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Cuando Teddy Tamgho saltó 17.90 en la final del Campeonato Mundial bajo techo en Doha 2010, Yoandri Betanzos intentó volver a meterse en una competencia que daba por ganada. Estaba frío, se veía campeón y los tres brincos del joven francés pusieron sus planes patas arriba. Con 17.69 habría reinado en muchas ediciones anteriores. En la mayoría, para ser sinceros. Sabía que era su última oportunidad para intentar sacudirse esa maldición de quedar segundo o tercero.
Volvió a saltar, helado y medio desconcertado ante el récord del mundo indoor de un francés larguirucho entrenado por un cubano de nombre Iván Pedroso. Betanzos se paró en su marca, hizo algunas respiraciones controladas y se dispuso a correr. Uno, dos, tres saltos. Ya en el aire, se encomendó a esos poderes divinos que siempre le negaron el lugar más alto del podio. Sin embargo, no fue la excepción. El destino lo condenó, de nuevo, a ser medallista de plata en una cita del orbe.
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Casi 15 años después, una mañana fría de enero lo hace rememorar ese y otros pasajes. Todavía guarda aquella espina de Doha, y la de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Pero lleva también el orgullo de ser el triplista de la isla con más medallas mundiales vistiendo la camiseta de la selección cubana, a pesar de tantos límites que rodean la historia del atletismo antillano.
Betanzos no olvida las veces que lo quisieron eliminar, ni el retiro obligatorio, ni las faltas de respeto después de que ya no figurara en el equipo nacional. Pero sigue adelante. Hoy es entrenador en la India y aspira a convertirse en uno de los mejores del mundo. Aún tiene hambre competitiva y quiere con todas sus fuerzas esa medalla olímpica que se le hizo esquiva como atleta.
Nacer en la pista
Nació en Santiago de Cuba, casi en la pista, pues su mamá nunca dejó de practicar el atletismo durante el embarazo. “Estuvo los nueve meses entrenando, no se lo dijo a nadie. Un día en las vallas le dio un dolor, la llevaron para el hospital y ahí dio a luz. La barriga no se notaba, se apretaba una faja y, según ella, el médico dijo que me había metido dentro de una costilla y por eso fue que no abortó”, cuenta un poco asombrado.
Aunque de pequeño deseaba ser boxeador como su papá, el camino se fue allanando hacia el deporte rey, por casualidades de la vida. A los cuatro años se trasladó a Ciego de Ávila y con siete probó suerte dentro del cuadrilátero, mientras alternaba con las actividades propias de la vida de campo: lomas, animales, caña, río…
¿Por qué, si te gustaba más el boxeo, te decantas por el atletismo?
Cosas de la vida. Mi hermano mayor estaba en atletismo. Un fin de semana había una competencia, faltaba uno y él me preguntó si quería ir. Dije que sí y resulta que gané el provincial sin saber nada. Iba preguntando cómo se competía en cada evento. No había entrenado nunca. Ahí me captaron.
El plan mío era cambiar al boxeo, porque mi papá era entrenador en la Eide, pero cuando lo intenté me dijeron que debía irme y después volver a entrar por boxeo. Entonces dije: “¡Na’! Me quedo aquí mismo ya”.
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De esa época, recuerda mucho el apoyo de su padre, quien aprendió de las indisciplinas del pasado e intentó que su hijo siempre fuera por el buen camino. Además, tampoco olvida las etapas de la Eide y la Espa, espacios donde tuvo que crecer y asimilar la vida en un contexto totalmente distinto al acostumbrado.
“Ahí aprendí mucho. Sobre todo a ser independiente. Empecé en cuarto grado y había aulas hasta doce. Ya tú sabes, la diferencia de edad era terrible. Al principio hasta lloraba cuando tenía que estar la semana entera en la escuela. Había que sobrevivir, porque los grandes siempre estaban arriba de los chiquitos. Aprendí sobre todo a ser organizado e independiente. Hoy lavo, sé cocinar, sé hacer todo, pero gracias a eso.
“En aquel tiempo la Eide de Ciego Ávila, en cuanto a condiciones para entrenar, no tenía muchas. Me preparaba en un terreno de fútbol y mi entrenador de aquel tiempo, Osmani García, abrió un hueco entre los albergues, echamos un poco de arena y aserrín y ahí saltábamos. Teníamos que caminar mucho para ir a una pista con todos los implementos aquellos, cargar el colchón de salto alto, las vallas… más o menos dos kilómetros con todo aquello arriba; llevarlo y traerlo…”.
