Carlos Manuel Guzmán Hernández o como se le conoce Carlos Guzmán (La Habana, 1970) es, ante todo, un artista. Ya sea en dibujos, pinturas o hasta en artefactos tridimensionales su capacidad para dar vida a mundos oníricos se constata.
Temas como la incomunicación y la soledad de los sujetos se tornan recurrentes en su obra y están presentes desde que en 1989, recién graduado de la Academia de San Alejandro, inició un trabajo en el Hospital Psiquiátrico de La Habana. Su experiencia durante su tesis de graduación lo acompañaría para siempre. Por ello, sus personajes, en ocasiones, parecen encontrarse sumergidos en un mundo distante, presos de sus cavilaciones.
En sus creaciones pueden encontrarse reminiscencias de las obras de Antonia Eiriz, por la que ha confesado- en más de una ocasión-sentir una profunda admiración o de Acosta León y Fidelio Ponce. En igual manera, se trazan nexos con los modos de hacer del Renacimiento y la pintura medievalista que ha tenido muy buenos exponentes en Cuba.
En entrevista realizada por Eduardo Jiménez García, el artista confiesa:
“Sucede también que en el medioevo, y también por eso me seduce tanto esa época, ocurre el desarrollo de la alquimia, y cobra gran fuerza la magia, que son elementos que incorporo con mucha frecuencia a mi pintura”.
Nos quedan en la memoria series míticas como Abracadabra y Bandadas de peces. En la primera, apuesta por la relación entre los pares categoriales: hombre/ universo/ naturaleza/ magia. Sin embargo, en la segunda, el hombre lucha con la máquina, cuyos hilos no son más que extensiones sociales. La máquina representa los adelantos tecnológicos de esta nueva era y, al mismo tiempo, un producto de la imaginación. Quizás porque la obra de este versátil artista no puede entenderse sin el universo del sueño, donde lo que prima es una versión otra, trastocada de la realidad.
Como se verifica a lo largo de la trayectoria artística de Guzmán, el collage es una técnica que le resulta en extremo atractiva. En sus piezas, es frecuente que re-ilustre las páginas de los libros de anatomía. Las figuras son metamorfoseadas en pos de conformar un híbrido entre la naturaleza humana y la animal o el cuerpo humano y la máquina.
Se respira un aire esotérico cerca de las obras del artista, aún cuando sus personajes parezcan sumidos en una profunda melancolía, como extraviados o alienados, perdidos en un mundo que no parece corresponderles.
Su talento para hacer converger elementos que aparentemente no tienen asociación posible, y ensayar así nuevos significados se ha confirmado en cada una de sus series.
No importa la manifestación o el soporte, Guzmán oficia como un creador de un mundo de ilusión. Tal vez, podría llamársele, hacedor de personajes y figuras, amante de la sin razón. Sin embargo, demiurgo es la palabra correcta porque sus creaciones constituyen un autónomo pasaje a un país de maravillas o al mundo onírico de ese artista incansable que se nombra Carlos Guzmán.