El 25 de marzo, a las 6 de la tarde, después de bañar a mis dos hijos y vestirme como un rayo, salí corriendo a un edificio de San Lázaro para ver una pieza de la activista y performer española Paloma Calle en colaboración con Martha Luisa Hernández Cadenas (Martica Minipunto).
Sabía que llegaría a mitad del encuentro. Cien cosas que hacer hoy mejor que ver este espectáculo es una obra de cuatro horas de duración y yo no tenía forma de escapar de casa antes. Habría querido estar desde el inicio, como el público de aquella noche, que a pesar de saber que era un espacio concebido para entrar y salir con libertad, apenas se movió de su lugar.
Pero llegué a tiempo para cantar en un karaoke, bailar con una de las canciones más sonadas de mi generación, ver a dos mujeres escupir, leer, masturbarse, hacer merengue, revisar sus cabezas; cada acción durante un minuto exacto. Algunas parecían durar un instante; otras, una eternidad, como para tener la impresión de que el tiempo no existe.
Cuando la pieza acabó, me quedé un rato más para decirle a José Ramón Hernández —director de Teatro Osikán, Vivero Escénico Experimental y quien concibió el espacio El Marabuzal como una zona posible de encuentro entre creadores cubanos y españoles— que había que insistir en un proyecto como este. Aunque debió ser una experiencia de mucho más alcance —acogida tal vez de manera institucional y en espacios más visibles dentro del circuito cultural habanero— para quienes estuvimos allí valió la pena cada hora. Mi conversación luego con Paloma remarcó esa certeza.
“Esta pieza que desarrollé con Marthica surgió en 2008. Tiene su origen en un evento de París llamado La nuit blanche (que traducen como La noche en blanco), que consiste en abrir los teatros, los museos, las galerías, para ofrecer programación toda la noche. Se gasta un dineral para que haya mucho público y sea un éxito de convocatoria, cuando el resto del año los museos, los teatros, las galerías de arte están vacíos. Me pareció una propuesta de un consumo bulímico tremendo, de consumir y no digerir nada. Pero una galería con la que había trabajado me propone un encargo con muy buen presupuesto para ese día y entro en el conflicto, con la precariedad en la que vivimos los artistas independientes, de no poder darme el lujo de decir que no, a pesar del problema que tenía con el concepto. Termino concibiendo esta pieza, que se llama originalmente Cien cosas que hacer hoy mejor que ver La noche en blanco, que plantea acciones cotidianas que podrías hacer quedándote en tu casa, en lugar de hacer una cola de tres horas para entrar a un museo que está abierto todos los días, puede ser gratuito y suele estar vacío.
“Cuando José Ramón y yo nos conocimos en el Festival Salmon de Barcelona, donde presenté esa propuesta, me dijo: ‘Me gustaría tantísimo que esta obra pudiera hacerse en Cuba.’ Fue un encuentro fuerte, como una especie de flechazo que surge cuando conoces a una persona y ves que tienes tantas cosas en común con ella y que hay complicidad. A partir de ahí hemos estado en contacto todo el tiempo, deseando hacer cosas juntos”.
Mientras mueve y acomoda sus manos, Paloma Calle me habla de los afectos y el trabajo, de su interés por visibilizar las historias cotidianas de gente sencilla a través del teatro, y me cuenta de la residencia en Arte y Educación que desarrolla en Matadero junto al propio José Ramón Hernández y el teórico y crítico Óscar Cornago: “otro colega a quien conozco y quiero desde hace mucho”, dice.
Me cuenta animada sobre el proyecto ¿En qué crees? Red de afectos imaginarios, que desarrollan en el barrio de Legazpi, en Madrid, donde está ubicado Matadero y en el que radica una importante comunidad migrante caribeña con la que han empezado a dialogar a través de entrevistas, talleres y encuentros muy diversos. Venir a Cuba y trabajar aquí era parte de acercarse más al Caribe.
