Renata Mézenov Sa: “El teatro es como la vida, existe si lo haces”

Dueña de unos apellidos exclusivísimos en el lenguaje de la química podríamos decir que Renata Mézenov Sa es el resultado inequívoco de una aleación. Si me piden referencias sin dudarlo mucho añadiré que es una mujer ocupadísima y, estoy casi segura, se apuntaría sin demorarse mucho en la extensa lista de los que necesitamos días de 25 horas.

LMV: Cuéntame la historia de esos apellidos.

RMS: “Mi mamá estuvo entre los primeros grupos de cubanos que fueron a estudiar a la antigua Unión Soviética, en el año 1961. En la universidad donde estudió conoció a mi papá que era profesor. Se enamoraron y fui concebida en Rusia aunque nací en La Habana. En el pasaporte ruso soy Renata Adelinovna Mézenova porque allá no existe el patronímico para las mujeres. Sa es seguramente español. También tengo por alguna parte influencias africanas, mi mamá es mulata pero mi abuela era negra”.

Una trenza larga y medio despeinada le cae en el lado derecho. Sus ojos no intentan persuadir a nadie, aunque la profundidad del azul pudiera perfectamente hacerlo. En la sede de la agrupación “El Ciervo Encantado”, Renata me sorprende con sus inicios, artísticamente hablando.

RMS: “Empecé a estudiar ballet en L y 19. Tenía siete años. Fue muy intenso. Aunque no llegué a ser bailarina aprendí toda la técnica de base del ballet. Luego en el Conservatorio Amadeo Roldán me gradué de guitarra clásica”.

Me explica que estudiar ballet es una adicción, (¿acaso como todas?) incontrolable. Empieza inocentemente hasta que un día descubres, aunque te hayas propuesto emprender otros caminos, que necesitas expresarte con todo el cuerpo. ¿Culpa del ballet? ¿Culpa de los genes?

RMS: “Busqué experiencias de baile callejero. Estuve en el grupo “Tiempo” que dirigía Tony Cortés. En las calles bailábamos breck dance, chardo, etc. Incluso hice acrobacia, sentía un impulso muy fuerte de expresarme”.

Renata Mézenov Sa en "Comodín nostalgia del arcoiris" / Foto: Cortesía de la entrevistada
Renata Mézenov Sa en “Comodín nostalgia del arcoiris” / Foto: Cortesía de la entrevistada

LMV: ¿Cuándo comienzas a estudiar teatro?

RMS: “Mientras estudiaba guitarra hice las pruebas de ingreso, desde entonces supe que eso era a lo que quería dedicarme. Cuando aprobé mi mamá se puso muy contenta. Aunque no me lo dijo supongo que le parecía una locura que después de ocho años yo dejara todo por algo que podía o no funcionar. Luego nos percatamos de que estudiar música me complementó como actriz, de muchas maneras”.

LMV: Ahora que hablas de tu mamá, ¿a ella está dedicado el disco “Para Pilar”?

RMS: “Sí, ese disco lo grabé en Milán. Hace casi 22 años. Yo no estaba buscando nada en el mundo musical y simplemente surgió. Allá hicieron una promoción para artistas no italianos, un poco a lo Peter Gabriel. Un día, antes del disco, le hice una llamada. Ella enseguida notó que estaba melancólica, sus palabras me inyectaron una fuerza increíble para continuar con lo del CD. Siempre la recuerdo cantando, de hecho cuando estuvo en Rusia cantó en un cuarteto de jazz”.

LMV: Oficialmente, ¿cuándo naces como actriz?

RMS: “Nazco como actriz de la mano de María Elena Ortega. Hace más de 22 años. Casi en los comienzos Liuba Cid me invita a hacer varios espectáculos. Fue muy interesante, porque yo quería experimentar cosas nuevas. Empezamos a hacer “Medea”. Te puedo decir que a partir de ahí está marcado el antes y el después”.

LMV: ¿Cómo fue tu relación con María Elena?

