Yadir Drake (Pueblo Nuevo, 1990) es un pelotero profesional, de la gorra a los spikes, como dicen los seguidores del béisbol de la vieja escuela. El matancero emigró de Cuba hace más de una década, firmó con los Dodgers, luchó por llegar a Grandes Ligas y, aunque no lo logró, siguió batallando en los diamantes de Venezuela, Japón y México para ganarse la vida en lo que mejor sabe hacer: jugar pelota.
Drake ha sido uno de los nombres propios del béisbol cubano en los últimos tiempos. Su decisión de regresar a jugar en la Serie Nacional con la escuadra de los Cocodrilos y su posterior llamado a la selección cubana que participó en el Preolímpico de las Américas, despertó una tremenda expectación durante el 2021, en gran medida por el cartel de estrella que el yumurino había adquirido en su paso por los distintos circuitos profesionales, mayormente en México.
Su carácter desenfadado, su energía contagiosa y su estilo alegre en el terreno también le permitieron crear una rápida conexión con los fanáticos, a pesar de que sus primeras experiencias en el clásico doméstico del pasado curso fueron, justamente, con los estadios vacíos por culpa de la pandemia. Sin que eso importara, “La Pantera” se sintió arropada tras cientos de mensajes en redes sociales que lo felicitaban por cumplir su sueño de vestir nuevamente la chamarreta de Matanzas.
“Lo he dicho muchas veces. Estoy aquí en gran medida por mi abuela y por mi familia, que nunca me vieron jugar en la Serie Nacional y tampoco han tenido la oportunidad de ver en vivo mis partidos en México u otro país. Solo algunos videos cortos y ya. Yo siempre he pensado que, si este es mi país, tengo derecho a regresar, todos los que estamos fuera tenemos ese derecho. Aquí me hice pelotero. Es cierto que me moldearon en otros lugares, pero en Cuba fue donde me formé, no en Venezuela, no en México, no en Japón, no en Estados Unidos”, me confesó en marzo del 2021 en una entrevista exclusiva.
Pero lo más impactante de Drake es que no vino a Cuba para saldar una deuda pendiente y regresar sin mirar atrás. Nada más lejos de la realidad. Después de su reinserción en el 2021, el versátil jugador nos ha demostrado que los sueños se pueden cumplir una y otra vez, de hecho, con su actitud ha puesto sobre la mesa un mensaje claro: no deberíamos dejar de luchar nunca por repetir nuestras fantasías.
Con esa mentalidad, Drake comenzó jugando la 61 Serie Nacional frente a la afición matancera, que sintió en el alma cuando el líder de la novena tuvo que irse a México para sumarse a la disciplina de los Leones de Yucatán, club con el cual ya había contraído un compromiso formal para la temporada del 2022. Aunque tuvo que partir en el momento más complejo de la campaña para los Cocodrilos, el chico de Pueblo Nuevo no cerró la puerta a un posible retorno, de hecho, el alto mando matancero jamás le dio baja del roster, y al final se dio la oportunidad de cruzar los caminos nuevamente.
En un acto sin precedentes, cargado de amor infinito a la camiseta, entrega, compañerismo y lealtad, Drake se montó en un avión el pasado sábado al amanecer y emprendió viaje rumbo a Cuba para apoyar a Matanzas en la final del clásico beisbolero nacional, aprovechando un breve receso de la Liga Mexicana por el Juego de Estrellas.
Aterrizó en Holguín a media mañana, tomó la carretera destino a Bayamo y a las dos de la tarde estaba bajo el cruento sol oriental, con su camiseta roja y amarilla de dorsal 52, aportando a la causa yumurina. Su determinación causó revuelo y todos se sintieron identificados con una tremenda lección de humildad. Nadie lo obligó a venir, nadie le costeó nada; él, por su propia inspiración, pagó un boleto y se plantó en el centro del diamante a luchar por los suyos, por su tierra.
Por desgracia, su club en México le exigió regresar este martes a tierras aztecas, limitando su presencia en la final cubana a solo un partido, en el cual, por cierto, Matanzas obtuvo la victoria. Drake no dio jits, pero jugó duro, incomodó al rival y en el epílogo, para rematar, negoció un boleto y anotó la carrera del empate con un gran corrido desde la inicial tras batazo de Yariel Duque.
