El Juego de las Estrellas de la pelota cubana podría cambiar su esencia en la versión del 2020, que se celebrará por segunda ocasión en Santiago de Cuba el próximo 8 de noviembre. Aunque no hay una confirmación oficial, se maneja que las autoridades beisboleras planean efectuar un duelo entre las promesas menores de 25 años ante otro equipo con las luminarias de más experiencia en nuestros clásicos de las bolas y los strikes.
Según Frangel Reynaldo, metodólogo que comanda el Programa Nacional de Talentos, la idea responde a la necesidad de visualizar el trabajo que se viene realizando con los prospectos de la Isla, a quienes los fanáticos deben comenzar a identificar, “porque ya algunos son nuestras estrellas del presente y otros en corto tiempo lo serán”.
“La afición puede disfrutar del espectáculo, pero esta vez viendo hacia dónde se proyecta nuestro béisbol”, escribió el experimentado entrenador en las redes sociales, donde se ha generado un intenso debate sobre la pertinencia de una iniciativa que eliminaría la tradicional disputa entre Occidentales y Orientales en los Juegos de Estrellas.
Los criterios del público al respecto están divididos. Una parte asegura estar satisfecha con el posible cambio de formato y lo apoyan, basados en distintos razonamientos que van desde la necesidad de “romper esquemas” hasta acabar con el aburrimiento provocado por esos juegos “sin incentivos” entre Occidentales y Orientales.
Otro sector de la afición se mantiene apegado a la tradición y no concibe la eliminación de los duelos entre los conjuntos de este y oeste por la eterna porfía que viven las dos regiones, aunque no están del todo cerrados a la idea de incluir, de alguna manera, a la jóvenes promesas en el marco del Juego de las Estrellas.
Las dos perspectivas tienen su dosis de razón. Por una parte, nadie puede negar que durante los últimos años el Juego de las Estrellas ha perdido brillo, lo cual no podemos vincularlo directamente al formato, sino al deterioro gradual del nivel del béisbol nacional. Con menos luminarias disponibles por el éxodo y la cantidad de peloteros contratados en diversos circuitos profesionales, es lógico que el partido de las luminarias haya bajado el listón.
Sin embargo, ello no implica que se haya disminuido un ápice la rivalidad entre Oriente y Occidente; esa disputa sobrevive cualquier crisis. Incluso en tiempos de decadencia competitiva, el Clásico entre santiagueros y habaneros también despierta muchas pasiones, y cada vez son más intensos los duelos de los conjuntos orientales –dígase Granma, Las Tunas o Camagüey– contra Matanzas e Industriales, las dos novenas de más poderío en el oeste en el último lustro.
Cualquier combinación entre esos equipos nos ha dado series explosivas, comparadas, por ejemplo, con la nivelada, atractiva pero excesivamente “cordial” batalla entre Leñadores y Alazanes de hace tres años.
Esa rivalidad territorial, aunque en menor medida, se refleja inevitablemente en el Juego de las Estrellas. Todavía un montón de fanáticos llevan a punta de lápiz el conteo histórico –bastante parejo, por cierto–, mientras otros borran las fronteras de sus provincias para alinearse con los vecinos en la lucha contra la otra región, algo impensado en la contienda regular.
Prescindir de eso es, cuando menos, absurdo y precipitado. Quizás, en efecto, este sea el momento ideal para buscar alternativas que enriquezcan el tradicional duelo, pero en ese esfuerzo no nos podemos llevar por delante un historial de más de 30 Juegos de Estrellas.
Y justo aquí me cuestiono un par de detalles. ¿Es realmente necesario suplantar la rivalidad de siempre solo para dar vida a una innovación que, con casi total seguridad, no va a perdurar en el tiempo? ¿Nadie ha pensado que, en aras de verdaderamente enriquecer el Juego de Estrellas, podrían convivir sin contratiempos el proyecto tradicional y la nueva idea, siempre que sean bien diseñados y planificados?
Al respecto, el experimentado estadístico Benigno Daquinta, una enciclopedia en materia de Juego de Estrellas, explicó a OnCuba que la propuesta de insertar a los talentos en este escenario es acertada, pero la manera en que planean llevarla a cabo no es la correcta.
“Para desarrollar un proyecto no hay necesidad de acabar con una tradición asentada y que tiene todavía muchísimos seguidores. Yo entiendo que debemos visibilizar a los prospectos, pero en función de eso ya hay un método creado: el partido de Futuras Estrellas. La cuestión está en dar paso a ese nuevo espacio y mantener el que siempre hemos tenido”, puntualizó Daquinta.
“Unir en un mismo juego a los jóvenes contra los más experimentados y eliminar la eterna disputa entre Occidentales y Orientales es un engendro. Una cosa tiene que estar separada de la otra. Te reitero, veo bien lo de incluir a las promesas, siempre y cuando tengan su propio espacio y no afecten el duelo tradicional”, añadió el estadístico.
