Un poeta en su(s) tiempo(s)

Premio Nacional de Literatura en el año 1999, reinventor de la Ciudad, uno de los pilares de la Generación del 50, César López recibe gustosamente a quien quiera conversar. Se levanta bien temprano, casi siempre de madrugada, y empieza a escarbar en papeles y proyectos por terminar.

Los ojos saltones atienden inquietos las preguntas de su interlocutor. Quien tantas entrevistas ha dado conoce bien que no es saludable fiarse del periodista. Hay que permanecer atento. Pero César finalmente se relaja y acaba recostado en el mueble de la sala, escuchando plácidamente la voz que lo inquiere. Amable y sin prisa contesta las preguntas. Sin exaltación alguna desmiente las falacias y e intenta sintetizar a toda una generación.

César López: cuentista, poeta, ensayista… graduado de Medicina por decisión propia. «Mi familia siempre me dejó elegir libremente –explica- aunque quizás a mi madre le hubiera gustado que estudiara algo vinculado con la pedagogía». Aunque César se ha consagrado a las letras, un momento en su vida le exigió ejercer como galeno, pero con disimulo «alguien» se lo impidió. Sin el menor rencor o exaltación repentina medita bien sus respuestas cuando avivo los recuerdos más agrios de su pasado. Sabe que le han hecho daño, a él y a muchos amigos. «Perdono –me dice-, pero no olvido.»

La plática se extiende. El tiempo con César es noble y parece prorrogar su estancia vital en la tierra. La emblanquecida cabeza engaña a primera vista. Aunque un caminar insólito y sesiones de fisioterapia limiten por estos días su gusto de andariego, López está tan activo como cualquier otro hombre, y su espíritu de poeta conserva muy buena salud.

Virgilio y Lezama, Ciclón y Orígenes

¿Cómo le fue a César en medio de Ciclón?

Llegué a la revista cuando estaba en tercer año gracias a Severo Sarduy. Él era un hombre de la cultura en Camagüey, y no más llega a La Habana hace contacto con Rodríguez Feo y Virgilio –no con Lezama, como muchos piensan. Severo, que ya había publicado en los primeros números de Ciclón y era vecino mío, me dice un día que en la revista están buscando escritores jóvenes, desconocidos, y que él quería llevar algo mío. (Yo sólo había publicado crítica en una revista bautista de la universidad que se llamaba Proa.) Y a las pocas semanas viene emocionado a decirme que se habían interesado en mis textos.

Por esa vía conocí a Luis Marré, uno de los poetas jóvenes más deslumbrantes del momento. El libro que luego publica, Los ojos en el fresco, es uno de los más bellos de nuestra generación. A Borges le interesó y Virgilio se lo llevó (a pesar de las discusiones que ambos tuvieron).

¿Tuvo alguna vinculación con el Grupo Orígenes?

En mi niñez y adolescencia había estado en la capital para ver a la familia o con el equipo deportivo de mi instituto; y cuando venía iba mucho a los teatros. A inicios de los 50 vine a La Habana para estudiar Medicina. Tuve la suerte de vivir aquí durante el auge de las pequeñas salas, cuando después de la puesta en escena de La puta respetuosa, comienza la fiebre del teatro. En esta ciudad había un movimiento cultural mayor que en Santiago de Cuba, que seguí continuamente sin dejar los estudios.

No conocí en persona a la gente de Orígenes aunque leía la revista y me enteré del sisma. Ni siquiera viví eso que dicen los investigadores de que en aquella época o se era de Orígenes, o se era de Ciclón.

Usted visitó también a Lezama.

Cuando regreso a Cuba voy a su casa por primera vez, y empezamos una relación que se mantuvo hasta su muerte. Los 60 años de Lezama (ya con los problemas del Caso Padilla andando) se celebraron en esta casa en que estamos conversando, con Portocarrero, Harold Gramatges, Juan David, y otros buenos amigos.

¿Cómo ha quedado Virgilio en su memoria?

Mucho se habla de su mal humor –que a veces lo tenía-, pero no de su simpatía. Cuando estaba simpático era lo más simpático, y cuando estaba pesado era pesadísimo. Para él lo más importante en la cultura era una realización. No podía dejar de reconocer una obra si era buena. Cuando se publica Paradiso, delante de Padilla, Pablo Armando, Bravo, Alcides, Díaz Martínez y yo, llama a Lezama (ellos llevaban como diez años sin hablarse, evitándose cada vez que se veían) y le dice –acentuando cierto modo amanerado al hablar: «Lezama, soy Virgilio Piñera. Yo no puedo estar peleado con el hombre que ha escrito un libro como Paradiso». Eso demuestra quién era Virgilio. Y entonces Lezama le contesta: «Sabía que me iba a llamar. Y le juro por las dos cosas que para mí son fundamentales: mi madre y la poesía, que bajo mi mano tengo el ejemplar de la novela dedicado a usted.»

