Cristiano redentor

Cristiano Ronaldo, durante un partido contra Suiza por las eliminatorias mundialisats en Lisboa, 10 de octubre de 2017. Foto: Armando Franca / AP.

Cristiano Ronaldo, durante un partido contra Suiza por las eliminatorias mundialisats en Lisboa, 10 de octubre de 2017. Foto: Armando Franca / AP.

Nadie puede saber tan bien como Cristiano Ronaldo cuán desgastador es ser Cristiano Ronaldo. Nadie más podría llevar el peso de ser CR7 como lo hace CR7. Lo que le exige el mundo y lo que se exige él. Otro jugador hubiera cejado en el empeño, se hubiera quebrado su voluntad por el camino. A cualquiera lo abrumaría tener que cumplir con ser Ronaldo los noventa minutos del partido, ser Ronaldo en los vestidores, frente a las cámaras, a la prensa, frente a los hinchas, a los detractores; ser el del CR7underwear y el que afronta las consecuencias de decirse tranquilamente “el mejor futbolista de la historia” y, por si no bastara todo esto, tener que luchar contra Messi. No hay cuerpo o mente que lo resista, tendríamos que ser él.

La carrera del fútbol es el ascenso pasional por una montaña. Son once en un equipo, clubes y más clubes, talentos y más talentos que ya están o que emergen, pero es Messi quien ha alcanzado la cima. Se le llama a capítulo por no jugar con Argentina a la altura estratosférica que acostumbra en Barcelona, lo cual se derriba con un solo razonamiento de marras. Argentina no es el Barza. Messi no tiene que hacer más de lo que ha hecho por probar que nadie está a su nivel de fútbol.

Futbolista, lo que se dice futbolista, no hay quien lo supere. El rosarino se asoma inexpresivo al borde de la montaña y mira el trajín por allá abajo, inflamado a veces por promesas del deporte a quienes se les da ánimo antes de la escalada, vendidas por los medios como gladiadores de envergadura, pero que a la larga decepcionan, un resbalón y ¡pum!, mientras uno solo se aferra con el piolet muy cerca del argentino. Si le flaquea una mano, se engancha con la dentadura (Es el Ronaldo que corre menos y se dedica a rematar más).

Messi es el dios, pero no puede relajarse. Está Ronaldo poniéndolo constantemente a prueba, los demás son atrezo. Un hombre desafiando al dios. Messi es el resultado de un don celestial. Ronaldo es más el resultado del trabajo, el brío constante y, por más que se lo señalen, es el fruto de su pantagruélico ego y vanidad. Horas y horas de gimnasio tallando el músculo, entrenando con metódica disciplina.

El argentino se ve obligado a reaccionar. Gracias a eso, es que disfrutamos de un fútbol inaudito. En verdad, si Ronaldo no estuviera ahí retando a Lio, o viceversa, nada sería igual, porque nada los inquietaría en serio. Cualquier otro crack a la zaga de ellos, está lo bastante detrás para no preocuparlos de momento.

Cuando decimos que Messi supera a CR7 estamos afirmando, a la vez, que el argentino es mejor que cualquier otro futbolista sobre la Tierra.

“Si no tuvieras un jugador con quién competir, podrías adormecerte. Hoy te despiertas con un objetivo. Messi es tu desafío permanente”, le dijo al lusitano uno de sus mentores en Lisboa, Aurelio Pereira. Y esto es lo que Ronaldo parece haber asumido como un mantra.

En Ronaldo, su asombrosa historia, el estadounidense Michael Part describe a un niño con una afición desbordada por el fútbol que crece al calor de una familia pobre, con un padre alcohólico (De adulto, un Cristiano tajante rechazará la bebida). Comprarle una pelota era un lujo. Ronaldo, en consecuencia, hacía bolas con sus calcetines y jugaba con ellos. También narra que le decían ‘Llorica’, porque si se emocionaba o entristecía, rompía a llorar, lo cual todavía no ha conseguido superar del todo. Lo bautizaron Ronaldo en honor al actor y otrora presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan.

El portugués nunca aceptaría de buena gana la derrota. Por lo que cuenta un perfil publicado en Etiqueta Negra, Cristiano adolescente, en el salón de juegos del club de fútbol Sporting de Lisboa, arrugaba la cara de rabia cuando lo vencían en una partida de ping-pong o de billar. En lo que otros se dejaban arrullar por el ocio, Ronaldo invertía el tiempo lanzándole dardos a una diana. Como no conseguía acertarle al centro, fruncía el ceño y continuaba probando con afán. Fue insistiendo, semana tras semana, hasta que casi no erraba. Se mostró así de obsesivo, perfeccionista.

Ahora bate cuanto record haya. El gol inicial del partido de ida contra la Juventus, lo convirtió en el primer jugador de la historia de la Champions que anota en 10 partidos consecutivos, según AP.

Cristiano Ronaldo del Real Madrid festeja tras anotar el segundo gol en la victoria 3-0 ante Juventus en los cuartos de final de la Liga de Campeones en Turín, el 3 de abril de 2018. Foto: Luca Bruno / AP.

El juego fue trepidante y equilibrado en la primera mitad. No le faltó condimento, un par de hechos dignos de contienda. Una mano que va llevándose atrás Casemiro al tiempo que hace contacto con el balón, en un movimiento ambiguo como para hablar de intenciones. Casemiro, de cualquier modo, escapa de la sanción. Otra, del mismo volante brasileño, en que derriba a Paulo Dybala a riesgo de penalti, luego de un roce quizás con el muslo del argentino que, en lugar de sacar ventaja de la acción, recibe una tarjeta amarilla por simular.

