Un derechazo al mentón, de esos que te dejan fulminado sobre la lona del cuadrilátero, recibieron este lunes 11 de junio millones cubanos en todas las latitudes del planeta, al confirmarse la noticia de la muerte en La Habana del inigualable Teófilo Stevenson, el mejor boxeador amateur de todos los tiempos.
La causa de muerte: infarto súbito del corazón. Ese mismo corazón de pulsaciones potentes que durante 60 años sostuvo en pie al espectacular tricampeón olímpico y mundial cubano, ese personaje digno del amor de todo un pueblo que lo amó, lo vitoreó, lo reverenció como un Dios, y desde hoy lo idolatrará esté donde esté.
Decir que ganó 301 de las 321 peleas que disputó sería una oda a la numerología estéril. Stevenson fue más que cifras. Su legado perdurará como el de pocos pugilistas, sobre todo por su naturalidad y bondad innata tanto dentro como fuera del ring.
Murió un caballero, un boxeador temido por su demoledora pegada y su virtuosismo extremo de técnica y movilidad sobre el encerado. Se fue el Hércules de los cubanos, un mito irrepetible con el que solo podrá emular Félix Savón o Kid Chocolate, aunque a criterio personal pienso que el señorío y el talento de Stevenson son incomparables.
Su leyenda en los pesos pesados comenzó a tomar cuerpo el 7 de agosto de 1971, cuando con solo 19 años perdió, en los Juegos Panamericanos de Cali-71, ante el estadounidense Duane Bobick, o la Esperanza Blanca, como prefiera recordarlo.
Un año más tarde, en los Juegos Olímpicos de Munich-1972, Stevenson tomó desquite sobrado, al noquear escandalosamente en el tercer asalto a Bobick, en una de las palizas más recordadas hasta nuestros días.
Desde entonces el estrellato del púgil nacido en la provincia oriental de Las Tunas deslumbró a propios y a extraños, desde Fidel Castro hasta los monopolios promotores del boxeo profesional, cuyas cifras multimillonarias nunca pudieron comprar la entereza de un hombre todo pueblo, de esos que hoy se pueden contar con los dedos de las manos.
Su genialidad invocó frases como: “el Stevenson que vi ganarle a Bobick en Munich 72, era entonces superior al Cassius Clay (Muhhamad. Alí, multicampeón del orbe profesional) que ganó los 81 kilos en (los Juegos Olímpicos de) Roma 60”; “uno no tiene tiempo de ver su derecha, y cuando la ve, es porque la tiene ya sobre el mentón”; “es el peleador más perfectamente balanceado que yo haya visto jamás”; “tiene la misma clase que Alí y que (Joe) Frazier (las dos grandes superestrellas del peso completo en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado)”.
Si esas sentencias salieran de mi imaginación serían meras superficialidades de un cubano, ultra, de la cabeza a los pies. Pero en realidad las dijeron el señor Robert Surkein (federativo estadounidense), el alemán Peter Hussing (bronce olímpico en Munich), el legendario entrenador estadounidense Emmanuel Steward, y el poderoso promotor Don King.
Stevenson ganó los olímpicos de Munich-72, Montreal-76, Moscú-80 y hubiera ganado los de San Luis-84 si Cuba hubiera asistido, pero el combate más importante de su carrera nunca se hizo realidad, por motivos de diversa índole.
Hasta hoy solo queda para la imaginación una cartelera cuyos únicos protagonistas hubieran sido Teófilo Stevenson vs. Muhhamad Alí, la pelea del siglo. Baste entonces el veredicto del gran campeón cubano sobre ese monumental pleito: “si hubiéramos peleado hubiera sido tablas”.
Cuba llora. El mejor de sus boxeadores ha muerto. Las banderas ondearán a media asta. El duelo es obligatorio para recordar a Stevenson.