Campeones y empresarios

Subieron a lo más alto del Olimpo deportivo, pero ahora tienen los pies bien puestos en la tierra: Mireya Luis, Raúl Diago y Javier Sotomayor saltan al ruedo empresarial habanero al frente de sendos restaurantes, en los cuales vuelcan todo el rigor y la pasión que los elevó a la elite deportiva mundial.

Mireya ganó tres coronas olímpicas de voleibol; Diago fue ocho veces el mejor pasador del orbe, y aún nadie ha igualado el récord mundial de salto de altura que implantó el Soto hace dos décadas. Como deportistas lo ganaron todo, principalmente la inmortalidad. Soñaron en grande, trabajaron por ello y alcanzaron la gloria. Como empresarios, sus expectativas no son menos ambiciosas…

Mirella Luis
Mirella Luis

La más espectacular de las espectaculares morenas del Caribe es naturista. En su casa de Fontanar tiene una huerta de 350 metros cuadrados, donde cultiva sus propias especies, con semillas traídas de Italia. Por tener, tiene hasta tomates cherry. Ahí encuentra cierta paz cuando el “gorrión” (nostalgia) del volley la acosa. Confiesa que extraña tremendamente comer con sus compañeras de equipo, y aquel mundo intenso de las competencias y las giras, cuando el voleibol femenino en el mundo podía resumirse en cuatro letras: Cuba. Aquella energía que le ponía a los partidos la pone ahora al servicio de su pizzería-bar Tres Medallas, una vieja fantasía que su esposo Gian Carlo Incerti hizo realidad. “Siempre soñé con un bar, pero nunca me vi así, encargándome de uno. El deporte me enseñó a esforzarme y trabajar en equipo, y esas virtudes me funcionan como empresaria. Pero dirigir un restaurante es más complicado, porque el equipo va en una misma dirección, y el negocio tiene muchos frentes”, asegura. Sin embargo, Mireya sabe darse a querer, es comunicativa y sus años en el Comité Olímpico Internacional le dieron mucho bagaje para las relaciones públicas y la seguridad suficiente para afirmar: “Ya no quiero competir: ahora me interesa compartir”.

Diago
Diago

En su restaurante-bar, Diago se desenvuelve con la soltura de antaño. “Siempre me he considerado un empresario”, confiesa el otrora pasador de la selección cubana de voleibol, a quien apodaban El Mago por su pericia y precisión al dirigir el ataque. Tras un lustro de experiencia como federativo al frente del voleibol cubano, hace poco más de un año decidió probar suerte con la gastronomía. “Me fui metiendo poco a poco en este mundo. Tenía más ganas que preparación, pero me asocié con un chef que me enseñó y ayudó mucho, sobre todo capacitando al personal”. No sabe cocinar, pero aplica mucho de lo aprendido en el deporte. “El pasador es el eje del juego, quien dirige, orienta, distribuye. Jugué 24 años en esa posición, y me gusta organizar”. De cierta manera, presidir la Federación Cubana de Voleibol lo hacía una especie de empresario, y su gestión dejó resultados positivos. Pero de aquellos tiempos solo queda el buen recuerdo, muchos trofeos y grandes amigos. “Trabajo tanto que no tengo tiempo ni para extrañar el voleibol. Y yo aspiro a la excelencia…”, concluyó.

Javier Sotomayor
Javier Sotomayor

Cuando OnCuba conversó con el Príncipe de las Alturas, su restaurante tenía menos de un mes de abierto. El rostro del Soto acusa el cansancio de los madrugones, pero él sabe que tarde o temprano encamina el negocio. Es un hombre acostumbrado al desafío: lo criticaron cuando saltó en paracaídas, cuando armó un grupo de salsa, cuando salió en una película con Perugorría, pero él disfruta cada vivencia y punto. Cuando decidió abrir un negocio, pensó armar un gimnasio, pero desechó la idea. Tras evaluar algunas variantes, optó por el restaurante. “Ser empresario es más difícil, y eso que el deporte entraña mucho sacrificio. Claro, este trabajo tiene sus ventajas: ahora puedo beberme una cerveza, hablar con mis amigos, dedicarle más tiempo a mi familia. Fui saltador desde los 10 hasta los 34 años, y a mí ni siquiera me gustaba el salto”, confesó el monarca. Sin embargo, esa vida forjó su voluntad y la confianza de que todo saldrá bien. A sus 45 años comienza una nueva vida, supervisando compras, menús, imagen, economía… Todavía le faltan algunos retoques al restaurante, como un rincón dedicado a exhibir fotos y objetos personales de grandes deportistas. Entre las reliquias destaca una varilla ubicada a 2.45 metros, la altura que solo él ha superado de un salto. Le recuerda que fue el mejor del mundo, y lo estimula a intentar que su restaurante esté, al menos, entre los mejores de La Habana. Una idea lo mueve: “Si triunfo, mi familia también”.

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