Sin embargo, bajo los estándares aplicados en Cuba desde 1959 y hasta hace tan solo unos años, Yadir Drake, quien ha jugado como profesional en las últimas ocho campañas, no sería más que un “instrumento de los explotadores” o un “atleta explotado”. Durante muchísimo tiempo, esos fueron los términos que se utilizaron en la Isla para (des)calificar a los peloteros y atletas profesionales, quienes “dejaban de jugar por amor al deporte y solo se preocupaban por sus medios de subsistencia”, dando vida al sistema de explotación del hombre por el hombre.
Esa filosofía imperó en Cuba por décadas, se instauró como insignia y consigna del movimiento deportivo nacional, desde donde se vendió y defendió una idea incuestionable: ser profesional significaba hacer un pacto con el diablo, ser un esclavo y, en el peor de los casos, ser traidor.
Nadie define mejor lo anterior que Agustín Marquetti, una de las leyendas del béisbol antillano durante los años 60, 70 y 80 del siglo pasado, y, por ende, uno de símbolos del amateurismo que marcaba las pautas del deporte cubano.
“Para nosotros, hablar de profesionalismo era un tabú, imposible. Muchas de las veces que estuve fuera de Cuba los scouts estaban detrás de nosotros y buscaban firmarme, pero por una cuestión ideológica uno ni pensaba en eso, no se concebía. Es que, si te quedabas fuera o buscabas jugar profesional, te colgaban el cartel de traidor”, nos contó Marquetti en una entrevista.
Aunque radical, esa manera de pensar y ese modo de actuar pudieron tener una pizca de sentido tras el ascenso al poder de Fidel Castro en enero de 1959, cuando comenzó a instaurarse en el país un nuevo modelo social. En dicho marco, nada que tuviera relación con Estados Unidos era bien visto, y los profesionales cayeron en el saco.
Lo peor es que esa idea o ideal se perpetuó en el tiempo. Por más de medio siglo primó el capricho y el orgullo por encima del sentido común, no hubo una modificación del pensamiento, no hubo una adaptación a las circunstancias, no hubo evolución, y tampoco existió la visión de que los atletas formados en Cuba, a la larga, se convertirían en profesionales de oficio, incluso si permanecían vinculados al movimiento deportivo nacional. Hoy lo podemos ver…
Después de muchos golpes, esa realidad ha cambiado paulatinamente. Hoy entendemos como normal que los deportistas cubanos salgan contratados a grandes clubes en los mejores plataformas profesionales del mundo, pero en otro momento —no tan lejano como algunos pretenden hacernos creer—, Alfredo Despaigne, Liván Moinelo, Arlenis Sierra, Robertlandy Simón, Miguel Ángel López, Julio César La Cruz o Roniel Iglesias, todos con experiencia en circuitos rentados, pudieron ser considerados como meros “atletas explotados” por una serie de nobles pecados: salir a competir, representar a su país y ser remunerados por su trabajo.
En el béisbol, las cosas se llevaron al extremo, y en el proceso se irrespetó a cientos de atletas profesionales, a quienes se les colgó el cartel de esclavos, sumisos y hasta mercenarios, sin considerar que ellos, tanto como los amateurs, necesitaban de una impecable ética de trabajo, de dedicación y de sacrificio para imponerse en un escenario de extrema competitividad.
Grabadas en la memoria de muchas personas están las palabras de Fidel Castro en la inauguración de las Series Nacionales en 1962, cuando —en circunstancias diferentes— se marcó un límite que tardamos más de medio siglo en cruzar:
“Algún día los yanquis tendrán que venir a jugar pelota con nosotros y entonces se demostrará lo que es la Revolución, cómo la Revolución puede hacer tan magníficos peloteros, que le pueden ganar a un sistema de explotación del atleta; cómo el atleta libre le puede ganar al atleta explotado, el atleta que no puede ser vendido en el mercado ni puede ser vendido a empresas capitalistas, puede derrotar al atleta que está sometido a esas humillantes condiciones sin estímulos morales de ninguna clase”, dijo el entonces Primer Ministro del gobierno revolucionario.
Ciertamente, se ha demostrado que Cuba puede formar magníficos peloteros, se ha demostrado que podemos competir y ganar a Estados Unidos o cualquier otro país que haya tenido al profesionalismo como referencia, pero también se ha demostrado que nuestros jugadores pueden triunfar como profesionales sin ser humillados, sin perder sus cualidades morales y sin perder sus valores humanos. Yadir Drake es, probablemente, el más elocuente de los ejemplos.
Mis respetos y eterno agradecimiento como fanático de los cocodrilos para Yadir Dreke. Esto no se trata de patriotismo ni de ser profesional o no, se trata de amor a un deporte y a un equipo con en cual te sentimientos eternos. Grande Dreke