Como en páginas de un viejo guion aparecen contadas las leyendas de la vida: con cortes, tomas repetidas y protagonistas encuadrados desde diferentes ángulos. A veces hay obras que no están registradas en el celuloide, pero son dignas de ser transmitidas como un verdadero filme. Las planas de este libreto comienzan con la siguiente frase de Cersei Lannister: “Cuando juegas el juego de tronos, vives o mueres. No existen puntos intermedios”.
Pantalla a negro y letras en blanco: La historia que verá a continuación está basada en hechos reales. Los acontecimientos tuvieron origen en Cuba y ecos en los lugares más importantes del mundo deportivo.
Una niña corría con sus primos y en cada brinco se avizoraba la profecía, superponiendo esa imagen a las de los saltos en aquellos bloqueos o en la corrida del siglo, que culminó con uno de los remates más importantes de todos los tiempos en un choque de voleibol. El sonido de la claqueta marca la escena 1 del Episodio 8 con una música de suspenso, que da lugar a un destello que se aleja en zoom back de las luminarias del estadio.
En el túnel, una imagen a contraluz bordea a una mujer alta, delgada y de piel oscura. Se puede ver el número 10 en color blanco. Encima del dorsal, las letras forman la palabra “Torres”. Es sábado 30 de septiembre del año 2000 en la ciudad australiana de Sídney. Una fecha para recordar. En una disolvencia, viajamos al pasado…
Episodio 1. Primeras secuencias
La Habana, 1985. Una atmósfera tensa se apoderaba del equilibrio en la casa de la niña de 10 años Regla Torres Herrera. La separación de sus padres era inminente y aunque esto no le impidió tener una infancia feliz, sí terminó por marcar los caminos de su existencia.
Años después, frente a la cámara, en un plano medio, está vestida con ropa deportiva ajustada al cuerpo de 191 centímetros, con la figura elegante que sellaba las acciones en los partidos, sutilmente, como quien interpreta un ballet.
Sus ojos están centrados en el objetivo con mirada sostenida y, en un fondo desenfocado, la avenida Boyeros se ve desde los bancos de las afueras de la Escuela Cubana de Voleibol. Una transición rápida la lleva al recuerdo.
“Mis padres se separaron, pero él se siguió ocupando bien de mí y yo andaba con mi mamá para arriba y para abajo. Como no tenía con quien dejarme, prefirió ponerme en una escuela pre-EIDE, seminternada, y de esa manera poder estar más tranquila. Así empezó mi carrera: por un problema de necesidad”.
El voleibol ni siquiera fue su elección. Su madre escogió la disciplina porque le gustaba, a pesar de que a la enorme pequeña le llamaba la atención el salto alto. Le encantaba correr en casa de su abuela los fines de semana, instantes en los cuales podía soltarse para hacer todo lo que se le hacía esquivo de lunes a viernes. Allí subía a las matas y los techos, jugaba de manos y lanzaba piedras, secuencias repetidas en las vacaciones, cuando iba a Matanzas con la familia paterna.
—Comencé con la maestra Bárbara Palmer, que me había captado desde preescolar. Siempre fui muy alta para la edad que tenía, con las extremidades largas; sin embargo, era muy niña y mi mamá no me dejó, por supuesto. Ya cuando iba para 4to grado dio la autorización para entrar en la pre-EIDE. No sabía que Palmer la había convencido. Al no conocer nada de esa historia, me metí con otra profesora a hacer pruebas de salto alto y, cuando ella llegó, la señora le preguntó:
—¿Usted es la mamá? Mire, le hice unas pruebitas y muy bien para salto alto.
—¡¿Qué salto alto de qué?! Si yo vine aquí a matricularla en voleibol.
—Pero ella firmó.
—La firma no vale nada. Es una menor de edad, así que es muy embelequera de estar firmando algo. Va pa’l voleibol, y se acabó.
Estuvo dos años allí y en 6to grado entró en la EIDE Mártires de Barbados, hasta el 8vo grado, cuando se sometió a nuevas pruebas y la llevaron para la ESPA nacional unos meses.
En ese lugar, ya adolescente, Regla dio los primeros dolores de cabeza a sus preparadores. Un atajo que tomaba para ir de la casa en que dormía a las áreas de ejercicio, en lo que es hoy el Club Habana, casi termina por cortar su progresión; aunque al final la acercó más rápido al equipo nacional.