“Queremos poner toda la energía en una película sobre esa comunidad caribeña en Madrid, que navegue entre el documental y la ficción. Lo tenemos articulado para trabajar en una serie de sesiones con metodologías que faciliten el proceso. Porque a la gente tienes que facilitarle cómo contar su vida, mediante dinámicas, juegos, paseos. Por ejemplo, un mapeo por el barrio donde cada cual te lleva a cosas importantes que le han sucedido allí. Y de esa manera iremos construyendo esta peli que debe estrenarse en junio”.
Aunque Paloma hizo estudios de cine y teatro, su formación en danza contemporánea fue vital para su trabajo posterior. Coreógrafas españolas como Olga Mesa, Mónica Valenciano y Ana Buitrago en los años 90 le mostraron “nuevos lenguajes y la posibilidad de explorar una danza mucho más conceptual; no tan apegada a la noción del virtuosismo dancístico, sino concebida desde las ideas y la relación del cuerpo con una arquitectura. Una danza que abandona la convención”.
Durante su primera etapa profesional trabajó como actriz en varias compañías, hizo cine, hasta que se mudó a Roma y entró en contacto con una zona de la creación teatral y danzaria mucho más experimental.
“Ese periodo marcó un punto de inflexión para mí en el campo de la creación. Cuando volví a Madrid hice mi primer trabajo, la pieza Parle-moi d’amour, como artista residente de la Casa Encendida”.
Paloma me comenta sobre esa primera pieza y se detiene luego en Secret, Territorio Sad y K, dos performances que hizo con su padre, quien le cuenta a la gente todas las maneras posibles de morir y todas las veces en las que se pudo salvar. Su padre, que habla al público desde un micrófono, bien vestido, elegante. Su padre en el manto de una virgen, en un pozo, sobre una bicicleta sin frenos.
“Cuando terminaba de hacer todo ese recorrido había un sorteo y salía un número. Y a la persona que tenía ese número se le invitaba a pasar a un cuartico pequeño donde yo estaba con una máscara con la foto de mi papá y una grabadora que tenía un casete. Le daba play. Ahí comenzaba a contar: ‘Llevo no sé cuántos meses con cáncer de colon en estadío cuatro, que se me ha metastatizado en el hígado…’, y mientras él decía eso, yo repetía: ‘No lo digas, no lo digas, no lo digas, no lo digas…’. Cuando acababa, sacaba el casete, se lo daba a esa persona, y la historia terminaba en su casa”.
Desde hace tiempo Paloma intenta incluir el azar en sus piezas. Muchas de sus investigaciones se acercan al concepto de “autobiografía expandida” para cuestionar tanto asuntos filosóficos y humanos, como acontecimientos y prácticas que atraviesan lo social.
“En Hellow myself hice una investigación que partía básicamente del fracaso. La idea era buscar una persona que fuera como un doble; es decir, si yo desapareciera del mundo, esta persona podría quedarse en mi lugar. Es algo prácticamente inalcanzable. Fue el trabajo más grande que he hecho a nivel de producción y promoción. El primer día hacía un casting. Trabajaba con el fotógrafo Rafael Gavalle y él nos hacía una serie de retratos que se iban proyectando en una pared en tiempo real.”
“El segundo día había una cena con la persona elegida, con un catering para el público donde todos podían beber y comer mientras eran testigos del encuentro. Durante esa cena había expuesto uno de los retratos fijos. Hablábamos para conocernos en profundidad. Cada 15 minutos sonaba una alarma y cambiábamos de silla. Entonces ella tenía que personificarme, y viceversa, a partir de las informaciones que habíamos recibido una de la otra. Era un trenzado entre realidad y ficción y era una pieza acumulativa, porque en la ciudad siguiente donde se presentaba invitábamos al doble de la ciudad anterior. La última vez terminó siendo una gran presentación en el Museo Reina Sofía”.
