Messi, Suárez, Coutinho, James, Cavani, Vidal, Agüero… ni las estrellas más cotizadas fueron suficientes para revertir la apatía de los hinchas de Brasil ante la Copa América. La televisión, con más desespero que creatividad, ensayó todo: humor, viejas glorias, alta definición, chimentos de vestuario y cámaras hiperarchimegalentas. La Conmebol, pescando clientes, una y otra vez, recogió la carnada sin pique. El balance de la primera fase deja un Brasil de bares a medias y estadios vacíos. Sólo la semifinal contra “los hermanos” argentinos condimenta un torneo que hasta ahora, para el público local, es tan desabrido como decadente.
El desánimo nacional en el país anfitrión contrastó con cierto entusiasmo de los vecinos que, aun siendo pocos –o menos de lo esperado– se hicieron escuchar. Los uruguayos llegaron animados, festejando una de las más bellas generaciones de su victoriosa historia en el torneo que los tiene como máximos ganadores. Los colombianos también vinieron optimistas, confiados en el bonito fútbol jugado por su selección. A los contingentes chilenos que pueblan Brasil, nadie puede quitarles la esperanza del tricampeonato americano. Nada impedía, tampoco, que hinchas de Perú, Paraguay, Bolivia o Ecuador soñasen despiertos. Para los venezolanos, de futbolización ascendente, la Copa América representaba una competencia de medición y afirmación. Y los argentinos, mezclando arrogancia, vacaciones y aguante, pocos pero intensos vinieron a “bancar” a una selección que siempre vale menos de lo que promete.
Más allá de aquellas minorías entusiastas que vinieron del extranjero, la convocatoria en los estadios ha sido pobre. Los porcentajes de ocupación de las tribunas en esta edición de la Copa son los peores entre, por lo menos, las últimas cuatro ediciones del torneo. Es lo que demuestra el levantamiento del periodista Thales Machado publicado en el diario O Globo: apenas 40% de los asientos fueron ocupados en los partidos de la primera ronda.
Para que se tenga una idea, si comparamos con la Copa América de 2016, en EEUU, este número llega a 57%; en Chile 2015, alcanzaba 75%; Argentina 2011, 83%. Las largas filas de butacas vacías tienen que ver, en gran parte, con la reticencia del público local a comprar entradas.
La pregunta ganó espacio en todos los debates futboleros de televisión: ¿Por qué el desinterés específico de brasileros y brasileras ante la copa América 2019?
La primera respuesta viene del bolsillo. El público local no compra ingresos porque sus valores relativos rozan lo absurdo. En los mismos datos levantados por O Globo, sobre la primera ronda, encontramos que el boleto más barato equivalía a 30 dólares. Es menos que los US$50 cobrados en 2016 en la tierra del dólar, los EE.UU. Sin embargo, es más que el doble de los US$13 de Chile 2015, o los 15 dólares de Argentina 2011.
La brasilera Mariana Vantine, investigadora sobre políticas económicas en el fútbol, cruzó los precios de los boletos más baratos de esta Copa con los de la Euro de 2016 en Francia, llevando en consideración el sueldo mínimo en cada país. Un trabajador de Brasil, que quiera llevar a su familia al estadio, con su salario del mes entero podría comprar tan solo 8 boletos para un partido. En Francia, el mismo trabajador podría llevar a toda su familia ampliada y más, ya que, en 2016, con un salario mínimo francés compraba 58 boletos de un partido de la EuroCopa. Y esto, digamos, para ver un España contra Croacia, un Italia contra Bélgica… no un Paraguay vs Catar, por ejemplo. Con todo respeto…
De todas maneras, hay que aclarar que estadios vacíos no implica, para Conmebol, penuria económica. Los que se creen dueños del fútbol siempre ganan. Si no te venden la entrada, te cobran el paquete televisivo; si te gusta una cervecita, te la cobran más caro que en el Mundial 2014; si el alcohol te aburre, inventan la moda del vaso.
A pesar de la baja asistencia, en toda la primera fase la confederación organizadora recaudó más de 100 millones de reales apenas con boletos comprados, el equivalente a 26 millones de dólares. Solamente en los seis partidos de la primera ronda, más de 10 millones de dólares entraron a la caja de la confederación del fútbol sudamericano.
Sin lugar a dudas, la elitización del fútbol (proceso que expulsa los más pobres de las tribunas y que se puede decir tiene en Conmebol como uno de sus promotores) explica parte del fracaso de la convocatoria en los estadios de Copa América Brasil 2019. Pero “no todo es economía, estúpido”.