“No era bruta en el aula, por el contrario; pero cerca de la casa de alojamiento había una carpintería y el carpintero era un señor mayor. Para llegar a la escuela cortaba camino por un trillo que pasaba frente a su casa y lo veía ahí, serruchando, tan viejito, y en vez de ir al aula me metía toda la tarde ayudándolo a hacer sus cosas. Un día los entrenadores dijeron que había llegado la baja mía, porque faltaba a las clases y cuando fueron a preguntarme…—sonríe a carcajadas— el problema era que yo estaba serruchando también, cepillando madera con él.
“Por eso es por lo que paso para el Cerro Pelado. La esposa de Eugenio [George], Chela [Graciela González], trató de que no perdiera la oportunidad y me trasladó. Tenía 14 años. Jugaba con las escolares, iba a las competencias con la gente del juvenil y con esa edad me subieron para la selección nacional. No tenía el nivel; sí las condiciones. Eugenio lo decidió para que fuera creciendo y viera cómo estaba la calidad internacional. En 1989 me inserté con el grupo”.
Episodio 2. El arquitecto y los paradigmas
Fotografías animadas de Eugenio George y los entrenamientos hacen de cortina en el hilo de la narración. Por el desenfado con el que Regla Torres había encarado su corto período en la ESPA nacional, se hacía complicado creer que la madurez iba a llegar de la noche a la mañana. El nuevo régimen parecía no ser compatible con sus deseos, pero la mamá, por enésima ocasión, apostaba más que ella.
“Haber llegado tan rápido fue un cambio muy brusco. Era durísima la preparación. Aquello provocó que hiciera un poco de rechazo, porque no estaba acostumbrada a una carga tan grande. Ahí intervino mi madre, tan fuerte de carácter; nunca fue de consentirme siendo yo única hija. Casi como un militar. Cuando llegué a la casa le dije: ‘No quiero seguir. No puedo con esos entrenamientos’. Me obligó y me dijo: ‘Sí. Tienes que estar ahí. Al lado mío no puedes quedarte. Si la bola se mueve tú le vas p’arriba’. Vivíamos en un lugar bastante turbulento, El Palenque, en La Lisa, y lo que no quería era que yo tuviera ese tipo de vida”.
De ese modo, Regla perdió el miedo a los entrenamientos y la idea de abandonar no volvió a aparecer. Tenía mucho que asimilar y aprender. Eugenio George le causó gran impresión, la sobrecogía cada vez que sobre sus acciones recaía la poderosa vista de aquel señor.
“Tenía una mirada fuerte. Lo vi por primera vez un día, por la noche. Las juveniles en un terreno y el equipo nacional en otro. Y él le comentó al hermano, Eider George: ‘Mándame a Regla para acá’. Fue un cambio brusco también —ríe y el plano la detalla uniendo sus manos y moviendo los hombros. Imagínate, cuando veo esas mujeronas… Tenía casi este tamaño y 65 kilos, ¡y ellas con unos músculos y unos muslos! No sabía qué hacer en la cancha, me presioné mucho. Eugenio se quedó mirándome así, como de arriba abajo y pensando: ‘¿Y esto de dónde salió?’.
“Él no era de hablar tanto; sólo con la vista te decía muchas cosas. Ahí me convertí en una de las atletas más malcriadas que tuvo el voleibol, quizá por ser la más chiquita. Tanto su esposa como él me mimaron un poco, pero me enseñaron mucho. Siempre me gustó la lectura y me incentivó, cada vez que me veía con un libro se acercaba a conversar sobre el tema. Era masón. Una persona muy culta”.
La malcriadez de la que habla Regla provocó en determinados momentos ciertos altibajos; sin embargo, no impidieron el apoyo del mentor tanto dentro como fuera de la cancha.
“Muchísimo le debo. Era alguien fuera de lo común. A veces llamaba la atención y te ponías a llorar y a decir cosas, brava, porque regañaba fuerte; no obstante, te dabas cuenta de que tenía razón. Era una forma de aprender. Cuando tenías un problema cualquiera, te aconsejaba, siempre para bien.