Leí que en categorías inferiores rompiste un récord de Sotomayor…
Sí, con 13 años. El salto alto se me daba bien, de hecho era el evento que me gustaba a mí.
¿Qué sentiste cuando te cambiaron definitivamente al triple?
Tremendo dolor, lloré y todo. Al final entendí que no era donde debía estar, y eso que le ganaba a Víctor Moya en aquel tiempo, lo que pasa que por la estatura el entrenador Luis Alberto Pinillo le dijo a mi profesor que no había mucho futuro. Entonces Ricardo Ponce, del triple, le indicó a Osmani cómo entrenarme en el triple y prometió llevarme para el equipo nacional. Así lo hicimos. En 1998 cogí oro en el nacional.
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A partir de ahí, estaría ligado a esa disciplina hasta el día de su retiro. Primero llegaron los 16 metros, motivados por una conversación que escuchó entre su papá y Ricardo Ponce, quien se mostraba conservador con las posibilidades de Betanzos para ganar a atletas que ya llevaban un año más de entrenamiento. La sola duda ofendía y él quebró sus barreras para derrotarlos a todos. Luego, en un juvenil sobrepasó los 16.80 y más tarde se vio entrenando junto a leyendas como Yoelbi Quesada, Yoel García o Aliecer Urrutia.
“En el equipo nacional la competencia era dura. Había bastantes saltadores y, como teníamos entrenadores diferentes, existía mucha rivalidad. Más tarde entraron muchachos nuevos que estaban muy bien, fíjate que hubo un momento que Yoelbi cogió quinto en una competencia, con 17.38. Estaba duro aquello.
“En mis primeros momentos todos me dieron consejos, pero en quien más me fijaba era en Yoelbi. Me ayudaba bastante, incluso compitiendo. Creo que ya tenía claro que él estaba terminando y yo venía irrumpiendo. En Atenas 2004 él estaba conmigo; me ayudaba. Por la parte de la técnica, sí que éramos bastante parecidos. También miraba mucho a Urrutia y Yoel García. Casi todos tenían algo bueno. Iván Pedroso también me ayudó mucho”.
¿Qué significa Ponce para para ti?
Todo. He tenido en mi vida dos entrenadores. Uno desde que empecé chiquito y me enseñó desde lo que es actitud competitiva hasta cómo enamorar una muchacha. Ese es Osmani García; fue muy importante en esa etapa, y Ponce en lo que vino después; estamos juntos desde siempre, incluso antes de irme para la India seguí trabajando con él. Es como si fuera mi padre.
De Santo Domingo a Doha: años de medallas y algo más
Justo cuando venía empujando la figura de David Giralt, Betanzos fue sancionado un año debido a una indisciplina que prefiere no revelar. A su regreso, con molestias en el tendón de Aquiles, el desafío era conquistar la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo 2003.
“A pesar de la lesión, la vida me sonrió en los Panamericanos primero y después en el Mundial de París, donde no realicé una marca grande, pero fui plata, con 17.28. Tuve bastantes problemas, porque el tendón de Aquiles era el del brinco. Tenía que despegar, caer y después volver a despegar”, rememora y afirma que fue un atleta al que nunca le increparon los vaticinios pre competencia.
“Yo siempre iba a competir para ganar. El pronóstico nunca me interesó, porque se basa en cosas que pasaron o que podrían suceder: tú puedes tener 17.90; pero mañana tienes repetirlo conmigo ahí, si lo logras, no hay problemas”.
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De la primera presea mundial en París lo que más recuerda es lo motivado que estaba. Y es que los seres humanos muchas veces se mueven más por la necesidad que por los sueños. La vida no es un cuento de esos que terminan siempre bien. Es un drama, una película de las que cuando corren los créditos sacan las lágrimas del ser más robusto.
“Antes, cuando empezabas nuevo e ibas para la gira cobrabas diez dólares diarios, entonces si tenías un resultado panamericano cobrabas 20 o 25. Cuando cogí mi oro en Santo Domingo dije: “¡Ñooo! Ya tengo 20”. Eso era lo que me motivaba, porque había carencia de todo y era necesario ayudar a la familia. Cuando fui al Mundial y gané la plata, pensé: “Ya tengo 30” —sonríe—, porque uno trabaja para algo, y aunque lo quieran ver de otra forma, hay muy pocos que practican el deporte solo por amor”.
