Ciertamente el entorno en ocasiones es determinante para el futuro de una persona. Creció entre gambetas en las proximidades del barrio Casino Deportivo en el Cerro, La Habana. ¿Sus ídolos? José Luis Elejalde, miembro del primer once que asistió a juegos olímpicos (Montreal 1976), y el “bufalito”. Entonces Erick Hernández (6 de mayo de 1966) solía debatirse entre gambetear, cambiar ritmos y dejar rivales en el camino, y cierta precariedad económica que lo obligaba incluso a alternar zapatillas con algunos colegas.
Eso no impidió que sus piernas persiguieran un sueño contra viento, marea, adversidades económicas y criterios de detractores. Por esas cosas de la vida o el destino, para los que creen en él, justamente a finales de 1994 comenzó Erick a domesticar la esférica, acariciarla con cualquier parte de su cuerpo. El mismo 1994 que atestiguó los disturbios del cinco de agosto, ese año en el que La Habana y toda Cuba se sumía en lapsos “claroscuros” de ocho horas en materia de fluido eléctrico.
Quizás tocado por una varita, en uno de esos intervalos iluminados Erick definió su rumbo, movido por el primer récord de su hermano Douglas y la habilidad casi innata que desde pequeño poseyó para controlar la esférica.
Hoy es grande entre grandes, tiene la dicha de poseer cuatro certificados en el Libro Guinness de records, dos percápita para las modalidades de más toques con la cabeza en 30 segundos y un minuto, fijados por ese orden en 187 y 345 golpes, respectivamente.
Para él no es nada, juega con la fama como con el balón, su naturalidad y nobleza trasciende cada primacía, incluso cuando la región de Bilbao, en el País Vasco, ha atestiguado sus hazañas, y cerca de 10 países han tenido la posibilidad de deleitarse con sus exhibiciones.
Pero hurguemos en el Erick recordista, compartamos sus rutinas y motivaciones.
Llevas 16 años deshaciendo marcas, más de 40 han caído a tus pies. Háblanos de tus inicios.
“Mi hermano Douglas prendió la chispa. La habilidad creo que fue un don, siempre la tuve. Solía dominar de niño, me gustaba, incluso en los entrenamientos de la primera categoría —militó en el equipo Ciudad Habana a finales de los 80 y principios de los 90 del siglo XX— terminaba controlando el balón. Luis Olmasa nos ayudó mucho en ese comienzo. Recuero el primer record que impuse, fueron 10 horas con pies y cabeza en el Hotel Neptuno, en 1997. Desde entonces, más o menos, he implantado un promedio de tres por año.
“Respeto más las modalidades de corto aliento, en ellas el factor psicológico es crucial, todo tiene que conjugarse de manera perfecta. Demandan muchísimas repeticiones. En cambio las de mayor duración exigen más del componente físico, kilómetros, volumen, mayores cargas y peso. Eso sí, soy muy serio con mi trabajo, le dedico meses a cada nuevo registro.”
Motivaciones…
“La primera, mantener con vida la modalidad. Acá en Cuba ha habido varios continuadores que por una razón u otra se han visto forzados a abandonar el dominio del balón. Mi hijo y mi esposa viven cada récord, andan por la vida orgullosos. También está el incentivo económico, aunque se torna difícil conseguir patrocinadores, producto de nuestro sistema promocional. Soy dichoso de contar con Adidas e Innova-Print de manera oficial, y Nestlé, Havana Club y otras en ocasiones.”
Rutina, proceso de homologación y equilibrio hogar-records
“Mi vida gira alrededor de los records, suelo despertarme temprano, desayuno entre 7:00 y 7:30, me agradan las frutas y jugos, para llegar al gimnasio reposado. Es vital la correlación trabajo-descanso, pues a medida que pasan los años el cuerpo acusa desgaste. A eso súmale entre dos y tres dobles sesiones en la semana, en dependencia de la exigencia.
“Todos los records no son Guinness. El proceso de homologación lo realizo a través de la Adidas. Se conforma un expediente con fotos, vídeo (si es una prueba corta), recortes de prensa, currículo de los jueces (al menos uno debe ser FIFA), aval de personalidades vinculadas al deporte y una declaración jurada con mi firma.
“El equilibrio en el hogar es lo más difícil, especialmente en intentos largos, demandan bastante tiempo alejado de la familia y los amigos (con quienes juega fútbol todos los domingos en la mañana en el Complejo deportivo Eduardo Saborit). He tenido que sacrificar alguna salida con mi hijo Erick, pero luego, cuando lo consigues te deja un sabor único. Los abrazos, la felicidad compartida, el reconocimiento y respeto de todos es otro incentivo.”
Ese fue nuestro último toque, marcado por un deseo por materializar: mantenerse 24 horas golpeando, dominando, domesticando o sencillamente acariciando una esférica. Otra muestra sobrada de la grandeza de Erick Hernández. Un hombre común, un cubano providencial.