Ahí se reconciliaron, después se pelearon otra vez, y todo termina como sabemos: con el poema que Virgilio hace en secreto por la muerte de Lezama. «Por un plazo que no puedo señalar/ me llevas la ventaja de tu muerte: / lo mismo que en la vida, fue tu suerte/ llegar primero. Yo, en segundo lugar.»

Virgilio era muy teatral (le encantaba actuar, sobre todo los monólogos de Fedra), y dominaba muy bien el francés. En mi casa a veces hablaba mucho con una de mis esposas que era de origen francés. Recuerdo una noche en que hicimos una reunión con Pablo Armando, Vicente Revuelta, Arenal y los Garatti, y Piñera recitó de memoria El Tigre, de William Blake, ¡y en un inglés muy bueno!

Ese era Virgilio. El mismo que cuando me voy para España –aún no había publicado mi primer trabajo en Ciclón– organiza un almuerzo de despedida en Guanabo. (Cuando aquello Piñera no tenía dinero, estaba pasando dificultades). Y me dice con una ternura que no parece jugar con esas cosas que conocemos de él: «para que no pases frío en España te regalo esta camisa que he traído de Argentina». Al regresar de Madrid tuvimos discusiones, acercamientos, alejamientos; pero hizo críticas muy generosas a mi obra, también escribí mucho sobre él, aunque muchos insistieron en olvidarlo.

La noche aciaga

Ha dicho que durante la mea culpa de Heberto Padilla en la UNEAC usted, Pablo Armando Fernández, Belkis Cuza Malé y otros también se «confesaron», ¿a qué se refería?

«Confesarse» no es el mejor término. Cuando Heberto hace su autocrítica (sobre la que todavía no se ha dicho toda la verdad) él fue hablando de varias personas, entre ellos Manuel Díaz Martínez y los nombres que mencionabas. Mucha gente lo consideró una traición a la amistad. (Nicolás Guillén no estaba. Había visto a Padilla a las 11 de la mañana y se había «enfermado». Él no se prestó nunca para esa clase de cosas). Heberto habló de cada uno de nosotros. Recuerdo que nos convocaba; decía: «Y fulano no me dejará mentir». El caso de Norberto Fuentes -que también estaba presente- es que inicialmente dice una cosa, sale, al parecer habla con alguien, y después dice otra cosa. En fin, el hecho es que nosotros nos echamos toda la culpa igual.

Pero, ¿qué decía Heberto de ustedes?

Decía que igual que él, habíamos hablado mal de la Revolución, y en mi caso, que al retornar del exterior había escrito un libro contrarrevolucionario (se refería al Segundo Libro de la Ciudad). Cada vez que hablaba de nosotros –a pesar de que no estaba «denunciando»- trataba de decir que como él, éramos malagradecidos, traidores, etc. Todos los presentes esa noche se callaron la boca. Hay quienes parecen más mártires y en verdad no fueron «nombrados».

Naturalmente, en Cuba la prensa no publicó nada sobre aquel suceso. Meses después, la única revista que mencionó la noche aciaga fue Casa de las Américas. Aparece en un número rojo, y la intervención de Heberto sale mutilada. Recuerdo que en un momento dijo algo sobre Díaz Martínez, un hombre de familia, un hombre del Partido Comunista (el único de nosotros que pertenecía al Partido), y esa parte no salió publicada. Estoy seguro que ese trabajo se lo dieron hecho a Retamar, y por eso estaba tan picoteado. Después nos expulsaron de la Unión.

¿Y cuándo volvió a la UNEAC?

En 1986. Después inventaron cosas para que solicitáramos la membrecía. Hubo quien lo hizo, pero yo no; porque si fui fundador, con un cargo electo, con libros publicados (el primero lo editó la UNEAC), eso me parecía una locura. Cuando salgo de viaje por primera vez tras la «rehabilitación» algunos apostaban a que no volvería.

En el 88 reconocen mi título de médico en Cuba; se «descubrió» que existía un convenio tradicional entre las universidades de La Habana y Salamanca que automáticamente validaba mi título. Porque antes yo había tratado de revalidarlo ante un tribunal, pero todo lo echaron abajo.

Y la Medicina, ¿la ejerció alguna vez?

No. Cuando salgo de la cultura, y me hace falta en verdad trabajar como doctor, me hacen esto que te contaba. Después de revalidar mi título ante un tribunal (presidido por el doctor Rodríguez Rivera, hermano de Guillermo), cuando me presento en el Ministerio de Salud Pública me dicen que aquello había sido un error, que los señores miembros del tribunal habían pensado que yo era un español. Decían que debía retomar mis estudios donde los dejé antes de salir de Cuba. Naturalmente, eso era para suspenderme.

¿Qué hizo durante ese tiempo para sobrevivir?

