En Bangladesh festejan como locos a las 10 y 12 minutos de la mañana del lunes 15 de julio. En Dhaka, la capital, las calles están tomadas. Cualquiera diría que son campeones del mundo, pero nadie lleva la camiseta verde del equipo nacional, sino la albiceleste, como si estuvieran en Buenos Aires.
En Buenos Aires, pasada la medianoche, una familia llora por la muerte de un hincha de 29 años que trepó al jardín vertical del Obelisco y cayó al vacío. También en la capital y en todo rincón de suelo argentino, a la misma hora, millones celebran porque en Miami un señor al que todos llaman “Marito” levanta al cielo la Copa América.
“Marito” es en realidad Mario Di Stéfano, utilero de la selección argentina, quien no llegó al puesto por el mero hecho de llevar el apellido del mítico Alfredo, leyenda del fútbol del siglo pasado. Más bien se ganó el honor de guardar las revelaciones y secretos de Messi, Di María, Scaloni y compañía, tras más de 25 años de trabajo como empleado de la AFA.
“El utilero es como el cura, los jugadores vienen al confesionario”, contaba “Marito” en una entrevista reciente, en la cual recordó una máxima que José Pekerman le enseñó cuando comenzó en esta labor en 1997: “Hay cosas que los jugadores les van a contar a ustedes que no las saben ni los padres”.
Durante casi 30 años, el utilero de los campeones del mundo ha respetado las palabras de Pekerman, y quizá por eso se ha convertido en un estandarte más de la albiceleste. No es de extrañar que Messi, poco después de levantar el domingo la Copa América en Miami, le entregara el trofeo a “Marito” en el podio de premiaciones para que lo cargara como un campeón más, como si él mismo hubiera anotado el gol de la victoria.
Fue un momento especial para el utilero en una noche caótica. Sí, porque aunque Argentina ha completado un triplete histórico (Copa América-Mundial-Copa América), todos recordarán el 14 de julio de 2024 por la locura vivida previo a la final contra Colombia en el Hard Rock Stadium de Miami.
Más de 7 mil fanáticos accedieron al partido sin entradas, muchos escalaron muros, otros penetraron por conductos de ventilación, no pocos estuvieron al borde de la muerte por asfixia cuando se cerraron las puertas del estadio en medio de una avalancha humana, varios jugadores argentinos tuvieron que salir a buscar a sus familiares: un despropósito y una vergüenza que debería hacer saltar las alarmas de la FIFA a solo 2 años del Mundial que organizarán México, Canadá y Estados Unidos.
Los muebles de la CONMEBOL y de la organización estadounidense lo salvaron por enésima vez los jugadores, protagonistas de un partido vibrante, en el que Argentina supo manejar los tiempos, sufrir y sentenciar como un campeón.
La albiceleste, tan frágil durante años pese a tener generaciones muy talentosas, se ha transformado en una maquinaria competitiva, un equipo con una fe sin límites, capaz de sobreponerse a los golpes más impredecibles del destino.
En Miami, el oasis de Messi, precisamente Leo se hundió en el banquillo entre lágrimas y con el tobillo derecho como un jamón tras un desafortunado choque con el lateral Santiago Arias. Una lesión a la hora de la verdad, una lesión que forzaba a los chicos de Lionel Scaloni a buscar la victoria sin su santo y seña en el campo, sin su máxima inspiración e inspirador, y todo frente a una Colombia que es pura furia, intensidad, vértigo.
Pero así se construyen las dinastías. Las páginas de los grandes equipos en la historia del deporte contienen un sinfín de relatos sobre adversidades y traspiés, sin los cuales no podría comprenderse la magnitud de sus éxitos. Esta Argentina, desde hace algún tiempo, es más que Messi, más que Di María, más que “Dibu” Martínez, más que De Paul, más que cualquier jugador que haya entrado o salido de la selección.
Quizá no exista prueba más clara que el gol para tumbar la resistencia cafetera en el Hard Rock, donde tres suplentes construyeron en cuestión de 12 segundos la diana de la victoria. Leandro Paredes robó en el medio, combinó con Lautaro Martínez, después entregó a Gio Lo Celso y este asistió magistralmente a Lautaro, quien fusiló al portero Camilo Vargas con un disparo potente.
Pura justicia poética. Paredes, un fijo en el Mundial de Qatar que ahora ha perdido la titularidad, impuso su intensidad en la medular; Lo Celso, suplente en esta selección y ausente en el Mundial por una lesión, filtró una asistencia exquisita; Lautaro, casi desaparecido en el Mundial, anotó su cuarto gol y se consagró como máximo anotador de la Copa América.
