas y me inscribí en la universidad. Ya había concientizado que no sería músico, cuando a menos de un mes de empezar los estudios, recibí una llamada de Ivis. Dijo que estaba con un amigo y que sentía que, efectivamente, había algo en aquellas ideas que valía la pena trabajar”.

Luego vino el disco, los elogios de Gustavo Santaolalla –ese gurú de la composición musical–, las aperturas en conciertos de Calle 13, Manu Chao, Ana Tijoux. En Respira, como en toda la poética kingmaniana, si bien la naturaleza andina es pura inspiración, lo cierto es que otras influencias se dejan entrever. Así, la relación de sus padres con los Shuar, pueblo milenario de la Cordillera del Cóndor, la convivencia con los mestizos amazónicos, las comidas, las festividades, las bebidas, los conflictos entre el mundo indígena y colono, son realidades externas que buscan posicionarse en su discurso.

Foto: Abel Carmenate
Foto: Abel Carmenate.

Pero si de influencias musicales habláramos, más allá de Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Papá Roncón, Segundo Nazareno, Los Beatles, Soda Stereo, Control Machete,  hay en Kingman un compositor y poeta venezolano que puso el listón bien alto: Simón Díaz. Al Tío Simón, el ecuatoriano le dedica su tema “Dame tu consuelo”, el cual responde a pulsiones más personales y que nació inspirado en ese hit latinoamericano que es “Tonada de Luna llena”, quizás, según confiesa, su canción preferida.

“Simón Díaz me acompaña en todos mis procesos: los de felicidad, alegría, vitalidad, pero también en el dolor, en la búsqueda, en la soledad. Cuando llegué a Quito me costó mucho adaptarme a la ciudad, a la gente, a sus ritmos. La soledad me pegó fuerte y, al no poder adaptarme, me replegué. Fueron dos años de ser un outsider total. En ese entonces ‘Tonada de Luna llena’ se me antojó como un llamado a la luna como mi único acompañante”.

 ¿Y cómo llegaste al hip hop?

“El hip hop es para mí, más que un género, una herramienta que encontré ante la imposibilidad de sostener una nota como melodía. No soy el hiphoper amazónico. Todo el mundo me ha encasillado como tal, cada cual puede tener sus lecturas, pero en realidad el hip hop es como esa apoyatura para poder hacer un acorde, una secuencia al piano. No soy guitarrista, ni pianista, ni siquiera soy un buen poeta. Tampoco soy un buen productor. Utilizo cada uno de estos mundos y les saco el máximo para poder hacer canciones en relación a lo que soy, a lo que puedo hacer”.

¿Qué es el Viejo Hombre de los Andes?

“Es mi proyecto alterno. Cuando llegué a Quito me encontré con músicos como Alejandro Mendoza, Renata Nieto, Sebastian Schmiedl, que exploraban la música andina, la música esmeraldeña del Pacífico de Ecuador. Al empaparme de esas sonoridades ancestrales encontré una materia prima increíble. Descubrimos las músicas de toda la zona andina, las estudiamos y luego experimentamos. Decidimos hacerlo sin reglas ni cánones, la intención era romper con todo.

“Con el Viejo Hombre de los Andes somos muy criticados por los puristas de la música tradicional ecuatoriana. Entendemos la música tradicional como un legado importante que respetamos mucho, pero también consideramos que la innovación a través de la tradición es lo que nos podrá sostener en el presente y en el futuro como artistas”.

¿Qué expectativas tienes con AM-PM y con tu primer concierto en Cuba?

Tengo que confesarte algo: mi mamá vivió muchos años en Cuba. Así que vine acá por su influencia. Este era un país que necesitaba conocer, no solo por la música que es increíble, sino por todos los procesos que ustedes han vivido. Tenía que saber por mí mismo, ver con mis propios ojos. Estoy contento de compartir esta música que tiene su origen en un espacio muy ajeno a Cuba, muy ajeno al mundo, pero que al mismo tiempo nos compete a todos. No tiene fronteras, es una región, un espacio natural que pertenece al mundo. Ahora, dentro de mi agenda oculta también está encontrar un productor para mi próximo disco. AM-PM es entonces el escenario perfecto.

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