Me llevaron a la Academia de Ciencias como traductor. (Pablo Armando Fernández también trabajó en ese lugar, de corrector de pruebas).Trabajaba ocho horas diarias, varias de noche. Traducía en francés y en inglés, pero lo primero que me pusieron delante fue un texto en italiano. Ahí estuve como quince años.

Allá ellos

Sufrió la censura franquista y la censura en Cuba.

En España la sufrí indirectamente; sobre todo en un grupo de teatro que había en la Facultad de Filosofía. Cualquier texto había que pasarlo por una oficina de censura, algunas cosas fueron muy simpáticas. En una ocasión montamos una versión de La loca de Chaillot y en un momento la protagonista habla algo como que los jueves la pellizcan, y es que en francés «jueves» y «jueces» se parecen mucho, y los censores pensaron que estábamos haciendo alguna referencia al sistema judicial de la época. También montamos una obra de Brecht en la universidad, que fue un escándalo.

Cuando regresé de España escribí en Lunes… un artículo sobre la puesta en escena de Yerma en Madrid. Se llamaba Federico García Lorca en el escenario de sus asesinos. Y cierta persona, muy importante en los medios cubanos, me atacó ferozmente.

En los 80 a mi libro Ceremonias y ceremoniales, la Editorial Letras Cubanas censuró una parte en que yo hablaba de Stalin. En la segunda edición (que salió en Holguín), como las cosas, por suerte, van cambiando, apareció completa.

En el cine en España fue donde más censura vi. Pero no nos engañemos: en Hollywood también había mucha. Lo mismo que en la radio y la televisión cubana. Ahora hay menos, incluso en algunos casos ya no hay libertad, sino libertinaje.

Usted considera una obligación cultural y ética evitar toda clase de resentimientos. Entonces, ¿qué ha hecho con los golpes, los enemigos?

Aunque no mantengo una actitud de convicción religiosa (como en algún momento) voy a aprovechar algo de la religión: perdono, pero no olvido, con lo cual evito todo tipo de resentimiento. No estoy seguro de que lo logre siempre, es difícil, pero es un planteamiento serio en mi vida.

En cuanto a los enemigos, se multiplican; pero no puedo dejar que eso pese sobre mi vida. Respecto el afán de muchos en borrarme –cosa que se mantiene- de la cultura cubana –para la cual vivo- digo muy a la cubana: «allá ellos». Sigo trabajando, y creo que si recordamos todo lo que pasó es para evitar que vuelva a suceder. Alguna vez dije que sí, que un mundo mejor es posible, pero que también un mundo peor es posible. Y la repetición de los errores, de los disparates es lo más peligroso que le puede pasar a una criatura, a una sociedad, a un país.

El compromiso vital

En un verso de su libro Paisaje, panorama, usted dice que no hay poetas mayores. Pero le voy a pedir un esfuerzo y me diga su lista personal de poetas mayores.

Todo aquello de que no hay poetas mayores es casi un juego frente a las luminarias de la poesía. Por formación familiar mis hermanos y yo leíamos mucho de niños. Sobre todo la poesía del XIX. Recuerdo que los primeros poemas que memoricé en la infancia eran de Plácido. Junto a Zenea, Avellaneda, Milanés y Heredia me abrieron el camino de la belleza y la cubanía.

Luego me encuentro con los poetas españoles del Siglo de Oro (Quevedo, Góngora y San Juan de la Cruz); y de la Generación del 98 me identifico con Machado y Unamuno. La del 27, para muchos de mis contemporáneos cubanos es capital. Tuve la dicha de conocer a algunos de sus miembros. Cuando llegué a España en el 57 llevaba una carta para Vicente Aleixandre, aunque todavía no lo conocía bien. Durante mis años en Madrid lo frecuenté mucho y aprendí de su rigor poético, y de todas las historias de su generación.

A Alberti sí lo conocí y asistí a algunas clases de Dámaso. A Unamuno me alegro mucho de no haberlo conocido personalmente, porque lo admiro mucho y dicen que era una gente muy difícil. Cuando Cernuda vino a Cuba yo era un estudiante y no lo pude ver. La Generación del 27 tiene un problema muy grande: hay autores tan grandes que hacen que otros poetas, como Altoaguirre, queden en un segundo plano siendo importantes.

De la poesía anglosajona destacaría a Eliot. Otro autor europeo que leo mucho es Rilke, ahora ayudado por un diccionario porque mi alemán se ha ido perdiendo. Es un poeta que está en mi sentir.

Aparte de la broma en la línea sobre los poetas mayores, creo que hay momentos en los que un poeta está al lado del lector. Y creo que en ese sentido este versículo bíblico me parece fundamental: «no para ser servido, sino para servir». Para servir a la comprensión, a la memoria, al hombre bueno, a la honradez. La poesía sirve para la bondad, para el amor. Dice Martí que solo el amor engendra la maravilla, y la Biblia dice que el amor todo lo soporta, todo lo puede.

