“Soy hija de todas las voces que vinieron antes. Soy madre de todas las voces que vendrán después”.
Mãe de todas, Gal Costa
Dentro de la fuerte tradición de cantantes que han sido representativos en la historia de Brasil, Gal Costa siempre ha ocupado un lugar imposible de medir o de explicar. Ella nos enseñó a respetar nuestro llanto, pero aún más nuestra alegría, por eso es hora de secarse el rostro, de pedirle permiso a la periodista que me habita y de abrirle paso a la Clara que es fiel seguidora de la obra de quien es una de las mayores voces de Brasil; una cantante que desbordó del lugar de intérprete y figuró, por casi seis décadas, como referencia cultural y política en el país, como agente y como portavoz de las transformaciones sociales por las que pasamos. Gal nos hace sentir su pérdida como un sonido y un dolor personal; así la sentimos muchos brasileños, como yo, que tengo su impronta inscrita en mi vida de una manera tan profunda como permanente.
Mi historia con Gal empezó temprano, cuando tenía tres años. Según me cuenta mi madre, entonces elegí “Arara” como mi canción favorita y la cantaba sin parar, con la repetición peculiar que suele caracterizar a los niños de esa edad. La letra de la canción sonaba, como mínimo, graciosa saliendo de la boca de una pequeña niña: “Não me reprima. Não me azucrina. Não me aluga, se não posso ficar uma araaaara, uma araaaara”. El disco era Luna de Miel (1987), hasta el día de hoy uno de mis favoritos pues reúne a muchos compositores consagrados de la escena de música popular brasileña, como Milton Nascimento, Djavan, Joyce, Ronaldo Bastos, Lulu Santos, Nelson Motta e Gonzaguinha, entre otros.
Aún de niña, recuerdo que me quedaba hipnotizada mirando las portadas de los discos de Gal; recuerdo mi admiración por aquella mujer que se mostraba libre, poderosa, sensible, atenta y fuerte. Una de las que más me marcó, por supuesto, fue la del álbum “Índia” (1973), de una belleza profundamente brasileña, censurada por la dictadura militar de entonces por “herir la moral y las buenas costumbres”. Estamos hablando de una de las imágenes más representativas de la música popular brasileña.
Recuerdo también que me podía quedar admirando por horas la expresión de su boca en “O sorriso do Gato de Alice” (1993); pensaba entonces en cómo aquella boca, específicamente aquella, era importante. Pensaba en eso mientras lloraba con “Nuvem negra” o bailaba al ritmo de “Alkahool, só para desinfetar”.
Otro episodio que marcó esa época fue el concierto “Brasil”, en 1994, en el cual Gal interpretó la canción homónima del compositor Cazuza, y se volvió noticia por mostrar los senos mientras entonaba “Brasil, enséñame tu cara”.
Recuerdo haber visto la noticia en la televisión; llovían comentarios aprobando el hecho o reprobándolo; entre estos últimos las críticas al cuerpo de Gal no cesaban. Recuerdo mi ansiedad ese día mientras esperaba que mi madre llegara del trabajo para que me dijera que aprobaba todo aquello que yo sentía, que para mí era “lo máximo”. Gal fue mi primera ídola, todo lo que Gal hacía era muy importante. No tardé en descubrir que para muchos otros brasileños de mi generación también lo era. El lugar de Gal fue, desde muy temprano en su carrera, ese lugar de norte, de referencia para la cultura brasileña. Todo lo que Gal cantó, vistió y mostró ha estado, desde siempre, conduciendo nuestra cultura, ya sea revelando nuevos compositores, productores y fotógrafos, o universalizando regionalismos brasileños, cuestionando patrones estéticos que reprimen o encasillan a la mujer, o abriéndole camino a nuevos artistas.