Isco se gastó sus filigranas, aprovechando la holgura que le dio el planteo de Zidane. Fue a lo que asistimos y hasta ahí se podía decir que Ronaldo había cumplido, poniendo al Real Madrid un gol por delante apenas arrancando el juego. De igual modo, Benzema había cumplido, sin marcar ninguno. Todos nos mantuvimos nerviosos, transpirando en los asientos, hasta que vino la segunda anotación, una chilena arrogante de CR7, tan autosuficiente, competitiva y perfeccionista como él. Tan erguida. Si las chilenas que acaban en el fondo de las porterías no se vieran tan poco, diríamos que esta fue un mensaje buscarruidos a Mandzukic. El croata había ejecutado una en la Champions anterior, venciendo a Keylor Navas, pero fue una acrobacia con menor gala en medio de la desesperación. La de Cristiano fue, sin ahorrarnos cursilerías o calificativos gastados, simplemente hermosa. De esos instantes que reproducir y vender por montones en pegatinas o repartir por las paredes de las ciudades en esténcil. De esas imágenes que la industria kitsch exprimiría colgándoles, donde quepan, sendos mensajes de motivación personal.

Foster Wallace escribió del efecto Federer, pero, dadas las circunstancias, pudiéramos recapacitar sobre el efecto CR7. El momento Ronaldo es, como el de Federer, varios a la vez. Está en un zapatazo de larga distancia con el Manchester United enfrentando al Porto, en un cabezazo donde se resiste a la gravedad contra Gales en la Eurocopa pasada, o en la chilena de la que fuimos testigos hace unos minutos, porque todo amante del fútbol la ha seguido reproduciendo en su cabeza o en Youtube, incrédulo. Toda la enjundia del fútbol se resume con lo que logró Ronaldo. Hay una grada furiosa que no para de abuchearlo en Turín y después de la soberbia patada de espaldas a la portería rival, le ofrece pleitesía guardando silencio. Buffon baja la cabeza. Ronaldo ha vuelto a golpearlo, sin que lo viera venir. Lo que es peor: Nuevamente está manifiesta la posibilidad de que La Vecchia Signora se vaya de la Champions, de que su arquero monumental no consiga el título y, para colmo de males, otra vez liquidados por el Real Madrid. Más que por el Madrid, por un CR7 que va contra los pronósticos, echándose el equipo encima, con una edad en que se anuncia un declive de rendimiento. Él se ha burlado de todo eso. Si ha quedado más para un certerísimo rematador, a quién le importa, el fútbol se gana con goles. Mientras el Madrid cuente con CR7, le sobrará la confianza para mandar balones al área.

Ronaldo está a gusto con ser un millenial y su filosofía no incluye el envejecimiento. En lo que otros se quejan de la curva de los treintañeros, el portugués tira los almanaques por la ventana y ayuda a Marcelo a poner el 3-0. Para él no hay 30 o 40, hay goles y más goles y una lucha inagotable por ser el mejor de todos los tiempos.

Cristiano Ronaldo del Real Madrid festeja tras anotar el sexto gol de la victoria 6-0 ante APOEL de Chipre por la Liga de Campeones, en Nicosia, el 21 de noviembre de 2017. Foto: Petros Karadjias / AP.

Vivir mucho es vivir con intensidad, no un siglo o más. Se puede perfectamente vivir cien años sin haber vivido nada. CR7 envía este mensaje. Ahora tiene la misma edad con que se dice que Jesucristo murió crucificado, a la cual no llegaron otros mundialmente conocidos como Buddy Holly o James Dean. A los 33, un Ronaldo contundente logra enfriar de un golpe seco a un estadio. Fernando Palomo debe haber empleado más de cinco minutos elogiándolo. Pavel Nedved en las gradas debe haber tirado de su todavía rubia melena, lo cual hubiera repetido Zidane, quien, por razones evidentes, no pudo.

Hay que ver el alongamiento de Ronaldo golpeando el balón sobre el nivel del césped. Su firma alígera. Mide 1,85 m y pesa unos 80 kg. Es evidente que ha perdido regate, la capacidad para enmarañarte la pelota a gran velocidad entre sus pies, como lo hacía con el Manchester United. En lugar de esto, la versión segunda, el Ronaldo 2.0, se elevó tres metros para cabecear la pelota y le encajó otro gol insólito a Gales en la Eurocopa pasada, llevando a Portugal después al título.

Su historial, sin embargo, por lo que hemos apreciado, tiene aún páginas en blanco, hojas por actualizar. Si sorprendentemente no golea como es habitual en él, denle tiempo, no se apuren en condenarlo. Miren las cosas de la vida: Querían que marcara más en LaLiga Santander de esta temporada y así lo hizo. Ronaldo es más que abdomen rayado y petulancia. A fin de cuentas, quién no se hubiera rendido ante Messi sin una gran dosis de amor por sí mismo. La experiencia que nos deja, acabado el partido en Turín, es que parece haber siempre un Ronaldo que se prolonga, por encima de la grama, por encima de su rendimiento natural, de lo humanamente posible, pero de un tiempo a esta parte no parece que vaya a haber uno que quiera ser menos de lo que ya, sin duda, es.

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