Fernando Santos es un hombre muy cuerdo. Muy cuerdo. Casi completamente sabio, de esa manera incómoda de ser tanto tonto como trágico. Sin hablar el mismo idioma, Diego Alonso se entiende con él a la perfección, aunque para cualquier inconveniente cuentan con Tite de traductor. Los tres pudieran crear un partido.
Por eso es que, en un estadio de Qatar (el templo del conservadurismo repartido entre millones de dólares), en un Portugal-Uruguay (donde están los planteamientos del conservadurismo repartidos entre 22 jugadores), que se lance un espontáneo al verde con un pullover de Superman que dice “salven a Ucrania” en el pecho y “respeto para las mujeres iraníes” en la espalda y una bandera de la comunidad LGBTIQ en el brazo derecho, hace parecer como si estuviera lloviendo para arriba. La temeridad diluviando en el desierto. Y, de telón de fondo, un árbitro iraní sacando la enseña del campo es la ironía (o la premeditación extrema) escurriendo.
Entonces, en el futbol también tuvo que pasar algo. Y llegó Bruno Fernandes, quien junto a Rodrigo Bentancur era el único en el césped que hacía preponderar la magia sobre la razón. Tanto así que su centro se convirtió en remate y en gol a la vez. Cristiano estorbó al portero Rochet, pero no la tocó.
Ahora CR7, más que peinar goles, peina canas. Para él, ya se va aquella edad, definitivamente. Qué lindo fue para el futbol. Sabe que este Mundial es el último destino de un viaje del que jamás regresará. Por eso no importa que lo sustituyan al 80. Ni que Bruno aparezca como el hombre del partido. Los días de gloria de Portugal son los suyos, aunque la yagruma, el colibrí y la guitarra los tengan otros.
Debe sentirse como Figo en 2006, cuando el capitán se alimentaba de su juventud y del talento de Deco o Simao para impulsar a la selección. Para vivir en Qatar toda la Copa, al igual que hace 16 años, los lusos quizás tengan que marginar a su figura a un segundo plano. Cristiano no necesita dulces mentiras ni grandes verdades para perdurar. Como único podrá cantar La Felicidad es alzando el trofeo. Y ya.
Como el trofeo es lo único que importa, hay que hablar del rey de Copas primero, aunque hubo otros encuentros espectaculares. Brasil en la cancha es la cara de su entrenador. Sin Neymar no hay ni risas ni bailes, pero hoy Tite se convenció de que al menos Rodrygo provoca un rictus. Como Santos o Alonso, pareciera que el DT no coloca todo el arsenal ofensivo que posee. Está enfermo de pragmatismo y un 1-0 ante Suiza le basta. Así como se basta Casemiro para recuperar balones y marcar uno de los golazos del Mundial.
Brasil y Portugal terminan primeros de sus grupos esta segunda ronda. Terminan asegurados para octavos. ¿Pero tanta seriedad termina de convencer?
Hay un placer en la locura que solo los locos conocen. Camerún y Serbia lo saborearon. Los balcánicos necesitaron casi 180 segundos para remontar un 0-1 y los africanos 151 para igualar el 1-3. Los rezos de su barra surtieron efecto, y Vincent Aboubakar entró de cambio poseído por el espíritu de Roger Mila. Hasta el 63 de tiempo corrido de ese desafío, según Mister Chip, ningún jugador africano desde Milla en Italia 90 (vs, Colombia), había participado en dos goles en menos de cuatro minutos.
Serbia equivocó su estrategia defensiva al jugar al offiside y los que casi salen del partido son ellos. Como en Rusia 2018, tendrán una final ante su archienemiga, Suiza. Xhaka y Shaquiri ya preparan celebración. Mitrovic, Tadic y Milenkovic-Savic querrán esta vez encerrar a la mariposa.
Donde también reinó la anarquía fue en el Ghana-Corea del Sur. Sin embargo, los goles vinieron de jugadores que encontraron el centro. Las estrellas negras con dos pases desde la izquierda se pusieron en ventaja temprana. Vento, el portugués (sí, otro más) que dirige a los asiáticos, reaccionó y puso a Kang-In Lee casi al inicio del complementario.
El mediocampista del Mallorca, el segundo hombre más talentoso de su equipo detrás del líder Son, y quien por discrepancias con el DT casi se queda fuera del Mundial, destrabó el choque e hizo que fluyera el ataque. En 167 segundos, la cabeza de Gue-Sung Cho era la más cotizada de esa parte de la península. Un doblete de altura. Pero Mohammed Kudus tenía el olfato de Asamoah Gyan y no creyó en épica asiática. Tres disparos a puerta y tres goles fue el saldo de los ghaneses, que se jugarán su clasificación a octavos ante Uruguay.
Fernando Santos, Diego Alonso y Tite no son cuerdos. Quizá, otra clase de locos.
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