Ya lo decíamos, esta Argentina es más que cualquier jugador que entre o salga de la selección, es un equipo que ha aprendido a competir, que se ha adaptado a ganar. Quedaba la duda de cómo iban a afrontar un enfrentamiento decisivo sin Messi. Ya tuvimos una primera pista. Habrá que esperar para ver cómo será la era post Di María, quien en su último servicio con la casaca albiceleste se vació para que millones celebraran, de Bangladesh a Buenos Aires, para que “Marito” levantara la Copa América.
En Madrid y en toda España, poco después de las 6 de la mañana del 15 de julio, ya han empatado el día con la noche y la noche con el día. La jornada del domingo al lunes fue una maratón deportiva de puro éxtasis que comenzó con el tenista de 21 años Carlos Alcaraz alzándose con el Grand Slam de Wimbledon, en Londres, como anunciándoles a los ingleses lo que vendría en la final de la Eurocopa entre “La Roja” y el conjunto de los Tres Leones.
En Berlín, a más de 1000 kilómetros de Londres y todavía más lejos de cualquier punto de la geografía española, los chicos de Luis de la Fuente hicieron lo que habían hecho en todo el torneo: sacarse conejos de la chistera, jugar un fútbol sorprendentemente práctico, someter a sus rivales y ganar: lo más trascendente en el deporte de máximo nivel, por mucho que algunos pretendan que la filosofía y el método sean lo que realmente se recuerda.
“Creo que a cualquier persona si le dices: ‘¿firmarías ganar?’, te va decir que evidentemente. Que prefieres ganar jugando bien, claro. Pero el objetivo del deporte es ganar”, aseguraba Rodrigo Hernández, alma de la selección española, días antes de disputar la final del torneo en tierras germanas.
Y allí, con una nueva hornada de futbolistas sensacionales y gregarios, con un viejo mohicano como Jesús Navas –último sobreviviente de la época dorada de Aragonés y Del Bosque–, España buscó siempre ganar, como fuera. En algunos partidos invocaron el “tiki-taka” de Xavi, Iniesta, Fábregas, Xabi Alonso, Busquets y compañía, en otros duelos fueron más verticales y contundentes con Nico Williams, Lamine Yamal y Dani Olmo como puñales, y cuando les tocó defenderse lo hicieron con uñas, dientes y mucha sangre fría.
Esta “Furia Roja” no tiene el mismo talento o el arte refinado de los equipos que ganaron dos Eurocopas y un Mundial entre 2008 y 2012, pero sí tiene el don de la metamorfosis, la capacidad de adaptarse a las más disímiles circunstancias y planteamientos rivales. España es hoy un equipo camaleónico, en el que otra vez se ha logrado engranar la clase y la magia de La Masía con el espíritu indomable de madridistas, colchoneros y vascos.
Por si fuera poco, algunos se atrevieron a echarle combustible de más octanaje a esa maquinaria. Antes de semifinales, el mediocampista francés Adrien Rabiot dijo que el joven Lamine tendría que hacer algo más que lo ya había hecho en la Euro si quería estar en la final, y Yamal lo silenció con un golazo de época para darle la victoria a España y el pase a la discusión del título.
El otro desafío lo puso Gary Neville, histórico de la selección y el fútbol inglés, quien aseguró que la presencia de Marc Cucurella era uno de los motivos por los que “La Roja” no podría avanzar mucho en el torneo. El lateral catalán que juega en el Chelsea también le cerró la boca a Neville con la asistencia para el gol de la victoria en la final, anotado por Mikel Oyarzabal.
Del delantero de la Real Sociedad nadie dijo nada, pero un chico rudo de Guipúzcoa, en el corazón del País Vasco, no necesitaba demasiadas motivaciones para salir desde el banco, anticipar a toda la defensa inglesa y llevar la cuarta Euro de España directo a Madrid.
¿Qué viene ahora? Pues la Finalissima, el trofeo comercial que se creó para poner frente a frente a los campeones de Europa y América, los dos continentes más poderosos en el más universal de los deportes. Argentina y España se verán las caras (todavía no se sabe dónde), quizá en un ensayo de la final del Mundial de 2026.
Seguramente estos días todos han chocado con el retrato viral hecho en 2007 por el fotógrafo Joan Monfort, en el que se ve a un joven e inocente Messi, veinteañero, bañando a un bebé de seis meses que resultó ser Lamine Yamal. Aquella fue la bendición del Dios del fútbol moderno a un chico que hoy se ha postulado como uno de los principales aspirantes a la corona del 10. En la Finalissima tendrán su primer duelo. No son vueltas del destino, es el ciclo de la vida…