Después de los primeros años en que aprendí a admirarla, llegó la adolescencia, período que pasé sumergida en un estado total adoración por los “Doces Bárbaros”, un proyecto de Gal con Maria Bethânia, Gilberto Gil y Caetano Veloso que despuntó en los 70. Ellos nos regalaban performances arrebatadoras, vestuarios extravagantes y una actitud contracultural pionera; todo lo que hacían llevaba la marca del “alto astral, sexo magnífico y lindas canciones”. Y fue justamente por la trama sobre ellos cuatro, escogida y producida en 1994 por la Estação Primeira de Mangueira, mi actual escuela de samba, que me enamoré completamente de la “Mangueira”.
Ya un poco después, cuando estaba en la Universidad cursando la carrera de Periodismo, volví a Gal a través de Tropicália, un movimiento que transformó nuestra historia y que se volvió tema de mi tesis de Licenciatura. Mi elección por la música brasileña como tema y objeto de investigación durante toda mi vida académica me trajo el nombre y también la música de Gal de vuelta repetidas veces. En Tropicália, Gal era una integrante más, aunque fundamental, porque fue de hecho la única pieza de ese movimiento que escogió permanecer en Brasil luego de que muchos de sus compañeros debieron exiliarse por la presión del régimen militar de entonces. Su permanencia en nuestro país significó, en aquel momento, un acto enorme de resistencia, principalmente porque ella escogió grabar las canciones que sus compañeros en el exilio escribían y que se volvieron verdaderos himnos contra la dictadura y contra cualquier tipo de pensamiento conservador caduco. Ella hacía posible que todo encajara, que todo tuviera sentido, así “como dos y dos son cinco”.
Pero más allá de su voz cristalina y de su técnica impecable, Gal supo escoger con pinzas su repertorio musical a lo largo de toda su carrera. Grabó y dio a luz a innumerables compositores que después se consagraron; cantó todo lo que debía ser cantado, coqueteó con todos los movimientos culturales que fueron importantes en el país; con todos los estilos musicales también. Dio espacio en su carrera a lo que surgía y a lo que estaba siendo olvidado. Entre sus trabajos más recientes, Gal grabó “Cuidando de Longe” junto a Marília Mendonça, artista de gran popularidad a la cual una gran parte de la élite musical brasileña le torcía la nariz.
La canción fue durante un tiempo una de las preferidas de mis hijas, porque sí, la música de Gal debe pasarse a las otras generaciones como si fuera, —y de hecho es—, un legado indeleble. En sus últimos años, Gal también grabó un disco en el que compartió canciones clásicas de su trayectoria con cantantes de la nueva escena brasileña: el bellísimo “Nenhuma Dor”(2021).
Gal abusó de géneros como el funk, la electrónica y el autotune, en “Recanto” (2011) y en “A Pele do Futuro” (2018). Pero esa experimentación venía de atrás, de la época en que ella hacía sus duelos voz/instrumento con maestría. Ejemplo de ello es el célebre “Meu nome é Gal”, en el cual disputó “de tú a tú” con la guitarra.
“Por eso esa voz inmensa”…una voz que me hizo querer cantar, que me hizo querer conocer y amar a mi país, que me hizo querer ir a Salvador de Bahía y amarlo también, que me dio el coraje para decir las cosas que pensaba, que me hizo sentirme orgullosa de ser mujer, de conocer “el dolor y la delicia que es” serlo. Ella me provocó todo eso, y estoy segura de que con muchas otras personas marcadas por su carrera fue también así. En mi vecindario, en Rio de janeiro, desde la noticia de su fallecimiento a cada rato alguien sale a la ventana y grita “Viva Gal Costa”. Un trompetista tocó, desde su ventana también: “Se hace necesario que estemos atentos y fuertes/No tenemos tiempo de temerle a la muerte”.
“Nadie dice te amo como ella”, eso es verdad, pero lo voy a intentar una vez más, así como lo grité a viva voz en muchos de sus conciertos: “Yo te amo, Gal”.
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Traducido del portugués por Deborah Rodríguez Santos.