Para Daquinta, una movida de este tipo crearía también un bache estadístico, algo similar a lo que ocurrió en el partido de estrellas organizado de 1994, en el cual las selecciones se conformaron sin seguir un criterio de territorialidad. Para tener una idea, Omar Linares y Orestes Kindelán jugaron en el mismo elenco, mientras los lanzadores que tuvieron decisión (Lázaro Valle y Liván Hernández) eran de la misma zona.
“Aquello de Truenos y Centellas, como nombraron a los equipos, fue un fracaso total, tanto que se realizó un solo año y después se desestimó la posibilidad de repetirlo. Ese partido no cuenta en las estadísticas del Juego de Estrellas, no hay manera de incluir los números de un encuentro aislado que no tiene absolutamente nada en común con los más de 30 que han disputado Orientales y Occidentales”, apuntó.
Criterios coincidentes expresó a OnCuba el también destacado estadístico Gregorio Oquendo, a quien no le parece buena la idea de eliminar la tradición: “Podríamos acortar el juego de veteranos a cinco innings y que después los talentos de una y otra zona se enfrenten en un choque de siete entradas, que está de moda. No veo mal que quieran innovar, pero siempre hay que respetar la historia”.
Pasado, presente y futuro
El Juego de las Estrellas jamás ha respondido a la necesidad histórica del béisbol cubano; en todo caso, el Juego de las Estrellas es una muestra de la intermitencia organizativa de nuestro deporte nacional, que en medio de cambios de estructuras y series alternativas no priorizó durante mucho tiempo un espacio ideal para despertar pasiones.
Si usted quiere entender mejor esto le bastará con mirar la accidentada secuencia de los duelos de las luminarias, que comenzaron en 1963, pero tardaron más de 30 años en asentarse como un proyecto constante. De hecho, hay dos largos períodos en los que no se consideró realizarlo, primero entre 1968 y 1981, y luego de 1988 a 1998. Afortunadamente, el cierre de siglo trajo algo de estabilidad que se extiende hasta nuestros días.
Todo ello es mirando desde un punto de vista exclusivamente organizativo, porque en cuanto a la parcela competitiva, el Juego de las Estrellas ha sido invariable en su formato. Las 32 ediciones oficiales que se han realizado hasta el momento fueron entre novenas de Occidente y Oriente, sin incluir en el conteo el referido duelo de Truenos y Centellas y otros partidos de exhibición.
Si los Juegos de Estrellas en realidad respondieran a momentos históricos o a necesidades puntuales de nuestro béisbol, de seguro que estaríamos recordando ahora muchas más innovaciones, o quizás estaríamos en presencia de una secuencia más estable, por ejemplo, con partidos de estelares en la década del 70, uno de los períodos de mayor opulencia para la pelota cubana.
Y precisamente por estos detalles es que no se sustenta demasiado aquello del momento histórico para justificar un cambio de formato en el Juego de Estrellas del 2020. Es más, si nos ajustáramos totalmente a ese criterio, no deberíamos ni pensar en el tradicional show, teniendo en cuenta las afectaciones económicas que vive el país y los riesgos epidemiológicos todavía latentes por la pandemia del coronavirus.
Ahora las autoridades beisboleras hablan de la necesidad de visibilizar a los nuevos talentos, de que la afición se familiarice con ellos en el marco de las Estrellas. Ese es el principal argumento esbozado en la intención de modificar los tradicionales duelos de Orientales y Occidentales.
A priori, dedicarle una mayor atención y darle un espacio exclusivo a los prospectos en el Juego de Estrellas no parece descabellado, al contrario, es una idea loable en la que debíamos haber reparado hace un tiempo. Sin embargo, en las circunstancias que se planean materializar no son las idóneas.
¿De verdad pensamos que un solitario encuentro con un solitario equipo de menores de 25 años servirá para que el público se familiarice con ellos? ¿Acaso se nos ha olvidado que la esencia misma del Juego de Estrellas es el cambio constante de jugadores, por lo que nadie consume más de dos o tres turnos?
Dudo mucho que ese volumen nos permita apreciar si un determinado pelotero puede convertirse en una estrella, o si otro no va a crecer más. Es más, creo que una presentación tan efímera sería muy engañosa. En todo caso, para visualizar los talentos del béisbol cubano en este marco, se podría hacer un juego de Futuras Estrellas, independiente del tradicional All-Star, como ya habíamos mencionado antes.
Y mirando a largo plazo, para que la afición se familiarice con los prospectos y conozca sus potencialidades, lo que hace falta es explorar mucho más en las nóminas de las Series Nacionales, apostar por campeonatos más serios en las categorías inferiores y ofrecer una correcta difusión de los mismos en los medios, sin escatimar nada.