¿Qué caracteriza a la Generación del 50? ¿Qué une a sus miembros como tal?

A mí no me gusta ese término de Generación del 50, pero te entiendo. Yo inventé uno muy propio: primera generación de la Revolución triunfante. Nos une el compromiso vital, el servicio a la historia (la menor y la mayor), y la búsqueda de la efectividad de la palabra: usar y servir a la palabra sin limitaciones.

Mayoritariamente -sin tratar de matar a nadie de generaciones anteriores- intentamos traer a la poesía todas las palabras (no hay malaspalabras ni buenaspalabras), que funcionen dentro de la poesía, que la poesía funcione dentro de ellas. Se ha hablado mucho del coloquialismo en nuestra generación; pero si uno observa a los poetas que la integran vemos grandes diferencias. En un extremo tenemos el desparpajo de Rafael Alcides y en otro la actitud ecuánime de Bravo; o la exuberancia de Pablo Armando con el tipo de acercamiento de Padilla, Jamís o Retamar. Las diferencias se ven entre Francisco y Pedro de Oraá, y Domingo Alfonso, tan fiel aún a José Ángel Buesa (que influyó al inicio en muchos de estos poetas).

Todavía tengo una buena memoria

Leí en algún lugar que no hace mucho usted ha usado palabras muy duras para referirse al llamado exilio cubano.

¿Quién lo dice?

Luis Marcelino Gómez, en una carta abierta publicada en 2004.

Es una intriga de ese señor -que me ha atacado muchísimo. Nos topamos en un encuentro organizado por un amigo mío en la Universidad de Poitiers, Francia. Es un gesto muy feo de este personaje. Simplemente creo que hay actitudes y actitudes. No niego la calidad literaria de Guillermo Cabrera Infante, por ejemplo, pero no comparto en nada su postura. Ahora bien, las cosas que hizo Guillermo en contra de la cultura cubana (olvidemos la política), y lo que hizo contra mí, contra Pablo Armando… En el viaje a Londres del que te hablé, se había concertado mi comparecencia y la de Cabrera en un programa de televisión (al que acepté ir sin muchas ganas). Y aquello fue espantoso. Otro ejemplo: cuando él se presenta en Alfaguara de Madrid, dice que sólo publicará en esa editorial si nos dejan de publicar a nosotros.

Pero por otro lado, mantuve mi relación con Díaz Martínez cuando rompió con Cuba, con Jesús Díaz (con nuestras discusiones). Incluso publiqué en la revista Encuentro. ¡Cuántas veces no vi a José Mario, un hombre decente y que sufrió, le hicieron mucho daño! Y él nunca habló barbaridades ni infamias sobre la Revolución. Cuando fui a Estados Unidos en 2001 pasé una semana en Miami; no visité a nadie, pero recibí a todos los que fueron a verme.

Una vez otras personas trataron de tergiversar un poema mío que dediqué a Julio Cortázar, para decir que yo era antisemita. En el poema hablo sobre los judíos de Santiago, que estaban discriminados. ¡No soy antisemita!, porque, entre otras cosas, tengo una abuela paterna que era sefardí. Una cosa es criticar, y otra es la infamia que se mantiene hasta hoy…mejor ni decir nombres. ¿Que en Cuba se han cometido errores?: muchos; ¡pero es que para ciertas personas todo está mal! Entonces, hay que mantener la memoria en activo….Como Heberto y yo decíamos: «Tenemos una mala memoria: a nosotros nada se nos olvida».

El mar, la Ciudad, el poeta…

Dicen que su relación con el mar es muy especial, casi romántica.

En Santiago -por su disposición en escalones- veía desde mi casa la bahía. El mar, el mar, el mar… Lo único que no me convencía de los años que viví en Madrid era la falta del mar. Cada vez que tenía una oportunidad tomaba un tren y me iba a ver el Mediterráneo. Y aquí en La Habana, después de casado, me quedé así: mirando al mar.

¿Tiene algún rito, alguna manía a la hora de escribir?

Antes prefería escribir de noche. Pero ahora espero que la poesía, como decía Ballagas, me visite.

¿Qué cosas le inspiran? ¿Qué lo seguirá inspirando después de nuestra entrevista?

El servicio. No estamos en un mundo o una sociedad perfecta. Carlos Rafael Rodríguez (un político interesante, con actitudes discutibles, pero respetado) dijo que no hay sociedad perfecta, pero sí hay sociedades perfectibles. Un título mío, Quiebra de la perfección, como ves es un juego de palabras. Hay que seguir trabajando.

¿Cómo quisiera que lo recordaran?

Quisiera que me recordaran. Que ya es bastante.

Salir de la versión móvil