La obra que no sale bien (The play that goes wrong), el éxito del Mischief Theatre, compañía británica fundada en 2008 por un grupo de egresados de la London Academy of Music and Damatic Art, ha recorrido una zona importante de los escenarios del planeta (Asia, Norteamérica, Europa y América Latina) tras haber sido premiada con el Lawrence Olivier Award a la mejor comedia (2015) y recibir el Premio Tony al mejor diseño escénico (2017).
La pieza ocupa por estos meses la cartelera de la Nave Oficio de Isla Comunidad Creativa. La sede de Nave está localizada en los Almacenes San José, en la Avenida del Puerto, La Habana Vieja. Es esta, además, la primera experiencia producida por su plataforma escénica Y la nave va, de reciente presentación pública, un dispositivo que encauza las iniciativas procedentes de la comunidad de creadores.
Nave Oficio de Isla, que lidera el reconocido actor Osvaldo Doimeadiós, se caracteriza por su vocación integradora; hallan allí lugar el teatro, la danza, el performance, las artes visuales, la música, la literatura y los productos audiovisuales. Ahora la Plataforma Escénica Y la nave va concreta el apoyo a las propuestas en todas las dimensiones posibles, que van desde la logística indispensable para lograr una producción hasta la asesoría intelectual y pedagógica.
El primer producto en el seno de las artes escénicas es el debut del joven artista Ledier Alonso Cabrera como director a cargo, nada menos, que del estreno en Cuba de este espectáculo surgido en el seno del Mischief Theatre.
La agrupación, dirigida por Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields, quienes luego serían los autores de la obra que nos ocupa, comenzó haciendo shows cómicos improvisados hasta que, algunos años después, ya en 2012, incluyeron en su quehacer las formas teatrales de la comedia, pero, aun así, su manera de hacer mantuvo un sello particular.
En principio, crearon toda una serie de entidades apócrifas; partieron de una institución ficticia: The Cornley Polytechnic Drama Society y asumieron determinadas identidades como miembros de esta, bajo las cuales desempeñarían los personajes de los espectáculos por venir. La agrupación teatral supuestamente interpretaría obras aficionadas que no conseguirían un desarrollo exitoso. Un ejemplar de esta saga fue The play that goes wrong.
Luego definieron el texto teatral a realizar sobre la escena, como parte de la trama de la pieza: Asesinato en la mansión Haversham (Murder at Haversham Manor), una presunta pieza teatral de misterio correspondiente a 1920 y escrita por la autora Susie H. K. Brideswell, otro caso de entidad espuria.
Como resultado, lo que, en resumen, tendrán los espectadores ante sus ojos será un individuo muerto como consecuencia de un homicidio perpetrado por alguno de los personajes que desfilan sobre el escenario, todos vinculados de alguna manera con la víctima y varios de ellos relacionados también entre sí.
Mientras tiene lugar la solución del caso, es decir, el descubrimiento del asesino, asistiremos a una historia doble (teatro dentro del teatro o un hecho meta teatral), que será la del grupo de cómicos intentando a toda costa desarrollar y llevar hasta el cierre del telón el espectáculo que se han propuesto presentar. Durante este proceso, presenciaremos una trama urdida con cuanta situación inesperada y accidental pueda tener lugar en una representación teatral: desde el olvido de sus líneas por parte de un actor, un elemento que el utilero no colocó en su sitio, hasta una pieza de la escenografía que se venga abajo, pasando por un verdadero catálogo de adversidades que van in crescendo y harán la verdadera delicia de los espectadores.
Esta feria del disparate parte de la realidad que vive cualquier intérprete sobre las tablas, puesto que el teatro es un hecho vivo que se desarrolla aquí y ahora; por tanto, se encuentra sujeto a todas las imprevisiones propias de la vida. Sin embargo, la realización de la partitura de este espectáculo plantea una serie de exigencias a sus ejecutantes.
La primera sería un grupo bien compenetrado, sobre todo cuando se trata de un ejercicio absolutamente coral, donde no hay protagonistas y —ojo— tampoco hay personal técnico; quiere esto decir que toda la actividad de la escena y su preparación corren a cargo de los actores.