Hello myself se convirtió en un archivo, “una excavación sobre diferentes historias de vida y subjetividades reales”. Paloma Calle fue dejando dobles en Murcia, Girona, Lleida y Madrid. Fue dejando testigos de su búsqueda y una acumulación de frustraciones que fueron mezclándose con conversaciones y relaciones de empatía muy grandes. Siempre hay algo de uno mismo en los otros.
“Establecer relaciones con otras personas, ese ir y venir entre lo privado y lo público, la subjetividad expuesta, me parece fundamental y muy político. Le doy mucho valor a las pequeñas historias de lo cotidiano. Porque pueden estar atravesadas por esos grandes conflictos: el amor, la muerte, la soledad, y todo lo que está en las grandes obras de la historia del teatro; pero está en la vida y en el día a día de cada cual. Lo subjetivo y cotidiano no me parecen banales. Me gusta trabajar con ese material”.
Muchas otras investigaciones conforman el itinerario creativo de Paloma. Sí/No/A veces, La Morsa, Feliz Feroz, Estudio # 1 para una persona y un proyector, The diary of Alice, Simple Present, son algunos de los títulos más conocidos de su trayectoria profesional.
Algunos pueden durar apenas minutos; otros alcanzan horas, o días. El trabajo con el tiempo y el azar son esenciales en cada uno de sus procesos. “El sentido del tiempo tiene que ver con la pulsión de la vida. Y el hecho de cómo varía esa percepción me interesa ponerlo en escena, como hago en Cien cosas…, de una manera muy marcada. La obra tiene por un lado un espacio de mucha libertad, y por otro es un engranaje imparable. Una máquina que avanza durante las cuatro horas y que cada vez que suena la alarma se respeta y se para la acción, se esté haciendo lo que se esté haciendo”.
La clave del trabajo de Paloma en performance radica además en el elemento lúdico y el uso del humor como mecanismos para conseguir un espectador participante. “Trabajar con personas implica hacer que el público no se sienta invadido sino invitado. Percibo que las personas van entrando cada vez de un modo más relajado. Se trata de crear una manera, un deslizamiento, para hacer pasar al público del estado cotidiano de la vida al de una práctica artística casi sin darse cuenta. Y me interesa el humor porque es una herramienta a través de la cual se puede llegar a lugares muy profundos, que tienen que ver con espacios políticos, de poder, con cuestiones sociales, con preguntas como qué sucede con las identidades periféricas. Creo que he logrado entrar a través de mecanismos aparentemente ligeros a territorios que son densos y son importantes para mí”.
Mientras Paloma explica sus nociones del performance, comenta algunos de sus montajes. Fiestas Invisibles fue un proyecto concebido en colaboración con Massimiliano Cassu y que evidencia otra de las claves de su práctica: las alianzas creativas.
Desde los meses de la pandemia pensaron el proyecto, que busca en esencia reivindicar el espacio del encuentro. La pieza parte de una residencia en la localidad para trabajar con “identidades periféricas”, “líderes de barrio”, historias ocultas que son presentadas al público a través de una fiesta como dispositivo final.
“Siempre me pone en conflicto la noción del artista que llega y extrae lo que le interesa de esas vidas para su obra. A Massimiliano y a mí nos genera un conflicto ético muy grande. Y nos vemos ante el reto de no ser extractores de esas historias de vida, sino facilitadores: me convierto en un canal que construye una dramaturgia final y genera una estructura sobre eso que queremos contar. Pero tengo que hacer un trabajo de escucha de todo aquello que quieren decir esas identidades periféricas. No puedo decidir lo que tienen que decir. Tiene una connotación incluso terapéutica”.
Paloma es madre de dos niños. En 2010 se casó con una mujer, de la que ahora está divorciada, y supo que quería formar una familia. Fueron pioneras en Madrid en el uso del método ROPA, acrónimo que significa “Recepción de Ovocitos de tu Pareja”.
