Vicente Revuelta Planas (5 de junio de 1929-10 de enero de 2012), cubano —y habanero, para más señas—, se incluye por derecho propio entre las grandes figuras del teatro contemporáneo en la región de las Américas, y es el renovador por excelencia del teatro cubano de la segunda mitad del siglo XX.
Muy joven dispuso de experiencias profesionales en el cine, la radio, la televisión; sin embargo, decidió por el Teatro. Las claves parecen estar en su infancia tímida transida por las necesidades de una familia humilde, en contradicción con su curiosidad y enorme necesidad de comunicación; en la grisura de una vida —la de entonces— que sólo hallaba matices de color e interés en las pantallas cinematográficas.
Todo ello, más el gusto de sus padres por el arte, lo encaminaron, tras su hermana —la gran Raquel Revuelta—, hacia el mundo del teatro: un lugar donde tener compañeros a la vez que contar con la oportunidad de examinar e interrogar el comportamiento humano, una de sus grandes obsesiones.
Tuvo posibilidad de actuar en varias de las instituciones de la época, tanto en la etapa que la historia teatral cubana llama “del teatro de arte”, como en “el período de las salitas o teatro de bolsillo”, y de conocer a sus principales figuras. Así integró elencos en el Grupo Escénico Libre (GEL), en ADAD, Teatro Universitario, Las Máscaras, Patronato del Teatro, Prometeo y se relacionó con Paco Alfonso, Andrés Castro, Julio Martínez Aparicio, Modesto Centeno, Francisco Morín, entre los directores, y con actrices y actores de la talla de Marisabel Sáenz, Adela Escartín, Violeta Casal, Minín Bujones, Raquel Revuelta, Lillian Llerena, Eduardo Casado, Eduardo Egea, Helmo Hernández, Roberto Blanco, entre otros.
Muy temprano y tal como si fuese un proceso natural en su vida profesional se inició en la dirección teatral, donde a lo largo de su vida cosechó triunfos semejantes a los que obtuvo en su desempeño como intérprete. Una zona interesante del repertorio que seleccionó, en tanto director, provino de la dramaturgia norteamericana y europea. En el caso de la primera están los ejemplos de Tennessee Williams (Recuerdos de Bertha, 1950; Mundo de cristal, 1956 y 1961); Eugene O’Neill (Viaje de un largo día hacia la noche, 1958, y Antes del desayuno, 1984), Edward Albee ( El cuento del zoológico, 1964 y 1984; La muerte de Bessie Smith, 1964) y Arthur Miller (El precio, 1979); mientras la segunda tiene como centro a Bertolt Brecht (El alma buena de Se Chuán, 1959; Los fusiles de la Madre Carrar, 1960; Madre Coraje y sus hijos, 1961 y 1973; Galileo Galilei,1974 y 1985) junto a los clásicos del siglo de oro español: Lope de Vega (Fuenteovejuna, 1963; El perro del hortelano, 1964; La dama boba, 1977) y Lope de Rueda; al gran bardo isabelino (La duodécima noche, 1982, y Medida por medida, 1993) y a Antón Chejov (Petición de mano, 1956 y Las tres hermanas, 1972).
A través de su práctica sostenida, en la cual la búsqueda y la experimentación constituían los pilares esenciales, se le considera como el artista que dio reconocimiento en Cuba a los descubrimientos de Konstantin Stanislavski para el arte escénico; a la nueva perspectiva de Bertolt Brecht y a las vanguardias europeas occidentales de los años 60, en especial a las propuestas de Jerzy Grotowski.
Tres grandes hitos de su carrera fueron Viaje de un largo día hacia la noche, con la que funda, junto a sus compañeros de aventura, el mítico grupo Teatro Estudio, el más trascendente de la escena cubana del XX; La noche de los asesinos, del dramaturgo cubano José (Pepe)Triana, que colocó al teatro cubano en sintonía con la vanguardia teatral de su tiempo en Occidente y Las tres hermanas, el clásico chejoviano leído en aire de performance e inscrito en la discusión ideo-política del país en la etapa, sin pasar por alto la ardua experiencia del Grupo Los 12, entre 1968 y 1970, uno de los momentos más altos de la indagación teatral y artística en la Isla.
Vicente resultó un maestro permanente sin necesidad de otra aula ni cátedra que no fuera su propio quehacer y la generosidad de compartir la pasión por el teatro y la curiosidad hacia el ser humano y sus relaciones sociales con todo aquel que se mostrara interesado.
Autodidacta, devino un hombre cultísimo que se modeló a sí mismo (un self-made man), inspirador de los artistas de su generación, así como de quienes integran las generaciones subsecuentes.
En 1999 recibió el Premio Nacional de Teatro, junto a su hermana Raquel, inaugurando ambos la entrega del máximo galardón de la escena cubana.
En el año 2000 la Universidad de las Artes le confirió el grado de Doctor Honoris Causa en Artes.
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*El título de este artículo es una frase dicha por Vicente Revuelta a la autora recogida en su libro: El juego de mi vida. Vicente Revuelta en escena. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2017, p. 134.