Allison Becker miró desde la distancia como Manolas noqueaba al Barcelona y reventaba el Olímpico de Roma hace un año. Ahora, en Anfield, de nuevo desde el arco rival, vio como Wijnaldum, Alexander-Arnold y Origi daban forma a una épica remontada del Liverpool y a otra catástrofe azulgrana.
Allison llegó a Anfield el verano pasado, luego de la tragicomedia de Lorius Karius frente al Real Madrid en la final de la Champions del 2018. El brasileño dejaba Roma para despejar balones y fantasmas en la portería del Liverpool.
Podríamos evaluar ahora toda su temporada y tal vez encontremos algunos baches, pero este 7 de mayo marca un día trascendental en la carrera de Allison, quien no solo vio caer por segundo año consecutivo a un minúsculo Barcelona, sino que además fue protagonista en la fabulosa e histórica remontada del Liverpool.
El meta de los reds ahogó el grito de gol de Messi y compañía en varias ocasiones y mantuvo con vida a su club, que a golpe de épica, garra e intensidad facturó cuatro goles y borró de un plumazo la cátedra del argentino en la ida.
Fue un partido fantasma del Barcelona, que deambuló entre sombras por Anfield, templo que apretó y alzó en brazos a un equipo que, en buena medida, no creía posible una remontada. “No somos estúpidos, necesitamos un milagro”, decía el capitán Henderson horas antes del duelo.
Y el milagro llegó, sin Salah, sin Firminho y sin Keita en el campo, tres puntas de lanza de Jurgen Klopp. El técnico alemán, consciente de las ausencias, no improvisó y volvió a su esquema habitual, borrando de la pizarra su absurdo planteamiento de la ida.
Con nuevos actores en el reparto, pero con el mismo guion que han ensayado durante meses, el Liverpool fue de nuevo efectivo y asfixiante, presionando a la última línea del Barca, a la cual puso sobre el filo de la navaja.
Jordi Alba y Lenglet acusaron el golpe y fallaron más de la cuenta. El lateral español, habitualmente hermético, abrió las puertas al primer rugido de gol de Anfield, con tan solo siete minutos cumplidos.
Parecía que la tormenta arreciaba para los catalanes, pero el paso de los minutos, el oficio y la magia de Messi contuvieron al Liverpool, cuya renta de un tanto al final de la primera parte no bastaba para borrar los tres goles recibidos en el Camp Nou.
Never give up
Mohamed Salah se lesionó el pasado domingo y quedó fuera del trascendental partido de Champions en Anfield. Su ausencia, a la vista de todos, era el disparo de gracia para el club inglés, pero el faraón nunca perdió la fe, tal y como se leía la playera que vestía en la grada: “Never give up”.
Su sustituto en el campo fue el suizo Shaqiri, quien tuvo un performance alejado a años luz del egipcio, impreciso, nervioso y sin pistas de su pegada de zurda. Sin embargo, el fútbol siempre da oportunidades, incluso a esos que pasan por un mal momento.
Y el de Shaqiri llegó de improviso, en una jugada de rutina por la izquierda, desde donde centró al corazón del área para que Wijnaldum cabeceara el 3-0 que empataba la eliminatoria. El mediocentro holandés había entrado tras el descanso por Robertson, lesionado, y había marcado el 2-0 solo dos minutos antes del centro de Shaqiri.
Con media hora por delante y la necesidad de sumar otro gol, Barcelona y Liverpool apelaron a cierta cautela y movieron el balón con muy poca profundidad; un error podía acabar con todas las ilusiones.
Y el error lo cometieron los catalanes, uno burdo, inolvidable e inadmisible para el fútbol profesional. A la salida de un corner, Alexander-Arnold tomó a todos desprevenidos y mandó un centro al área, donde el único espabilado era Origi, autor de un cuarto gol que puso a temblar a Anfield y a todo Liverpool.
La remontada era un hecho. A falta de 15 minutos, los reds ya tenían renta positiva; habían borrado los tres goles en contra de la ida, habían borrado el tiro libre de Messi, la pasividad de Klopp, el fallo de Salah; habían acabado una vez más con las aspiraciones del Barcelona.
Los culés, sin plena consciencia de que se estaba repitiendo la misma pesadilla de Roma, hace un año, buscaron un gol que los salvara del naufragio en Anfield. Tocaron y tocaron, se adueñaron de la pelota, pero prácticamente no se acercaron a Allison, quien, de nuevo, vio caer al poderoso imperio catalán.