RMS:  “Yo estoy segura de que todos los que fueron alumnos de ella coincidirán conmigo. En la clase de María Elena se respiraba una sensación que jamás he vuelto a experimentar, en ningún otro contexto. Era como si estuvieras en el regazo de una madre, aunque no quiere decir que ella no fuera rigurosa. Si llegabas tarde a los ensayos, bastaba una mirada suya para que quedaras convertida en una piedra. Por supuesto, a mí el ballet ya me había dado herramientas para lidiar con el rigor. En el teatro que aprendí con ella, se parte de un vacío y empiezas a ponerle instrumentos tuyos a cada personaje. Luego, cuando inicié mi trayecto en solitario fue muy complicado encontrar el punto de retorno”.

Una lluvia incómoda, que estaba en los pronósticos, pone pausa a la conversación. Renata me da dos opciones: abrir su paraguas allí mismo o entrar a guarecernos. En la sala de presentaciones de “El Ciervo Encantado” reanudamos el diálogo.

LMV: ¿Cómo llegas a Italia?

Renata sonríe. También lo hago, casi amargamente, esperando que no deje de responder esa pregunta, casi suplicando que su sonrisa tenga que ver con alguna sorpresa de su parte ante mi interrogante. En su primera línea ya descubro los motivos, su sonrisa tiene que ver con un recuerdo.

RMS: “Llego a Italia por amor. El año anterior había conocido a un fotógrafo con quien tuve un encuentro amoroso muy lindo, también muy intenso. Entonces se da la oportunidad de un intercambio artístico con la Universidad de Tenerife y allí, sin esperarlo, él me contactó y telefónicamente acordamos casarnos… y así fue. Antes de eso habían prolongado la gira, por cuatro meses, luego pasaron cuatro años antes de que volviera a Cuba. Ya en Milán los días pesaban como  gotas, gotas pesadas. Extrañaba, todo el tiempo. De niña había vivido separada de mi padre, porque cuando tenía cinco años mi mamá vino de vacaciones y se quedó definitivamente aquí. Esa ruptura familiar marcó todo mi trabajo como artista, aún está ahí, en cualquier cosa que haga”.

LMV: ¿De qué forma empiezas a asumir que perteneces a otro lugar, a otros amigos, a otros lugares?

RMS: “Cuando te alejas y te separas de lo que tienes todos los días, ahí te percatas del valor que poseen las pequeñas cosas. Cosas que vives con tranquilidad dejan de ser trascendentes para ti. Cualquiera que haya emigrado sabe lo que significa. Empiezas a pensar en las cuestiones que conciernen a la identidad, a los detalles que te mantienen atado al lugar de donde vienes, es un sentimiento que te persigue a donde quiera que  vayas. Luego sin proponértelo reflejas esa añoranza en tu trabajo, tratas de convivir con ese dolor y logras hacerlo, pero cuesta mucho”.

LMV: ¿Te habías planteado en algún momento irte de Cuba?

RMS: “No, a diferencia de otras personas de mi generación nunca sentí esos impulsos de salir del país. Simplemente sucedió y creo que por lo mismo fue tan complicado adaptarme. Nunca pensé tampoco en regresar, aunque extrañaba, regresar significaba volver a algo que no existía. El contexto italiano ofrecía otras variantes. Inserté la música a mis espectáculos, comencé a construirme una patria profesional que me dio la posibilidad de intercambiar, conocer gente. Luego volví con “Medea”. Me regalé una gira por el país. Le incorporé muchas cosas, como los barquitos de mis recuerdos, en el regreso de San Petersburgo a La Habana. Los mismos barquitos que ponía a navegar en el lavamanos del camarote cuando era niña”.

LMV: ¿Qué puedes decirme de “Comodín nostalgia del arco iris”?

RMS: “Pienso que para que una persona se sienta plena todos sus chacras deben estar armoniosos. Antes de Comodín los míos estaban contraídos. Fíjate como es la naturaleza, el día que lo estreno, 10 de abril de 1997, estaba pasando el cometa Halley. Aunque nunca terminé el ISA, ese día me gradué profesionalmente, con antelación la lejanía me dio el título de la vida. En Cuba estaba protegida, creciendo bien como actriz. El personaje que interpreto en esa obra, tiene mucho que ver conmigo, con toda la energía que yo había puesto en el propósito de sobrevivir ante todo, incluso ante la terrible sensación de extrañar a los tuyos. La historia de Comodín se parece a la de Renata, es un personaje que viaja en soledad y busca la armonía. Aprendí que el teatro es como la vida, existe si lo haces, si avanzas. No puedes tener temor de continuar.

 

 

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