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Tras la consecución de esas dos importantes preseas, vivió el que fue uno de los momentos más decepcionantes de su carrera, marcado por un precedente de los que se esconden bajo las alfombras de la Comisión Nacional de Atletismo. En Atenas 2004 acabó en la cuarta posición, a un centímetro del bronce. Era, sin saberlo, lo más cerca que estaría de una medalla olímpica.
“Aquello fue bastante duro para mí. Atenas también tiene otra historia. No había perdido nada en Cuba con nadie, ni un salto largo sin impulso, ni un quíntuple, ni una velocidad con ninguno de los triplistas. Tuve una competencia con Yoel, que para mí es un animal: el tipo estuvo operado de la tibia, vino como en noventa y no sé cuantos kilos, gordísimo, saltó en la Copa Cuba quince metros y por respeto se lo llevaron para la gira. Bajó a 80 kilos y saltó 17.05; nunca pensé que fuera a hacer eso. En esa competencia metí el pie mal y el tobillo se me jorobó un poco.
“En ese momento, el compañero Sigfredo Bandera, amigo del jefe técnico, era el entrenador de Yoel y Yoelbi, mientras que Ponce nos tenía a David y a mí, pero a los Juegos Olímpicos iba el preparador que se llevaría a dos de los tres que asistirían. Se dieron cuenta de que me lastimé. Eso fue un lunes, y me eliminaron el viernes. Una locura, porque debía recuperarme y el presidente del Inder, Humberto Rodríguez, había orientado que me dejaran tranquilo, pero plantearon que si no competía y saltaban más que yo, me quedaba. Tuve que hacerlo. Salté 17.18 y me sacaron en camilla, sabía que solo podía hacer un salto y no dar foul”.
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Después de ese pasaje, la recuperación avanzó un tanto, aunque en la clasificatoria de Atenas volvió a resentirse tras marcar 17.53 en el primer intento: “Estaba muy bien, fuerte para los Juegos Olímpicos. Ya para la final, el médico Álvarez Cambras dijo: “Él puede dar un salto, el segundo lo dará si los tiene bien puestos y el tercero quítalo, que no va a saltar más”.
“En el primer salto di foul y por dentro pensé que tenía que marcar sí o sí en el segundo. Salté realmente para marcar y salió ese 17.47. No fue un intento en el que fui a darlo todo; tenía que asegurar, porque ya me dolía mucho. Se me hizo una bola en el tobillo y en el último salto el ruso me quitó el bronce por un centímetro. Salí a la última oportunidad; pero me quedé en 17.24, no podía meter el pie. Estaba muy bien en esa competencia, pero la vida…”, dice y se queda en suspenso por unos segundos que reviven la espina de Atenas y una presea olímpica que pudo haber logrado.
Después de eso, obtienes el bronce en pista cubierta en Budapest 2004, la plata al aire libre en Helsinki 2005, el bronce bajo techo en Moscú 2006. ¿En cuál de estos eventos te veías más cerca del oro?
En Budapest no tenía opciones, estaba Olsson con más de 17.80 y realmente yo no llegaba ahí. Con más posibilidades me vi en Helsinki y en Moscú, donde me hicieron una trampita. Los rusos son un poco tramposos. El americano vino en el primer salto, grandísimo, y le dieron 17.30, reclamó y cuando volvieron a medir: 17.74, le metieron 44 centímetros para atrás.
Vine y metí un salto de récord; ¡más de dieciocho metros! Vi que le pasé por arriba a la marca y me pusieron foul, pero quienes nos dirigían no estaban metidos en la competencia. La orden fue que no había reclamación. “¡Que vuelva a saltar!”, dijeron. Para mí no fue foul, era bien pegado, pero la plastilina nunca se marcó. Cogieron la bandera, la apoyaron en la tabla y me mataron una buena marca.
Se habla mucho y se te critica también por el hecho de no que no lograste un oro o una medalla olímpica, sin embargo no se habla prácticamente de las preseas de oro en las finales mundiales de Mónaco 2005 y Stuttgart 2006, en las que les ganaste a los mejores saltadores del mundo.
Gané dos veces la Final Mundial. No se resalta tanto, porque eso no importa aquí en Cuba. Iban los ocho mejores saltadores, pero de mis resultados no se tiene en cuenta casi ninguno. No se habla mucho de eso.
