Minimizada y querida, seguida por millones y vilipendiada por quienes prefieren contemplar el mundo desde una torre de marfil, la radio cumple 96 años de sus primeras transmisiones regulares en Cuba.
Se dice fácil, pero no lo es.
Esta Isla del Caribe fue uno de los primeros países del continente americano en contar con emisoras –un término en realidad rimbombante para lo artesanal de sus inicios– estables, asentadas aun en medio de carencias e improvisaciones, de los tropiezos propios y el asombro de una audiencia que nunca había conocido algo así.
Al 22 de agosto de 1922 y al músico militar Luis Casas Romero –era subdirector de la Banda del Estado Mayor del Ejército cuando inauguró la 2LC– le corresponden los galones fundacionales, pero el nacimiento de este medio no fue cosa de un día, como tampoco lo fue su consolidación.
La radio cubana se hizo paso a paso, ensayo tras ensayo, error tras error. Fue en realidad el resultado del empeño simultáneo, de la búsqueda y la creatividad de un grupo incansable de radioaficionados, no solo en La Habana sino en toda la Isla, y también de habilidosos comerciantes que comprendieron con rapidez las posibilidades del nuevo invento para llenar sus bolsillos.
Sin ellos no hubiese existido todo lo demás.
Para llegar a la poderosa CMQ de los hermanos Mestre, la empresa radial que dominó Cuba y se echó a la audiencia en el bolsillo con la primera transmisión de “El derecho de nacer”, antes fueron necesarios los cornetazos de la 2LC y sus primigenios partes del tiempo.
Para que en el otro extremo de Cuba, en Santiago, surgiera una cadena que intentara conquistar la Isla de oriente hacia occidente y presentara en vivo a estrellas internacionales como Libertad Lamarque, primero debieron surcar el éter las notas salidas de un fonógrafo, transmitidas desde un sótano por la CMKA.
Sí, desde un sótano…
Fue Arturo C. de Ribas uno de los pioneros de la radiodifusión santiaguera, el responsable de las primeras transmisiones regulares en la segunda ciudad de Cuba. Ya para entonces, febrero de 1930, la radio no era exactamente una novedad y en Santiago habían existido varios intentos por consolidar una estación, aunque sin suerte.
El propio Arturo lo había pretendido más de una vez, hasta que finalmente lo logró desde la calle 1ra esquina a 8, en el Reparto Vista Alegre. La planta operaba en la onda larga de 204 metros y estaba en su propia casa. En el sótano, para ser más precisos.
Su propietario, que fue también su primer locutor, la presentaba sin ningún complejo: “Esta es la CMKA, transmitiendo desde el sótano de mi casa”.
La prensa local no pasó por alto su surgimiento y aun antes de su salida preparó el terreno entre los potenciales oyentes. La cartelera del primer día fue presentaba como un programa de la Radio Sales Corporation, agente en la antigua provincia de Oriente de la compañía Philips Centro América S.A., lo que descubre el vínculo de la naciente emisora con el empresariado.
Su primera programación fue netamente musical, con canciones cubanas y mexicanas, sones, foxtrots y ópera, entre otros géneros.
Poco a poco, con el esfuerzo propio y el respaldo de socios, amigos y familiares, De Ribas consiguió mantener una transmisión de dos horas diarias, entre las 5:30 y las 7:30 de la tarde, un horario estelar en el que junto a la música grabada –gracias a un micrófono junto a la trompeta de un fonógrafo– cantaron y tocaron artistas locales como la soprano Dulce María Hernández, el violinista Electo Rossell, “Chepín”, y el pianista Bernardo Chauven, “Chovén”.
El Diario de Cuba, una de las publicaciones líderes en el oriente cubano, no tardaría en vincularse al nuevo medio con la inclusión de “charla salpicada de noticias cablegráficas y locales”.
Pero el líder de la CMKA quería más, y pronto se atrevió a salir del sótano de Vista Alegre para transmitir eventos deportivos, conferencias y conciertos.
Uno de los hitos de la pequeña planta ocurrió en marzo de 1930, apenas a poco más de un mes de su salida al aire. Ese día, la CMKA trasladó sus equipos hasta el céntrico parque Céspedes para radiar un espectáculo público: la retreta de la Banda de la Policía Municipal.
Para ello, De Ribas y sus colaboradores debieron montar un transmisor de 150 watts cerca del parque, un equipo pesado que debieron mover desde el local de la emisora. Pero no se amilanaron y luego de la transmisión recibieron cartas con reportes de sintonía desde sitios bien lejanos de la ciudad.
La CMKA no tuvo una larga vida. A pesar de la voluntad de su equipo y sus innovaciones terminó cediendo el protagonismo y desapareció. Otras emisoras de Santiago como la CMKC –todavía en activo, más de ocho décadas después– y la CMKD, con mejores condiciones económicas y artísticas, siguieron sus pasos y dejaron también su huella en la radiodifusión cubana.
Pero lo hecho por Arturo C. de Ribas descubre el inmenso valor de lo en apariencia pequeño, de lo muchas veces olvidado o desconocido. Incluso en un universo tan poblado como la historia de la radio. Incluso desde un sótano.