“No teníamos mucha madurez en cuanto a relaciones, aunque pensáramos que sí, que estábamos acabando, que éramos unas leonas… No era así. Él veía más allá de todo por experiencia, por cultura. Quizá alguien oye hoy los regaños colectivos que hacía y dice: ‘¡Ay! ¡Qué manera de hablar!’; pero lo que para unas personas eran atrocidades, para nosotras no. Entendíamos muy bien el lenguaje, que era directo. Y cuando pasa el tiempo vemos toda la enseñanza que nos dio, preparándonos para la vida. No creo que ninguna hoy por hoy sea una persona que no haya logrado sus objetivos. Todas tienen éxito”.
En esos primeros tiempos surgió el alias con el que la bautizaron sus compañeras. El físico y sus peinados fueron determinantes: “Ellas me inventaron un apodo, como era tan delgada y alta y no sabía casi peinarme, porque tenía mucha cantidad de pelo, me pusieron ‘El gajo’. Tania Ortiz, Mireya Luis, Regla Bell, Magaly Carvajal, Lily Izquierdo, que era quien me peinaba, todas intervinieron en mi educación.
“Me enseñaron cómo comportarme. Una llega con determinadas costumbres y cuando estás en otro escenario, entre hábitos que ellas conocían, te aconsejaban qué hacer. Ahora, ya mayores, todavía ese respeto existe con estas atletas más veteranas, realmente fueron las madres nuestras”.
Ver las acciones de Lázara González siempre le generó la aspiración de ser como aquella voleibolista. En ese patrón se concibió en todo momento y a ello le añadiría el ejemplo y la garra de quien fuera su compañera en el centro de la cancha: el dorsal 15 de Cuba, Magaly Carvajal. Imágenes de archivo de sus compañeras se alternan en el proyector de la mente.
“Lázara usaba el número que me gustaba: el 10. Lo llevé desde la EIDE hasta el final de la carrera. Era central como ella. Cuando llegué al equipo se estaba retirando y me empecé a fijar en Magaly Carvajal. Una excelente jugadora, de las mejores centrales del mundo. Tenerla cerca y llegar a jugar con ella fue un privilegio. ¡Tenía una garra! —expresa con pasión—, por la forma en que se desempeñaba, era muy agresiva y confiable.
“Mireya y Magaly eran impresionantes; Regla Bell también. Fue un privilegio entrar a ese conjunto, todas eran grandes. Ver bloquear a Magaly era un espectáculo, mirarla atacar una jugada ‘chiquitita’… Aquí se le hace poco homenaje a Magaly, del mismo modo sucede con Regla Bell, y fueron unas atletas fenomenales, tanto como Mireya Luis, aunque hablo en el sentido de que Mireya es mencionada y Yumilka Ruiz y yo también; pero a estas dos no se le hace justicia. Regla Bell nunca salió del terreno en su extensa carrera deportiva y Magaly Carvajal igual, lo que se retiró mucho antes”.
Episodio 3. Cara a cara: breve intercambio
Continúa en el banco y ahora el plano se cierra un poco. En la esquina inferior izquierda del vidrio aparecen, una detrás de otra, las preguntas y Regla va respondiéndolas como cuando bloqueaba las embestidas rivales.
—¿De dónde sale el carácter fuerte que todos dicen que tienes?
—Mis padres son de carácter fuerte. Aunque no todo el tiempo soy así. A mí no me gustan las imposiciones. Tú logras de mí lo que quieras con las buenas maneras. Me desagradan las mentiras. Es como si me pusieran un velo negro y se me va toda la razón. Me vuelvo ciega si una persona en la que tú confías te engaña. Prefiero tener pocos amigos y que sean verdaderos. Tampoco soporto la hipocresía, cuando algo está incorrecto debo decirlo a quien sea. Eso me ha causado muchos problemas dentro y fuera del equipo. No me interesa, tengo que decir lo que siento; si no, me siento mal y hasta sacarlo de adentro nada está bien. He cometido errores por esto. Con la edad he aprendido a expresar lo que pienso de otras maneras. Me gustan mucho las fiestas. Disfruto el humor entre personas que conozco, hablar boberías, chucho… todo eso. No soy de darle entrada a cualquiera, necesitas ganarte mi confianza y eso poca gente lo ha logrado. Me llevo con un montón de personas; pero no todas tienen mi confianza. Cuando alguien pasa la barrera de no juzgarme ya tiene al menos mi afecto, mientras, no me interesa, pues eres una persona superficial que se deja llevar por lo que dice la gente sin conocerme. Por eso es que quizás sea un poco difícil.