Hay varios motivos no reducibles al costo-beneficio que podrían explicar la apatía ya mencionada. Aquí sólo enumeraremos algunos dejando en claro que hay otros.
En primer lugar, resulta evidente la crisis de identificación popular de los brasileños con su seleccionado de varones. Si bien un día la Seleção masculina fue motivo de orgullo y nacionalismo, hace mucho tiempo que el desencantamiento tiñe esa relación.
Algunos lo explican por el alejamiento de los jugadores y su país, sus clubes de origen, sus barrios, sus hinchas. Un extrañamiento que mina la representación. En el Brasil tricampeón de 1958, 1962 y 1970, todos los jugadores jugaban en las ligas locales del país. La mítica selección de 1982, que no ganó pero encantó al mundo, tenía entre sus 22 seleccionados apenas dos jugadores afuera de Brasil –Falcão, jugando en Roma, y Dirceu, en Atlético de Madrid.
En el cuarto campeonato mundial, ganado en EEUU 1994, el panorama ya era distinto: once –exactamente mitad– de los jugadores de Brasil jugaban “afuera”, en Europa e incluso Japón. En el Brasil de 98, subcampeón en Francia, eran catorce los que jugaban en clubes extranjeros; entre los pentacampeones en Korea-Japón 2002, un poco menos: diez.
Pero a partir de ahí no parece haber más vuelta atrás. En 2006, 2010 y 2018, entre los 23 jugadores convocados, apenas tres juegaban en Brasil; en 2014, jugando en su propia casa, solamente cuatro no habían desembarcado desde Europa. El equipo de Brasil es hoy, para los brasileros, un equipo que viene de otros países, que vive otras realidades y frecuenta otros espacios. A lo anterior, podríamos sumar el enorme desprestigio que sufre la Confederación Brasilera de Futbol (CBF) ante su país. Una organización vista como la responsable de la reciente sequía de copas, casos de corrupción y encarecimiento desmedido del fútbol local.
Agregamos la percepción de decadencia deportiva con la que el pueblo brasilero ve –no sin poca arrogancia– a la Copa América. Para muchos, un torneo menor que ya no representa más el desafío que un día representó: el de probar la creciente calidad –y con la gloria, endosarla– de una escuela que luchaba por un puesto entre los grandes del fútbol global.
Hoy acostumbrada al éxito, la potencia futbolera mira con nostalgia una vitrina empolvada. En ese exitismo retro hay una romantización del pasado y una sobrexigencia del futuro. Se recuerda con melancolía antiguos Campeonatos Sudamericanos –actualmente “Copa América”– como por ejemplo la de 1919 considerada fundante del fútbol nacional. Y al mismo tiempo, las cinco Copas del mundo eclipsan el torneo regional: la gloria máxima mundial es la única obsesión nacional. En este contexto la Copa América 2019 se devalúa, ya no es como sus míticas versiones anteriores y mucho menos se le asemeja al siempre anhelado mundial de futbol.
Adentrándonos en el terreno de las conjeturas, añadimos otros dos puntos. Lo primero tiene que ver con la construcción relacional que hay entre el fútbol de varones y el de mujeres. Tal vez, el avance del fútbol de ellas opera como una especie de espejo invertido en relación al fútbol de ellos. En este deporte que, al menos en el cono sur, se alimenta de narrativas épicas, meritocracias, plebeyas y populares, las mujeres brasileras están logrando –no sin inmensos ataques y reacciones sufridas– construir una narrativa heroica anclada en experiencias personales que tocan ciertas fibras sensibles del imaginario futbolero: sacrificio, lucha, superposición ante adversidad, honor, critica anti dirigentes, creatividad ante la escasez, patriotismo, entre otros.
Basta escuchar el discurso de Marta viralizado tras la eliminación de la copa. Todo esto en oposición a una selección masculina vista como una caterva de jugadores malcriados, millonarios, apáticos, “extranjeros” y frívolos. La foto de cientos de brasileros tachando el nombre de Neymar y sobrescribiendo el de Marta parece ser una interesante postal de época.
Además, en el desinterés de brasileros y brasileras por la Copa América podría subyacer la desconexión de Brasil con el sentimiento latinoamericano. No es novedad que “el gigante” se piensa y es pensado por sus vecinos como “un continente” en sí mismo, una autoproyección fundamentada en su historia, idioma, tamaño, proteccionismo y hasta cierto narcisismo nacional. De esto no tenemos muchas pruebas pero si una convicción: ¿quién se implica con aquello de lo que no se siente parte?