Veintiseis de enero. Liverpool enfrenta a Shrewsbury Town (decimosexto en la League One) en la cuarta ronda de la FA Cup. Klopp da oportunidad a los más jóvenes, y por si acaso, algún jugador del primer equipo: Fabinho, Lovren. Salah está en el banco. Liverpool se adelanta, pega dos veces y el partido parece finiquitado. Los locales han desperdiciado varias oportunidades, pero nadie parece alarmado. El partido está encarrilado. Hasta que comienza la segunda mitad.
El Shrewsbury es un vendaval. Una ocasión tras otra, y un fallo tras otro. Fabinho pierde el balón en el centro del campo y se genera un penal en contra. Descuentan el primero. El empate llega en una pésima acción de Lovren, incapaz de despejar el esférico cuando llega con suficiente tiempo para tomar una buena decisión. Salah entra en los últimos minutos para buscar la victoria, pero no encuentra premio. El Liverpool se ve obligado a jugar un segundo partido, y buena parte de la culpa la tiene uno de sus titulares indiscutible. Fabinho no parece en forma.
Todo transcurre normal en las próximas jornadas. Par de victorias, una con goleada incluida. Eliminan al Shrewsbury en Anfield. A Klopp no le interesa mucha este torneo, pero aun así los jóvenes hacen el trabajo. Luego enfrenta al Norwich City, un recién ascendido que lucha por mantenerse en la primera categoría. Vencen por la mínima, mantienen la puerta a cero, pero las sensaciones no son buenas.
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Comienzan los octavos de final de la Champions. No han pasado cuatro minutos y encajan el primer gol. El balón queda dormido en el área y Saúl marca sin muchas complicaciones. En efecto, algo no está bien en el equipo. Si no encajan más goles es porque Simeone jamás busca golear a los rivales. El Liverpool ni siquiera lo intenta, y si lo hace, el público apenas lo nota. Queda mucha tarea por hacer, todo queda para la remontada en Anfield.
En los próximos cuatro partidos encajan ocho goles. Dos frente al West Ham (logran remontar y llevarse los tres puntos), tres ante el Watford, dos cortesía del Chelsea y uno más del Bournemouth (también logran remontarle a este último). La mayoría de estos goles son a causa de errores defensivos.
El Watford primero les hizo sufrir con el desequilibrio de Deulofeu, y luego se dedicó filtrar balones a las espaldas de los defensas (de igual manera, dos de los tres goles son groseros errores defensivos). Frente al Chelsea, Fabinho pierde el balón y Williams hace el primero; luego Barkley controla en su propio campo y echa a correr hasta el borde del área del Liverpool para concluir con un riflazo. Cómo no, Fabinho trota a su lado, y Virgil jamás intenta encararlo. Y frente al Bornemouth, un gol de niños. El delantero se adelanta a una línea de cuatro defensores para empujar a placer un centro raso.
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Y llegamos al partido de vuelta frente al Atlético. Nada apunta a una posible remontada, nada parece indicar que el equipo haya mejorado. Todo lo contrario, la defensa dejó de ser el muro infalible. Fabinho (lo juro, no tengo nada en su contra) está fuera de forma, y cuando él falla, todo el equipo se lo siente. Es muy parecido a lo que ocurre con Busquets en Barcelona; cuando tienes un todo terreno al que le encargas recuperación y salida, entregas a un solo hombre las riendas de un club. Y cuando ese hombre no está bien, estás a merced de la suerte. Para completar el cuadro de calamidades, Alisson está lesionado.
Me cuesta no ver en el Liverpool al Barcelona que por varias temporadas dominaba sin mayor dificultad hasta que llegaba febrero y el equipo se desplomaba. La no dosificación de los jugadores, el exceso de partidos, el mantenerse vivo en todos los frentes, y una plantilla poco profunda son lugares comunes del fútbol que desde afuera parecen sencillos de solucionar. Aun así, año tras año, algún club con presupuesto suficiente para prepararse ante esta posible catástrofe cae en la trampa.
La ventaja de puntos en la Premier y la irregularidad del Manchester City se alían para que ese título esté casi seguro; sin embargo, uno puede acusar a Klopp por no preparar de la manera más idónea al equipo para el partido de vuelta. Ahora mismo el Liverpool se sabe con problemas defensivos y poca capacidad goleadora. Cierto, jugarán en casa y nadie pone en duda la fe de su público o la capacidad de reacción del club en los momentos adversos.
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Y del otro lado está el Atlético, con un historial enorme en cuanto a perder partidos en los últimos minutos, dejar que las victorias se les escurran entre las manos y demás sufrimientos relacionados con ganar. Tal vez el punto no esté en si ganan o no, sino qué hará Klopp para evitar otro escenario cómo este.
Uno no puede vivir seguro toda la vida de remontar en Anfield si los planes no salen bien. Tal vez el punto esté en que la Champions este año no era importante, solo el título de Liga, pero cuando se vieron con tantos puntos de ventaja, soñaron con el doblete. Y tal vez una mala planificación de la temporada termine por destrozar ese sueño. Seamos honestos, lo más probable es que el Liverpool elimine al Atlético, la verdadera incógnita está en cómo Klopp afrontará de ahí en adelante la Champions League.