—¿Por qué se comenta que Marleny Costa y tú eran las más indisciplinadas?
—Porque continuamente estábamos inventando cosas. Mireya a veces decía: “Mañana blusa azul con bermuda roja”, y nos aparecíamos con otros colores. Además, muy contestonas y nos castigaban mucho por eso.
—¿Qué tipo de penitencias les ponían?
—Por ejemplo, despertar a la gente en la mañana por dos semanas o un mes, cargar las pelotas, los horarios… Hacerte cargo de todo por ese tiempo. Era pesado y siempre estábamos de irresponsables Marleny y yo. Por eso era que estaba fajada con Eugenio. Chela era quien más me pasaba la mano y controlaba la situación entre nosotros.
—Eugenio mencionó en una ocasión que debía ponerse duro, porque no era fácil estar al frente de una escuadra de mujeres. ¿Qué las hacía difíciles de dirigir?
—Cada cual tiene su forma. Era una locura aquello. Él a veces decía que éramos un equipo de enfermas —evoca entre risas. Hacíamos muchas maldades y nos escapábamos, pues era tanto el estrés de entrenamiento y de juego que no daba tiempo de salir a bailar y cuando estábamos por ahí a veces nos poníamos todas de acuerdo y nos fugábamos a una discoteca. Nos hacían durmiendo. Al otro día, la gente trasnochada con dos tragos arriba y decíamos: “¡Arriba, duro, que no se den cuenta de que nos fuimos a bailar por ahí!”. Cosas de jóvenes, mujeres difíciles, fuertes, con personalidades diferentes. Llevar un grupo así no era sencillo. Él a veces regañaba y nos quedábamos quietas y después reíamos. Lo notaba; pero no hacía nada, si no se iba a volver loco. Teníamos un carácter complicado y hacíamos cosas que no se le ocurrían a nadie.
Episodio 4. De La Habana 91 a Barcelona 92
Una vista panorámica capturada desde el suelo de la carretera propone la estampa del estadio olímpico de Cojímar, que contrasta con los fotogramas del inicio de una de las peores crisis económicas atravesadas por Cuba. En los comienzos del Período Especial, la isla acogió la oncena edición de los Juegos Panamericanos, siendo la segunda vez en la historia que una delegación anclaba por encima de los Estados Unidos en la cima del medallero. Antes solo lo había conseguido Argentina, en 1951. La representación cubana ocupó el primer escaño del medallero con 140 metales dorados y ahí estaba la presea del voleibol, título que fue a parar también al palmarés personal de una jovencita Regla Torres.
“No jugué casi. Me pusieron en un desafío solamente, pero me gustó mucho haber participado en esos Panamericanos. Fueron increíbles en todos los aspectos: la organización, lo que se respiraba en La Habana y estar delante del público nuestro, que siempre resultó esquivo, pues no tuvimos la suerte de presentarnos tanto aquí en Cuba. Las pocas veces que eso sucedía era un privilegio, porque estaban la familia, los amigos, el pueblo que siempre nos ha seguido mucho y hoy aún lo hace”.
—¿Te sentías inconforme mientras no estabas en la cancha?
—Hubiese querido participar más, pero no estaba preparada todavía al cien para entrar. Me faltaba bastante.
No obstante, la cita olímpica de Barcelona 1992 la sorprendería en grande. Si en el 91 pensó que aún demoraría en llegar la titularidad, Eugenio tenía otros planes. En el telerreceptor, tomas aéreas de dron se desplazan sobre Las Ramblas de la Ciudad Condal y el movimiento de las olas simuladas en el piso del paseo citadino lleva a la tripulación cubana hasta La Vila Olímpica del Poblenou, en el distrito de Sant Martí; aunque Regla no guarda muchos recuerdos del evento.
“Casi ninguno. Vas a pensar que soy un desastre —vuelve a reír. Hasta ese momento estaba dentro de las suplentes y empecé de regular en unas olimpiadas. Imagínate tú que no te esperas eso. Comencé a alternar con Mercedes Calderón. Cuando él me llamó: ‘Dale, vas p’adentro’, me quedé en shock… y Norka Latamblet dijo: ‘Vamos, tranquila, haz lo que sabes hacer en el entrenamiento’.
