Los deportes de combate, sin repechajes, tendrían desenlaces mucho más sencillos, pero menos emocionantes. Sin repescas, la definición de las preseas de bronce sería un trámite tedioso y limitado a dos competidores; con repescas, en cambio, hasta seis atletas derrotados por los finalistas mantienen vivo su sueño de escalar al podio.
Para dejarlo más claro, los repechajes no son más que rondas de consuelo, las cuales forman parte del show a un costo mínimo, porque en las modalidades de combate rara vez una pelea va más allá de los ocho o diez minutos. ¡Más circo!
Contrario a lo que podamos pensar, las repescas no son nada nuevo en el deporte, de hecho, hace más de 60 años que comenzó a utilizarse esta fórmula en el concierto olímpico. Tampoco es compleja la metodología para armar las llaves, compuestas por los tres atletas que sucumbieron frente a los dos aspirantes al título de octavos de final en adelante.
Los derrotados en la ronda de 16 y de ocho se enfrentan en un duelo de vida o muerte, y los ganadores pasan a discutir el bronce con los perdedores de semifinales. Como ya decíamos, es un procedimiento sencillo pero, en el trance, quienes esperan experimentan altas dosis de tensión y sufrimiento para ver si sus verdugos logran arrastrarlos en una marea vencedora.
Justamente esa sensación carcomió hasta los huesos al taekwondoca cubano Rafael Alba (+80 kilogramos), quien ahora disfruta como el primer medallista de la delegación antillana en Tokio, pero antes pasó por momentos muy amargos en el Makuhari Messe Hall, donde cayó en su combate de estreno frente al macedonio Dejan Georgievski.
La derrota, inapelable, exactamente igual a la sufrida frente al uzbeco Dmitriy Shokin en Río 2016, fue un zarpazo a las aspiraciones del santiaguero, doble campeón mundial y fantasma en Juegos Olímpicos. Pero quedaba una carta con la que Alba no contaba cuando pasó por la zona mixta y dijo a los medios, frustrado, que el contrario había sido mejor que él.
El repechaje, el consuelo, el show, le abrían al antillano una nueva oportunidad para inscribir su nombre junto a Ángel Valodia Matos, Urbia Meléndez, Yanelis Labrada, Daynelis Montejo y Robelis Despaigne, los otros representantes de la Isla que han ganado preseas en el taekwondo de los Juegos Olímpicos.
Durante casi seis horas, Alba y toda Cuba —en silencio en medio de la madrugada— movieron los caracoles por Macedonia como nunca antes. Por primera vez en la vida, ese país del sudeste europeo recibió una avalancha de buenas vibras desde una isla caribeña, y el “trabajo” dio resultado.
Georgievski, impetuoso e irreverente, subió como la espuma y no paró hasta la final, lo único que le importaba a Alba. “No tenía muchas esperanzas de que (el macedonio) llegara a finales, pero demostró su calidad, no solo al vencerme a mí, sino a otros rivales muy buenos, incluido el coreano”, sentenció el indómito.
“En el tiempo de espera, los entrenadores y el comisionado me alentaron, casi que podríamos darles el título de psicólogos. Igualmente, mi mamá me animó y muchas personas en las redes sociales me transmitieron mucha confianza”, relató Alba, renacido gracias a la repesca.
En esa instancia, victorias sobre el marfileño Seydou Gbane y el chino Hongyi Sun le abrieron las puertas al podio bajo los cinco aros y, de paso, abrió también las puertas del olimpo a todos los que tenían preparados titulares al estilo de “Rafael es el Alba del medallero cubano en Tokio”.
“La medalla olímpica es muy merecida, la única medalla que me faltaba en mi palmarés. Se demuestra que el sacrificio que estamos haciendo los deportistas no es en vano”, apuntó el gigante santiaguero, uno de los mejores atletas cubanos de los últimos diez años.
Cuba abre así la senda de las preseas en Tokio. En un día de tormenta, el Alba no fue dorado, pero parece que por fin amanece para la comitiva caribeña en los Juegos de la XXXII Olimpiada.