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En 2007, tras el oro centroamericano de Cartagena 2006, Betanzos se colgó el bronce en los Panamericanos en Río, pero una lesión en la espalda lo alejó por completo de la actividad. Podía agravarse, al punto de dejarlo inválido. Además de las afectaciones desde el punto de vista físico, también se sintió tocado en el aspecto mental.
“La parte psicológica es muy importante. Antes no lo creía así. Era una persona de mente fuerte, pero hay cosas que solo resuelven los psicólogos. Aquello me afectó. Fíjate si es psicológico que anteriormente me dolía, pero yo saltaba. Cuando me hicieron la resonancia magnética que me dijeron lo que tenía hernia discal grado 2, ahí sí ya me bloqueé. No llegaba a 16 metros y podía quedarme inválido.
Después esa situación, ¿cómo se logra volver a saltar?
Estaba bloqueado. Tenía pensado retirarme y en 2009 dije: “Voy a empezar de cero, a hacerme la idea de que no tengo resultados, de que no soy nadie”. Todas las cosas las hacía consciente. La parte técnica no la hacía por hacerla, porque llega el momento en que, como sabes las cosas, lo haces todo automático. Incorporé cosas nuevas, no hacía fortalecimiento y lo sumé en las tardes. Funcionó y mejoré mi marca”.
¿Qué pasó en Berlín 2009?
Fui con la idea de hacer récord mundial. Fue donde mejor estuve y, sin embargo, no pasé a la final. Me puse un poco bruto también, porque estaba en la bronca con el comisionado y necesitaba demostrar cosas, ya que querían hasta retirarme y todo. Ese año empecé a mejorar mis registros. En la clasificación metí dos fouls para atrás, y en el último despegué a un metro de la tabla. Estaba muy bien en ese tiempo, pero me quedé; cosas de la vida.
En varias entrevistas has hablado de trampas y jugadas que se hacían a nivel del equipo nacional. ¿Qué tipo de cosas se veían?
Hay atletas que caen muy bien, no sé si es por el carácter, y otros que no, pero tienen que aceptarlos porque son buenos. Yo era de los que no caía muy bien. Siempre trataron de opacarme e incluso, ahora mismo, si te fijas, casi no hablan de mí, pero de los triplistas de Cuba soy el que más medallas mundiales tiene, aunque no tenga una de oro.
Siempre han querido minimizar mis resultados. Hubo un año que lo pasé muy mal. Era el tiempo en que Esteban Brises estaba de director del equipo. De una manera u otra siempre me hacían saltar y ganar, si no, me quedaba. En la preparatoria al Mundial bajo techo de 2010 estábamos en proceso de eliminación David Giralt, Alexis Copello y yo, porque solo podían ir dos. Nos estábamos eliminando entre comillas, porque yo no competía, mientras todos estaban entrenando fuera.
Incluso, a Bandera le dije: “Ven acá, ¿qué tipo de eliminación es esta? Mándame para Cuba, si al final están compitiendo ellos”. Hubo un evento y me dijeron que no me habían invitado. Comenté: “¿No me invitaron o no me propusieron? ¿Cómo es?”. Entonces Javier Sotomayor, que siempre se ha llevado muy bien conmigo y en aquel tiempo era el mánager, me dice: “Mira, hay una competición aquí mismo en España, participa, porque es la última ya, no tienes más oportunidades”.
Dos días antes Sotomayor me dijo que me iba a Inglaterra. Era una competencia buena, estaban los mejores, y, aunque ya ni quería ir, me acuerdo que fui segundo detrás de Christian Olsson. Después estaba en un locutorio llamando a mi casa y al lado mío Sotomayor hablaba con Brises. Siento que Sotomayor le dice: “¡Oye, Brises, ¿qué es lo que tú quieres que haga?! ¡Si él fue el que ganó!”.
¿Consideras que fue algo personal?
No creo que fuera algo tan directo conmigo, sino con mi entrenador, pero se reflejaba en mí. Después fue un poco más personal porque también me posicioné a favor de mi entrenador.
En las pré olimpiadas de 2008 sucedió algo parecido: última competencia, éramos tres clasificados para Beijing y después de que se había saltado por última vez hicieron una competencia en el Marrero; Copello no había llegado a 17 metros en todo el año, el otro tampoco y ahí estuvieron, sobre los 17.50. El maletín mío de los Juegos se lo dieron a Copello y el de Tosca se lo dieron a Héctor Dairon.