“La suerte fue que como las demás tenían tanta experiencia, arropaban un poco y no se echaba a ver la novatada. Estaba más centrada en que las cosas no me salieran mal o hacer lo mejor posible que ni me acuerdo con quien jugué ni lo que hice. Solo pensaba en no desentonar para mantenerme en el terreno. Sé que me pusieron la medalla. Hasta ahí”.
Con el punto final conseguido frente al Equipo Unificado tras un ace de Magaly Carvajal, Regla Torres se convirtió en la medallista de oro más joven en la historia del voleibol olímpico.
“Después con el tiempo lo llegas a valorar. En ese momento para mí fue ganar una competencia más. No tenía el aquello de decir: ‘Esto es una olimpiada, estoy en unos Juegos Olímpicos’. Ya después ves la importancia con que otras personas hablan del evento y dices: ‘¡Eh! Yo soy campeona olímpica’. Pero en ese instante no caes en nada, con esa edad no estás mentalmente preparada para darte cuenta de la magnitud que representa”.
Episodio 5. Sao Paulo 1994
La escenografía que mostraba el ateneo de Ibirapuera era capaz de hacer dudar a cualquier visitante. Los brasileños habían teñido la instalación de amarillo y el ruido y la algarabía eran abismales.
Los aficionados del gigante sudamericano apostaban por la victoria de su conjunto en el Campeonato Mundial, pero las cubanas llegaban invictas a la final, sin haber cedido un set ante ningún rival. Regla y algunas de sus compañeras se habían coronado como campeonas mundiales juveniles en ese país un año antes y la cobertura mediática de esa nación no hizo más que impulsar la proeza.
“Siempre pensamos en ganar. Llegar y ripear a todo el mundo. Eso de vencer 3-0 fue algo fuera de lo normal. ¿Qué es lo que nos incita? En este torneo, las brasileñas, que ya teníamos ‘pique’ con ellas, cambiaron de técnico y Bernardinho, un súper entrenador, siempre les metió cosas y cosas en la cabeza y empezaron a creérselo de verdad y a hablar de más en las entrevistas. Para ellas no existía otro equipo que Cuba, no tenían en cuenta a Rusia, Estados Unidos, ni a China ni a nadie. Lo de ellas era Cuba, que nos iban a derrotar, porque lo hicieron en el Grand Prix.
“Creían que se repetiría lo mismo: ‘Las vencimos una vez y ya no van a ganarnos más’, eso decían. Nosotras viendo aquello pensábamos: ‘Mira a las locas estas’. Nunca entendieron que estar pinchándonos resultaba peor, pues ahí le entrábamos más duro, quizá en los Grand Prix nos doblegaron porque nos relajábamos un poquito. Sin embargo, cuando se ponían a estar cuqueando dentro del juego se complicaba la cosa. Mireya se ponía contra el tráfico, Regla [Bell] también. Todo el mundo se ponía ‘picúo’ y era cuando no podían.
“Hablaron demasiado y les costó caro. Fíjate cómo le entramos, que el primer set fue 15-2 en una sala que no se podía hacer esto que estamos haciendo ahora: ni tú me podías oír, ni yo a ti por la bulla que había allá adentro. Nos tiraban maní y latas de Coca Cola para el terreno cuando pedían tiempo. No nos importaba nada de eso. Jugamos a base de señas para no cansarnos gritando. Los primeros puntos fueron bloqueos de Magaly; psicológicamente las acabó. En el segundo cogieron un poco de más confianza y llegaron a 10 y en el tercero fue 15-5. Terrible aquello para ellas en un lugar donde se suponía que eran favoritas por ser locales”.
Un zoom in recorre los titulares de los periódicos en los que se reseña la selección cubana como la más valiosa y la mejor bloqueadora y, curiosamente, cuando Regla habla de ello lo hace parecer algo irrelevante: “Te llegas a acostumbrar. No es lo importante: lo más trascendente era ganar”.
Episodio 6. Atlanta 1996: segundo oro y toma 2 ante brasileñas
In crescendo en brillo, como la participación de Cuba en los Juegos Olímpicos de Atlanta, van los videos que preceden sus intervenciones. Al intentar preguntar sobre el inicio incierto del camino de las Morenas en esa lid, Regla Torres apenas deja que termine la pregunta y arranca con historias de salones de belleza, broncas y, también, triunfos.