La siguiente sería una adecuada preparación física, porque estamos ante un teatro donde lo físico predomina. Contiene un tipo de humor pleno de gags que involucran el cuerpo mediante golpes disímiles, caídas, cabriolas y propone su manejo en situaciones insólitas. Como, en esencia, de humor se trata, el resto de las características necesarias concomitan con las de cualquier real humorista: gracia, sentido del tiempo, presencia total en la escena.
Consecuente con la decidida vocación de contemporaneidad que muestra nuestra escena, a la cual tributa sin descanso la inquietud de sus artistas, el joven Ledier Alonso, con experiencia como asistente de dirección en Teatro El Portazo y en Nave Oficio de Isla, dio con el texto, lo tradujo a nuestra lengua y lo presentó como propuesta a realizar dentro de la comunidad de creadores que agrupa la institución.
Alonso vinculó al proyecto a algunos actores amigos y a otros jóvenes con quienes había compartido experiencias de trabajo. Me comenta que lo asombró positivamente la buena disposición que halló en todos hacia el humor.
Mantuvieron la pauta del juego de apócrifos, para lo cual se denominaron como Sociedad Anónima de Drama y asumieron las identidades de los miembros de The Cornley Polytechnic Drama Society. De modo que María Karla Fornaris es Annie Twilloil, o simplemente Annie, en la versión cubana, Jefa de Escena de la Sociedad; Carlos del Toro Migueles es Chris Bean, Director de la Sociedad, a la vez que interpreta al Inspector Carter en la trama de misterio; Adrián Bello Suárez es Jonathan Harris y tiene también a su cargo a Charles Haversham; Rolando Rodríguez es Robert Grove y desempeña, además, el rol de Thomas Colleymoore; Johann Ramos es Dennis Tyde y Perkins; Ariel Zamora es Max Bennet y Cecil Haversham mientras Geyla Neyra es Sandra Wilkinson y Florencia Colleymore.
Igualmente conservaron los datos falsos en torno a la procedencia de la obra preliminar. Seguiría una labor ingente de indagación en todo aquello que funcionó como fuente e inspiración de la aventura escénica original, así como el examen de algunas de sus resonancias en otras zonas del mundo.
He dejado para el final el comentario sobre la naturaleza del texto a levantar sobre el escenario. La obra que no sale bien o Asesinato en la mansión Haversham no se presenta en la tradicional forma de escritura teatral conformada por los nombres de los personajes, diálogos y algunas didascalias. Siguiendo el modelo que norma la labor del Mischief Theatre en su esencia, en este cuerpo, junto al parlamento de los personajes (en caso de que exista), aparece una descripción en detalle de lo que sucede y debe conseguirse, puesto que estamos en presencia de lo que algunos denominan comedia física o teatro visual, es decir, de un producto donde la acción y lo que se ve preponderan sobre lo que se dice.
No obstante, no confundirse: nos hallamos ante una labor teatral. Como tal, esta rinde culto a los fundamentos de la academia: conocimiento bien aprehendido y práctica fina, que cuida el detalle y en la que se erige el arte del actor. En un conjunto que funciona de manera encomiable, durante la función que disfruté me impresionaron particularmente Ariel Zamora, con su línea de personaje mantenida y sin desperdiciar ocasión alguna, también Geyla Neyra y María Karla Fornaris.
El espectáculo funciona, además, como un calidoscopio. Tal y como lo ha enunciado su joven director, la puesta puede ser recibida como una comedia del absurdo por el público general, valorada como una parodia del quehacer escénico por los colegas del gremio, mientras resulta una tragedia para sus personajes, empeñados en llevar la obra hasta su final a pesar de todos los errores y accidentes.
Ledier declara que, por encima de todo lo ya expuesto, tras su primera lectura de la pieza lo conquistó la resiliencia de los personajes, quienes hacen realidad esa conocida divisa de la escena que reza “el show debe continuar”. El desarrollo del espectáculo asemeja una carrera de obstáculos de toda clase a los cuales han de sobreponerse constantemente los actores.
Reír y pasarla bien, con la sorpresa y el asombro como condimento, y recibir, a la par, esta declaración de voluntad y resistencia me parecen valores suficientes para recomendar esta puesta en escena y agradecer a todo el gran equipo implicado en ella.
Los resultados que el público disfruta son harto elocuentes con respecto al rigor y la entrega que ha caracterizado la experiencia. Hablan también muy alto acerca de las enormes exigencias que puede plantear el humor a sus artífices. En verdad hacer reír puede resultar asunto serio y laborioso.