Omar Puente: “Poner al violín en el lugar que se merece”

Eran las 6:00 pm de un lunes. Esperaba en la puerta del edificio a Omar Puente para nuestra entrevista, cuando lo vi llegar caminando, con el violín de cinco cuerdas colgando un hombro y un pomo de refresco en la mano. Sinceramente, no aparenta ser el músico exitoso que es, residente en Inglaterra desde 1995. El apartamento, con un balcón envidiable de cara a la Avenida de los Presidentes, tampoco parece pertenecer a quien ha compartido escenarios con John Williams, Robert Mitchell, Whitney Houston, Donna Summer y Kirsty MacColl, entre otros.

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El día que se fue solo a estudiar a La Habana, la aterrorizada familia no podía prever que aquel violín daría la vuelta al mundo en las manos de Omar. Nadie que lo hubiera visto en la beca, sentado frente al televisor un domingo cualquiera, haciéndose la boca agua con los programas de Nitza Villapol, e imaginando los olores de la comida del hogar; o pelando cables de teléfonos para obtener una cuerda Mi; o empatando las cintas de casetes con acetona para escuchar música brasileña, a Jonh Coltrane y a Miles Davis; nadie en lo absoluto podría haberlo imaginado. “Esa independencia lo ayuda a uno a ser más fuerte, a sobreponerse a los obstáculos”, dice. Por aquel entonces, después de terminar los estudios en el Conservatorio Esteban Salas, en Santiago de Cuba, ya Omar se había graduado en la Escuela Nacional de Arte (ENA) y continuaba sus estudios en el nivel superior, en la Universidad de las Artes (ISA).

“Sucedió que tuve muy buenos maestros: Evelio Tieles, por ejemplo, que ha sido el creador de la escuela violinística cubana, como lo hizo Leo Brouwer con la guitarra. También di clases con maestros rusos, porque en aquella había una relación muy fuerte con ese país. Y eran excelentes. Ese período educativo hasta los 16 años, sin interrupción, es un baluarte y una base muy sólida para mí”.

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Llegué tarde a la conferencia del Instituto de la Música, porque no se puede estar en misa y en procesión. ¿Y ese quién es?, pregunté sin respuesta. Omar Puente, disfrutando por estos días del sol en La Habana, hablaba sobre la reapertura y restauración del Teatro Miramar, en Playa. Decía sentirse muy satisfecho con los resultados de ese proyecto de reanimación, impulsado por la Campaña de Solidaridad con Cuba en Inglaterra, con la que se encuentra directamente vinculado.

“Fue en el Teatro Miramar donde tuve mis primeras experiencias con el público. Ese teatro siempre fue de mucha experimentación, de iniciación para los jóvenes. Por ahí pasaron muchos buenos artistas cubanos, entre ellos recuerdo a Patricio Wood y a Osvaldo Doimeadios”, explicó.

Después hubo crónica social, porque en todas partes del mundo hay equivalentes al barrio Romerillo, o Los Pocitos. “Cuando en Venezuela surgió un proyecto que se llama El Sistema, nació la famosa Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Con ellos tuvimos la iniciativa mediante la que se intentaba llegar a las zonas urbanas, a las comunidades de más bajos ingresos económicos, marginadas. Queríamos darle la oportunidad a los niños de esos lugares de convertirse en personas útiles para la humanidad; todo eso utilizando la música como herramienta. Ese mismo principio se está aplicando ahora en Inglaterra, en todo el país. El proyecto se llama In Harmony Opera North, y en eso estoy trabajando también”.

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En la Orquesta Sinfónica Nacional había que leer rápido. Es la escuela de las habilidades para quien acaba de salir del ISA. Cada semana se aprendía un repertorio nuevo, sin tregua ni tiempo. Omar veía que los más veteranos leían siempre una nota por delante de la que se estaba tocando, se aprendían los últimos compases de una página y continuaban tocando la siguiente, o con solo observar durante unos segundos cualquier patrón rítmico podían reproducirlo. Allí había que aprender a tocar en conjunto, a valorar los silencios como parte de la misma música.