“¿Las cubanas? Desconcertadas, en la peluquería. Es que nosotras estábamos acostumbradas a un estilo único. Eugenio era muy riguroso en cuanto a la disciplina. Todas las demás selecciones estaban en la villa normal, paseando. A nosotras no nos permitían hacer esas cosas. Él sabía que nos desubicábamos rápido. La gente iba a bailar, tenían recreación y queríamos sentir un poco de eso. Pero cada vez que nos salíamos del canal, perdíamos.
“Dentro de la villa abrieron un salón. El desriz era a 5 pesos y lavarte la cabeza y peinarte era gratis. ¡Imagínate tú! —sonríe. Todo el mundo en la peluquería y ‘que si me cortaron el pelo y me hicieron tal peinado’ y no andábamos puestas pa’ la competencia y Eugenio peleando. Hasta que nos dimos cuenta: perdimos con Brasil y Rusia, y se nos iba a ir el tur porque ya debíamos eliminarnos contra Brasil, que era un rival duro”.
La manera en que el grupo salía de los baches podría calificarse de poco ortodoxa, aunque efectiva, en una escuadra de mujeres con un carácter fuertemente marcado.
“Ahí empezamos a fajarnos. Lo hacíamos mucho, teníamos eso bueno. Cuando una veía que aquella estaba fuera del canal, iniciaban las discusiones. Duras. Estamos hablando hasta de golpes en ocasiones. Así era como resolvíamos el problema y, a veces, la gente decía: ‘Son animales’. No. Era exteriorizar todo si había un inconveniente entre nosotras. Eso sucede en un equipo y más de mujeres, llega un momento que no caes bien por determinada situación o pasó algo entre tú y yo, y ya.
“Eso no se podía llevar al tabloncillo. Si no le hablabas a alguien por cualquier dificultad… Era tu compañera, necesitabas resolverlo antes de entrar. En las discusiones Eugenio no intervenía. En los camerinos nos decíamos horrores, todo lo manifestábamos. Éramos terribles todas, que no te diga nadie otra cosa. Si nos daba resultado sacar todo lo que pudiera causar un malestar para no llevarlo al terreno, bienvenido: ‘Oye estamos comiendo mierda, pónganse pa esto…’.
“Y ya. Solamente por respeto tenías que hacerlo bien, pues se entrenaba muy fuerte para llegar a un lugar y no aspirar a ganar la competencia. Aparte, no te podías permitir fallar mucho; todo el mundo tenía nivel ahí, las que jugábamos y las de la banca, que muchas veces no salían porque no le dábamos oportunidad. Sabíamos que si les dábamos chance una vez, no entrábamos más”.
El partido semifinal contra Brasil es uno de los más recordados y no solo por el juego desplegado en el taraflex. Por enésima ocasión, las auriverdes tenían la ilusión de doblegar a las cubanas en un choque importante, con el sabor de la victoria aún en la boca, luego de un 3-0 propinado a las antillanas apenas diez días antes.
En una transición vienen las imágenes del enfrentamiento por el boleto a la final. Primero de agosto de 1996. En el forcejeo se reparten un parcial para cada equipo y llegan al tie break. Un remate de Mireya finalmente sella el triunfo cubano y otra vez las brasileñas se ven impotentes. Net por medio se agrupan en un tumulto las jugadoras de ambos combinados. Los empujones se suceden. Márcia Fu cruza a la cancha de las Morenas. Magaly Carvajal la toma por el cuello y la devuelve a su terreno. En ese momento lo único que había terminado era el desafío de voleibol.
Idalmis Gato: “El olvido es la forma más cruel de matarte lentamente”
“Fue un juego muy caliente, demasiado. Nos decían cosas y nosotras a ellas. Ponte en su lugar. Las entiendo, era una frustración. Se quedaron con aquello por dentro, nos habían ganado en la preliminar. Gritábamos y continuó después en el camerino, a piñazo limpio. Hay un suceso entre Ana Paula y Raiza O’Farrill y después se sentía una bulla en los vestuarios, que estaban cerca, y eso fue un error. Nos mandamos a correr y estaba la bronca y un policía parado en la puerta del camerino de Brasil para que no pasáramos y ellas no salieran.