Quedó embarazada del óvulo de su esposa con espermatozoide de un donante anónimo, y luego su esposa se embarazó con un óvulo suyo para tener a su hijo más pequeño. “Es un proyecto de familia muy bonito y tuvimos la suerte de poder llevarlo a cabo de manera fácil, porque no son fáciles los procesos de reproducción asistida y a veces hay mucho dolor y mucha frustración. En nuestro caso, por suerte, tuvimos el embarazo a la primera y al segundo intento igual”.
Hablamos de maternidad y compartimos anécdotas, cuando Paloma me confesó las frustraciones que experimentó durante un largo periodo en el que asumió “un rol de cuidadora bastante tradicional. Mi mujer era quien tenía un puesto estable como jefa de producción técnica en la Ópera de Madrid; un empleo bueno, estable, bien pagado. Y yo tenía un trabajo de artista independiente sobre el que no es necesario hacer más aclaraciones. La manera en que está organizada la sociedad nos obliga a ocupar esos lugares y para mí al inicio generó muchos conflictos como madre, porque tuve que dejar mi trabajo. Por un lado, necesitaba muchísimo tener a esos hijos, y por otro, sentía una frustración inmensa respecto a mi vida laboral y artística. Es una contradicción muy tabú, porque tienes que sentirte plena y realizada por ser mamá. Aunque me costó trabajo, empecé a decir: ‘a mí la maternidad exclusiva no me realiza como persona, porque solo eso no me llena.’ Y hay que empezar a decirlo porque parece que eres una mala madre, y no es así”.
Además de los conflictos que enfrentan muchas madres, Paloma sintió mucha soledad al no encontrar modelos de familia similares en sus espacios de interacción. “Tus hijos son los únicos en el círculo infantil con dos mamás, cuando vas a la pediatra no conocen familias como la tuya y tienes que explicar que no hay un papá; y así en todos lados”.
De esa soledad nace el colectivo Familias HD (Hetero Disidentes). “Aprovechando la cobertura que me daba el proyecto Una ciudad muchos mundos, en el que fui seleccionada para participar por la institución Intermedial, de Matadero. Invité a seis familias no hereronormativas: familias de dos mujeres con un hijo biológico o dos, o familias de dos mujeres con un hijo adoptado, una familia en la que había un papá trans y una madre cisgénero, otra de dos mujeres, un hombre y dos criaturas. Todo ese grupo de familias que no solo es (somos) diversos a la norma, sino dentro de la propia periferia normativa, empezó a reunirse.”
“Lo primero que se puso en común fue la sensación de soledad y vacío y la necesidad de tener un colectivo al cual pertenecer. Se creó una especie de grupo de estudio, y de terapia, porque era una mezcla de ambas cosas. Sentías que podías compartir tus problemas. Para finalizar esa residencia hicimos un objeto artístico. Era una colección de fotografías, postales, que llamamos Familias Reales, apropiándonos del modelo fotográfico y pictórico del modelo de familia burgués o nobiliario. Nos fotografiamos en un salón elegante, con una manera de posar y dentro de un modelo en el que nuestras familias nunca han estado representadas. Por detrás había un breve texto en relación a cada familia y en todo ello jugamos con el humor y la ironía”.
Cuando Paloma termina de explicar, me dice: “Después de fundar el proyecto, a veces siento que puedo morirme tranquila. Es de las cosas más importantes que he hecho en mi vida”.
Su confesión se queda dando vueltas en mi cabeza, con las anécdotas grabadas en mi teléfono sobre las reuniones de un colectivo que sigue creciendo, las marchas, los afectos, la Nada Escuela que se autogestionaron para rotarse en el cuidado de los hijos y, sobre todo, sobre el espacio de empoderamiento que significa para ellos, padres, madres e hijos, en un mundo que sigue empujándonos hacia las mismas normas.
Paloma Calle es una mujer más feliz ahora; una madre que crea sin haber dejado de ser una artista independiente. Cuando termina de hablar, solo me viene una idea a la cabeza: el deseo de estar muchas más horas frente a alguno de sus espectáculos y tenerla en Cuba, otra vez, en medio del Marabuzal.