Cada día, en los 15 o 20 minutos de receso, Omar aprendió a tocar el contrabajo de un amigo. Mucho recordó esa etapa en la Sinfónica cuando, en los primeros meses de su llegada a Inglaterra, el primer trabajo que encontró fue tocando el contrabajo en una orquesta. Luego llegó el jazz, si no fuera porque siempre estuvo ahí.

Omar-Puente

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The Best Foot Foward es la segunda parte de una organizada división de las etapas creativas que ha hecho Omar Puente de su propio trabajo. “El primer disco, From there to here, contiene todo lo que aprendí de la trompeta china, de la música celta, de la música de iglesia, de los coros de niños y de la música africana, sobre todo a raíz de mi concierto por esas tierras. Esta parte ya es sobre Omar Puente en Brasil, en Asia, en el Caribe, en Senegal; es sobre una nueva forma de escribir y de tocar, una nueva visión de mi carrera”, anunció.

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Gustavo Tamayo tocaba el güiro en la Charanga Típica del maestro Rubalcaba. Allí estaba también el renombrado contrabajista cubano Cachao y Joaquín Olivera (el Jilguero) con una flauta de palo. Omar Puente comenzó tocando danzón como si fueran obras de Brahms, y fue el hombre del güiro, sin conocimiento técnico musical alguno, quien le enseñó el fraseo correcto. Después, con la Orquesta de Enrique Jorrín (junto al señor Rubén González), aprendió el chachachá. Como resultado de aquel entrenamiento tenemos que hoy, cuando Puente toca a Brahms, sale también el danzón, la rumba y la guaracha.

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Hace años que imparte clases en Cuba cada vez que viene, lo más seguido posible. Incluso donó su libro Play violin in the cuban way, que es una recopilación de su experiencia en las agrupaciones que lo formaron. No es un libro de historia, sino de metodología, lo cual lo hace más peculiar aún que el propio hecho de ser un libro sobre violín.

“Que yo sepa, y puedo estar equivocado, no ha habido ningún violinista cubano que haya escrito algo así para el violín. Por cada libro de violín hay 50 de percusión, 100 de bajo y 200 de piano. Mi interés, y la función del texto, es poner al violín en el lugar que pienso se merece. Se trata del instrumento más representado en todas las culturas: está en el country, en la música gypsy, en la música rusa, en la charanga; pero en el jazz ha sido distinto, no se le ha dado el protagonismo que realmente tiene. La escuela cubana de violín es muy reconocida internacionalmente en el ámbito clásico, pero no tenemos tradición de jazz. Y eso hay que fortalecerlo también”, comentó el músico.

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En 1979 hubo un concierto en el teatro Karl Marx que convirtió a Omar Puente en un amante del Latin Jazz. Era uno de los primeros intercambios culturales entre Cuba y Estados Unidos después de enero de 1959. Allí estuvieron Rubén Blades, la Charanga 73 y, entre otros invitados, la orquesta Weather Report. De los integrantes de esa banda nos interesa el entonces joven Peter Ski, en el drums, y Wayne Shorter, uno de los maestros de jazz de todo el mundo.

“Ese concierto cambió mi vida. Yo quería hacer esa música, aunque no estaba ni remotamente preparado para hacerla. Pero cómo yo me sentí ese día, así quería que se sintiera el público que me escuchara a mí”.

Aproximadamente 20 años después, Peter Ski le mostraba al violinista cubano fotos en blanco y negro que conservaba de aquella noche. Y le confesó que, en aquel concierto, él tampoco estaba preparado para esa música.

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El hombre-violín no solo ha grabado con José María Vitier (en los inicios de su carrera), Frank Fernández, Leo Brouwer, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. También ha compuesto música para series de televisión, para ballet; ha arreglado música para el Cuarteto de la Habana; trabajó con la Orquesta Sinfónica de Venezuela en Inglaterra; ha competido en decenas de festivales; participó en la gira internacional de Denis Baptistes Let Freedom Ring, en conmemoración del 40 aniversario de I have a dream, el legendario discurso del Dr. Martin Luther King… Es un largo etcétera.

Hace poco, un amigo le recordó la pieza grabada con Vitier, y le tarareó la melodía. Omar Puente se sintió feliz.

Por: Rachel D. Rojas

Fotos: Cortesía del entrevistado

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