Adiós, Carbonell… ¡Oh Fuló, Fuló!

Apenas hablé una vez con él, y fue por teléfono. Era el Día Internacional de la Poesía y yo necesitaba alguna declaración para calzar lo que sería otra de tantas notas conmemorativas, la crónica social de nuestra prensa. Pude llamar a un poeta, pero si alguien definía la poesía en Cuba, ese fue Luis Carbonell.

Estaba a par de meses de cumplir sus 90 años de edad y lo sentí lúcido, conversador, muy gentil y comprensivo. No tenía por qué hacerlo, pero igual me dio las declaraciones que quería y mucho más, al punto que se me olvidó la efeméride y sencillamente escribí de quien me confesó, aquella mañana de marzo, que tenía vicio de poesía.

Este sábado amanecimos con la mala nueva de su muerte, víctima de un infarto madrugador, aunque fuentes allegadas me confirmaron que hacía días venía sintiéndose mal. La noticia fue un (otro) mazazo en este año con tantas y monumentales pérdidas en la cultura cubana, que ponen a prueba el existencialismo de cada cual, y su corazoncito.

Como muchos de mi treintañera generación, al principio no sentí la veneración que luego le profesé al Acuarelista de la Poesía Antillana. Me daba, eso sí, mucha gracia su cantaíto, su dicción, los temas negros de su poesía negra, y aquellos remedos vocales al estilo “¡Oh, Fuló, Fuló!”, que entonces no podía valorar en su justa medida.

Sin embargo, con el tiempo y las lecturas comprendí cuán serio era aquello que hacía reír, sana y maliciosamente, pero que también te atrapaba, zarandeaba y mangoneaba al son de su ritmo y sus historias, entre contadas y cantadas como un aedo contemporáneo, nacido no homéricas tierras, sino en la reverberante Santiago de Cuba.

Aquel día me contó que había nacido en una familia de maestros normalistas, y que su gran vocación siempre fue el magisterio. Le conté que mi abuela tenía su edad y también había sido maestra normalista, y siento que me lo gané un poquito más. Como sea, no enseñó a leer o a escribir, pero fue un verdadero maestro en el arte de declamar.

“La poesía ha sido todo para mí, me alimenta, me hace crecer por dentro. Comenzó de casualidad, me acostumbré a declamar, pronto fue un hábito y después ha sido un vicio”, me confesó, remontándose con la memoria al hogar paterno.

Su madre -una mujer muy romántica, decía- solía recitar poemas en voz alta para todos. “Mi hermana segunda también declamaba, y creo que hubiera podido ser una recitadora profesional muy buena. Yo comencé imitándola, un día lo hice en público y desde entonces ha sido mi vida”, agregó.

De hecho, su vocación pedagógica la canalizó a través de sus recitales, que fueron todo un magisterio oral de la llamada poesía negra, pero también del arte vanguardista español. Su vasto repertorio incluyó obras de los cubanos Nicolás Guillén, José Zacarías Tallet, Emilio Ballagas y Regino Pedroso, el español Federico García Lorca y el venezolano Aquiles Nazoa, entre otros.

“He tenido la suerte de estrenar y divulgar mucha de la mejor poesía cubana y española, inspirado por precursores del género, como el español José González María y Eusebia Cosme”, señaló. Más dado a los clásicos que a los contemporáneos, cuya calidad también reconocía, Carbonell fue un perfeccionista que no dejó de trabajar pese a su avanzada edad, y solía ejercitar la mente aprendiendo nuevos poemas y relatos, porque la cuentística también le seducía.

Apoyado en sus inicios por la soprano Esther Borja -fallecida hace poco, tras un siglo de vida – Carbonell se impuso por su manera única de decir, que hizo al humorista argentino Pepe Biondi bautizarlo como El Acuarelista de la Poesía Antillana. Amén de su obra artística, numerosas generaciones de actores, músicos y cantantes son deudores de su impecable magisterio, su dominio del gesto, la dicción, la musicalidad y la picardía. Sin contar el público que le debe, al menos, un rato de felicidad…

El telón cae para el maestro. Lloran la Negra Fuló, la quinceañera Florita y el negro Bernabé (el que quería ser igual que el Niño Valdés). Ya nadie se pregunta “¿y tu abuelo dónde etá?”, sino a dónde se nos ha ido Luis Carbonell. A enseñar en la Gloria cómo se declama, espero…

 

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