Me dijeron: “Ya ellos se van para la olimpiada, tú salta aquí, que si lo haces mejor que ellos, los traemos para acá”. Pensé: “Deja el abuso, hermano, dónde está la economía aquí para hacer eso”. No menosprecio la calidad de mis compañeros; pero no lo habían hecho en todo el año y en la última oportunidad lo lograron. Da qué pensar. A lo mejor fue cierto, a lo mejor no, sin embargo, ya se había acabado el tiempo, y me quedé”.
¿Por qué crees que, a pesar de que han salido a la luz tantas historias similares, todavía se mantienen este tipo de situaciones?
Aquí en Cuba el campeonato nacional no define nada. En todos los países, así seas el campeón, si no ganas o estás entre los dos primeros o los que clasifican para ir a la competencia, no vas. Entiendo que no tengamos tanta población para hacer eso, pero el triple en ese tiempo tenía seis o siete atletas parejos. El campeonato nacional tenía que definir algo.
Por eso la gente decía que los triplistas saltaban bien aquí y no lo hacían igual en la competencia fundamental. ¡Claro! Si te echas el año entero eliminándote aquí, ya cuando llegas al evento botaste tus mejores saltos”.
En el Mundial bajo techo de Doha, en 2010, te sucede algo parecido a lo de Atenas…
No lo esperaba. Podía saltar más. Marqué 17.69. En la mayoría de los mundiales bajo techo con eso sería sido oro, y como que me relajé un poco. Pero la competencia no se gana hasta que se acaba. Estaba conforme. Andaba muy bien en ese tiempo, fíjate que después, congelado, cuando Teddy Tamgho saltó 17.90, di un buen salto, pero estaba frío. Me sorprendieron con récord mundial. No me imaginé que él, con la edad que tenía, iba a hacer eso.
Tras ese resultado, el comisionado ni me felicitó, para que veas como estaba la historia. Nos encontramos en una barbería y él le hizo como un chiste: “¡Oye! Felicita al hombre que está de buenas”, y le dije: “No, no estoy de buenas ahora, esta es la quinta medalla mundial que cojo”. Él ni sabía.
¿En qué lugar histórico del triple salto cubano te sitúas?
Considero que por delante mí, en cuanto a resultados, solo están Yoelbi Quesada y Yoel García. No creo que haya otro. Por supuesto, hablo de los que hicieron toda la carrera en Cuba. Yoel es campeón mundial bajo techo y plata olímpica; Yoelbi tiene bronce olímpico y es campeón mundial también. Ellos dos tienen que estar por delante; pero el que más medallas mundiales tiene compitiendo solo por Cuba soy yo.
¿Y si incluimos a los que están fuera?
Estoy entre los cinco primeros. A Pichardo hay que incluirlo, porque para mí está entre los dos o tres mejores del mundo de todos los tiempos. Jordan está empezando ahora; pero ya es campeón olímpico, tiene la tercera mejor marca de todos los tiempos. Ya él, cuando entrenaba conmigo y con Ponce a los 16 años, saltaba 17.30. Eso es una locura. No saltó más porque lo tenían machucado y no le daban la importancia que le tenían que dar. Lo tenían como uno más. Decían que era cobarde, pero es que era un niño, no había madurado. Ahora es diferente, porque ya se lo cree.
Del retiro a la India
Después del Mundial de Doha, Betanzos tuvo la satisfacción de conseguir su tercera presea panamericana, la de plata en Guadalajara 2011, y asistió a sus segundos Juegos Olímpicos en Londres, aunque no en la forma que hubiera deseado. El retiro acechaba a modo de rumores, alimentados por decisiones que trascendían sus propios deseos.
“No lo asumí bien. Estaba de vacaciones y no me lo dijeron directamente. ‘A Betanzos lo van a retirar’, fue el comentario que se hizo. Me sentía bien. No quería retirarme. ¿Cómo me vas a retirar? ¿Te dije que quería retirarme? Por lo menos, teniendo en cuenta los resultados que tuve, dame la oportunidad de intentarlo y que sea yo quien decida. No era factible para el próximo ciclo olímpico, es decir, ya no les servía. Me usaron y me desecharon. Eso lo veo muy mal.
“Me enteré por rumores y después lo comunicaron, porque llegó a mi provincia el listado de las bajas dadas. Le dicen retiro por respeto al resultado que uno ha tenido, pero eso fue una baja del equipo nacional. A mí no me han hecho ningún retiro”, contó.