“[Idalmis] Gato se metió por debajo de los pies del guardia y empezó a repartir golpes. Como no pude entrar, agarré unas latas de Coca Cola y las tiré hacia adentro. Aquello fue terrible. Tanto que Eugenio nos dijo antes de la final que no anduviéramos solas por la villa, porque, como fue tan duro, eran capaces de hacernos algo para que no pudiéramos jugar y perdiéramos la final. Estuvimos todas juntas hasta terminar la olimpiada”.
La situación en Cuba se tornaba similar a la de 1991 y las reproducciones de la escasez del Período Especial, acompañadas por un instrumental lúgubre, anteceden la pregunta.
—Eran años difíciles para Cuba. ¿Qué representaba saber que ese título era una especie de aliciente para un país que lo pasaba mal?
—Siempre Eugenio lo hablaba mucho. Teníamos que respetar al pueblo. Estábamos en una racha bien mala, Período Especial, pero cuando llegábamos aquí veíamos que la gente no se perdía un juego y te dabas cuenta de que, aunque fuera por radio, todos estaban ansiosos por saber qué hizo el voleibol. Eso merecía un respeto por nuestra parte y siempre dar lo mejor para no hacer quedar mal a los cubanos, la familia.
Episodio 7. El preámbulo de Sídney
En 1998, Japón acogió el Campeonato Mundial. Cuba retuvo el título y, como cuatro años antes, Regla resultó ser la mejor jugadora y la bloqueadora más efectiva de la lid. Esa letalidad en la net, pesadilla para todas las rivales, la atribuye a su voluntad y agresividad en el tabloncillo. Hay quienes separan el juego de la vida, en su caso no era así, incluso, en momentos donde el cuerpo la llevaba al límite.
“Resultaba algo personal, por eso salía tan agresiva. Me disgustaba que me gritaran cuando me bloqueaban, era algo que decía: ‘Mira a esta que loca… Fulana, repite el pase p’acá’. Y lo que tenía en mente era romperle un dedo, irme por arriba del bloqueo o metérsela en la cabeza a alguien del lado de allá. Hay atletas que sí se reían, un poco más relajadas. A mí no me gustaba estarme riendo mucho. La voluntad también es importante, necesaria para levantarte todos los días con dolores equis: de ovarios, inflamación pélvica, fiebre, catarro y entrenar así, porque Eugenio decía que eso podía pasar en una competencia.
“Más de la mitad de mi carrera tuve problemas en las rodillas, fui operada tres veces, dos en la derecha y una en la izquierda —expresa, mientras el objetivo capta las palmas de sus manos encima de las articulaciones— y no había prácticamente tiempo para rehabilitarte, venían muchos eventos seguidos y siempre el dolor es tuyo. Había que aguantar con esos malestares que eran terribles y daban deseos a veces de meter la cabeza contra la pared; era demasiado. Pérez Vento tenía un dicho: ‘Nunca digas que el dolor te mata’. Ese lema era cierto, no lo podías permitir, siempre había alguien dispuesto. Recuerdo que me infiltré un total de 14 veces, me las ponían de dos en dos: reposabas hoy, un poco de hielo y al otro día sigue.
“Fue una de las cosas por las que me retiré: no quería sentir más dolor, volver a rehabilitarme, operarme. Era como arrancar en cuarta, no estabas lista totalmente, pero necesitabas hacerlo. Y ya no quería arrancar otra vez en cuarta”.
En la temporada 1998-1999 estuvo en el club de Perugia, en la liga italiana, pero una inoportuna lesión en la rodilla la hizo perderse los Panamericanos de Winnipeg 1999. Su madre la apoyó mucho para salir adelante. A la vuelta se estaban propiciando los cambios en el reglamento del voleibol, el sistema de puntuación no era el mismo y eso tenía una repercusión en el juego.
“Cuba siempre fue un equipo de físico, en el tiempo del cambio de bola cuando los contrarios se cansaban nosotras estábamos empezando. Eso no significa que no domináramos también la táctica y la técnica. Nunca dejamos nuestra esencia. Ejecutábamos un juego diferente a todo el mundo, el 6-2 nos caracterizaba y nos daba ventaja sobre los otros países. No vimos la diferencia con la implantación del rally point, tenías que jugar más concentrada técnica y tácticamente para fallar menos, y nos sirvió de base la preparación de años que teníamos”.
