Forever Bolt

Bolt luego de la final de los 100 metros en el Mundial de Londres. Foto: Jean-Christophe Bott / EFE.

Bolt luego de la final de los 100 metros en el Mundial de Londres. Foto: Jean-Christophe Bott / EFE.

“Rayo de metal crispado / fulgentemente caído”…

Miguel Hernández

Los aficionados al deporte solemos padecer la tendencia a ser ingratos. Aplaudimos con manos y pies a los dioses de turno, pero luego, cuando el tiempo los fuerza a colgar los borceguíes, los dejamos pasar como si nada y muy de vez en vez volvemos a hablar de ellos.

Está mal, porque nada debiera borrarnos la memoria de aquello que nos hace felices. Ni siquiera ese señor canoso, el Padre Tiempo. Hay atletas a los que siempre les debiéramos estar dando las gracias por habernos dejado vivir en su época, a la sombra del árbol de su majestuosidad. Es el caso de Bolt. Usain Bolt. El rayo jamaicano que hace horas corrió su último tramo de cien metros en una prueba individual.

Me van a perdonar los patrioteros, que seguro a esta hora se estarán preguntando por qué no dedico la columna al valor de ese Maikel Massó que este sábado se fajó como un campeón por la medalla en longitud que le fue esquiva. El muchacho lució de lo lindo, le tiró un manotazo serio al podio, y ya sé que en el próximo Mundial o en la Olimpiada 2020 le tendré que dedicar todo el espacio. Pero hoy…, hoy no puedo ignorar la despedida del corredor más grande de la historia.

Bolt ha sido un tirano de la velocidad. El acaparador por excelencia. De todos los atletas que me ha tocado ver, tan solo Michael Jordan y Lio Messi me han parecido igual de dominantes en sus especialidades. Son imágenes icónicas de la modernidad: la lengua impúdica de Jordan; la mirada de Messi en los celajes; la sonrisa triunfal del reggae boy más reggae boy, con perdón de Bob Marley.

Cuando Bolt arrancaba, el mundo contenía la respiración durante nueve instantes y fracción. Nadie quería perderse una zancada. Había el convencimiento de que a mitad del tramo sacaría las turbinas y, en un repetitivo ejercicio del sadismo, pondría en ridículo a sus contrincantes. Bolt for Gold, y los demás por lo demás.

Pero todo gobierno tiene un fin, y este sábado Bolt perdió en el hectómetro. Salió lento, es verdad, mas lo que le falló fueron las fuerzas para rematar. No alcanzó el combustible, ni tampoco la fe. Él sabía que estaba en la carrera de su vida, no tanto por la respetabilidad de los contrarios sino por el decrecimiento de su poderío. Y no pudo con Coleman, que lo haló desde el principio. Y le dio a Justin Gatlin –por fin- el placer de superarlo.

Bolt en el podio de Londres. Junto a él Coleman (izquierda), plata, y Gatlin (centro), oro. Foto: Jean-Christophe Bott / EFE.
Bolt en el podio de Londres. Junto a él Coleman (izquierda), plata, y Gatlin (centro), oro. Foto: Jean-Christophe Bott / EFE.

Cinco de cada tres personas habrían querido verlo coronarse nuevamente, sobre todo esta vez, que era la última. Pero el cielo de Londres se tragó los relámpagos, tal como habían pronosticado algunos ‘meteorólogos’, y Bolt no pudo armar su show de niño grande. Quedó en bronce, una palabra cuyo significado desconoce.

Ahora habrá que esperar muchos años, quizás una vida, para volver a entusiasmarnos en la pista con un héroe tan parecido al antihéroe. Desde su inevitable desaliño, Bolt se pasó casi una década enseñándonos que incluso los superdotados pueden comportarse como un simple mesero de taberna. En él, extrañamente, han convivido la superioridad de Fischer y la adolescente sencillez de Holden Caulfield.

Más que por sus medallas y sus triunfos, ese gran corredor que es Justin Gatlin va a quedar en la retina por la hermosa reverencia que le hizo al jamaicano. Bolt, que a la sazón debía ser un hervidero de dolor y confusión, respondió con un abrazo. Justo en aquel momento de derrota supimos que era humano, y eso lógicamente nos hará admirarlo más.

https://www.youtube.com/watch?v=g5i5nEF4esQ

Salir de la versión móvil