Luego, Betanzos siguió entrenando por su cuenta, empeño que no pudo mantener, pues debía enfrentar los desafíos de una vida fuera del deporte activo. “La motivación no era la misma. Estaba en la calle, tenía que producir y no podía estar todo el día en el deporte. Cogía mi carro y me tiraba mis carreritas por la noche, como todo el mundo, porque no daba la cuenta”.
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¿Cómo llega la posibilidad de entrenar en la India?
Empecé a trabajar con Ponce, aprendiendo. Después vino la pandemia, paró todo, y estaba en una tienda, organizando las colas. Aquello era candela, tremenda película. Tiempecito antes de que se acabara todo eso me llamó Yandro Quintana, el luchador, que estaba en la India. Me dijo que buscaban un entrenador de salto: “¿Tú hablas inglés?”, me preguntó. “Sí hablo inglés, hablo de todo”, le respondí. ¡Mentira! No hablaba nada, pero tenía que meter el cuerpo. Todo se dio rápido. Pasé un periodo de prueba, regresé, seguí en mi tienda y como a los 15 días me mandaron el pasaje y me presentaron el contrato.
¿Qué objetivos tienes como entrenador ahora?
La medalla olímpica que no tengo. Mis atletas ya tienen buenas marcas; aunque todavía les falta la parte psicológica de creérselo. Hay que seguir trabajando. Físicamente están muy bien y técnicamente igual.
¿Te habría gustado competir por otro país?
Bueno, teniendo en cuenta la economía y otras cosas, sí, claro.
Se dice que en tus momentos en activo te hicieron ofertas…
Cuando eres buen atleta y tienes resultados, la gente se acerca y te habla mucho. Pero soy una persona muy familiar y en aquel tiempo no soportaba estar lejos. O sea, estaba lejos de mi familia, pero podía verlos cuando quería. En aquel tiempo había que desertar y no había las posibilidades de contratos que hay ahora. Entonces eso conmigo no funcionaba, incluso ahora no lo veo como una posibilidad. Soy bastante cubanito, brother. A mí me gusta esto aquí.
¿Qué sentiste al ver una final olímpica donde los tres medallistas eran cubanos, pero representaban otra bandera?
Tremendo orgullo, porque realmente los tres se hicieron aquí y, aparte, Jordan está entrenando con un cubano también, así que es de la escuela cubana igual. Andy se fue de aquí con buena marca, y Pichardo se fue también siendo Pichardo, no es que se hayan hecho allá ni nada. Entonces, es un orgullo y lo demostraron: la escuela cubana del triple es la mejor del mundo.
¿Qué aspectos que debería mejorar Cuba en cuanto a los procedimientos y condiciones para los talentos?
Se necesitan condiciones. Atletas como Andy, Jordan y Pichardo tienen otra motivación desde el punto de vista económico; tienen tranquilidad, no los sofocan. Afuera te tratan como te mereces. En todos los lugares los jefes presionan, pero es diferente. Aquí si lo haces mal no sales más, y eso no funciona. Hay que hacer que los atletas se sientan relajados. Que compitan como si estuvieran en una competencia cualquiera.
¿Cuál es tu mayor rivalidad?
La rivalidad era aquí en Cuba, porque éramos muchos. Me presionaba más una competencia aquí que fuera. Un hueso duro era David Giralt.
¿Alguna vez te sentiste maltratado?
¡Claro! ¿Cómo me van a botar así después de tantos resultados? No hay respeto. Incluso los jefes te pasaban por el lado y ni te miraban, ni se daban cuenta de que eras tú. Eso es real. Antes todo mundo estaba arriba de ti, preguntando qué hacía falta.
A los atletas les daban gasolina. Un día fui a la escuela y la pedí en la dirección. Me dijeron que no había. Soy muy amigo de Leonel Suárez, que en ese momento estaba bien, y él fue, pidió la gasolina y se la dieron. Le dije: “¿Viste cómo es la historia, brother? Pero tranquilo. Deja que estés terminando para que veas”. Exactamente, cuando terminó se fue a montar en una guagua de una competencia y lo bajaron. No lo bajó un extraño, sino la gente de la comisión de nosotros.
¿A qué aspiras en lo personal?
Cuando termine en la India, quiero venir, dejar el deporte y dedicarme al mundo de los negocios. A mí lo que me motiva es mi familia, luchar por ellos y seguir adelante. Siempre lo digo: en lo que hagas, esfuérzate y trata de ser el mejor.