Meses antes de la lid multinacional bajo los cinco aros en la ciudad de Sídney, en el año 2000, las Morenas del Caribe conquistaron su segundo título en torneos Grand Prix, cetro que se les había hecho esquivo desde 1993. Los estímulos monetarios repartidos en este tipo de citas siempre han sido motivo de comentarios y especulaciones en las calles. El plano detalle de su rostro la capta seria.
“Estos premios llegaban tarde a Cuba. A veces demoraban un año y nosotras cobrábamos en ese momento 50 pesos cubanos y el dólar estaba a 100. Imagínate tú, Período Especial. Entonces nos desesperábamos. Había quien tenía hijos y familias grandes y éramos el horcón de la casa. En aquel tiempo conseguir un jabón costaba trabajo y nosotras proveíamos a la familia lo necesario. Debíamos pagar gasolina, electricidad, medicinas y con 50 pesos no alcanzaba. Dependíamos de estos premios y a veces sí existían inconformidades y cuando pasaba un año y no habíamos cobrado nos decían que el dinero no había llegado.
“Era difícil, pero no nos impedía cumplir nuestra función. Se hacía impensable. En ocasiones empatábamos un competencia con la otra y seguíamos todavía llegando aquí con problemas económicos. Jugábamos por nosotras, por Cuba. El dinero hacía falta, como a todo el mundo. Ahí se demuestra que, a pesar de esas escaseces, nunca pusimos en peligro un resultado por un problema de pago, aunque sí pasábamos trabajo”.
Episodio 8. Sídney, 30 de septiembre del año 2000
Se puede ver el número 10 en color blanco. Encima del dorsal, las letras forman la palabra “Torres”. Es sábado 30 de septiembre del año 2000 en la ciudad australiana de Sídney. Una fecha para recordar.
Banda sonora de tensión la acompaña mientras camina por el túnel. El contraluz se vuelve débil y comienza a verse la imagen a color. La 10 sale al taraflex del Sydney Entertainment Center. Es la final del torneo femenino de voleibol de los Juegos Olímpicos. Regla Torres se erige como la principal figura de Cuba en el tabloncillo. Al frente están las rusas, encabezadas por Liubov Chachkova y Evguenia Artamonova, quienes las habían derrotado en la fase preliminar tres parciales por dos, apenas 12 días atrás.
Las cubanas juegan bien, aunque se les nota algo desconcentradas. Hay cosas que simplemente no resultan. La número 10 tiene el rostro trancado, habla bastante y cuando consigue un tanto no logra relajar su expresión.
El partido está cerrado. Les hace el gesto a sus compañeras de seguir con calma. La pizarra llega a estar 24-21, luego de que Regla pescara un balón manso encima de la net y lo clavara en cancha rival. Solo entonces sonríe, pero la ansiedad se apodera del conjunto. Parecían festejar los tantos antes de que se concretaran y las rusas empatan a 24. Finalmente, las muchachas dirigidas por Luis Felipe Calderón terminan por ceder el primer set 25-27.
El lente no se despega de la mitad de cancha de las Morenas. En la segunda manga el desgaste es aún mayor. Chachkova es un látigo y continúa taladrando la herida. Regla sigue pidiendo calma. Casi se choca con Agüero intentando levantar un balón. Las cámaras la buscan en cada acción, positiva o negativa. Junto a Yumilka y Regla Bell, empuja y las cubanas están arriba 22-21.
Una vez más se escapa la posibilidad de ganarlo en varias acciones claves que no se materializan. No son suficientes 25 puntos. La afición de la nación euroasiática no para de cantar y agitar sus banderas tricolores en los palcos.
La capitalina falla un remate que se le va largo. La cámara lenta la capta con las manos en la cabeza. Un gesto de paciencia. Es necesario seguir hasta 30. Tampoco es suficiente. El pulso entre ambos contrincantes no acaba hasta que las rusas fijan a su favor el 34-32. La secuencia se congela en la pizarra y vienen a invadir la mente, con ese efecto de bordes difuminados y pantalla en blanco y negro, los miedos, los sacrificios, el compromiso y el sabor del éxito. Este último inherente a ese grupo conocido como las Morenas del Caribe.
“En el 99 fue la segunda operación y no me sentí bien después, porque seguía con dolores y no podía entrenar a tope, tanto es así que en la olimpiada me infiltro para poder jugar sin molestia. En ese tiempo no podía correr bien la pista ni hacer las cuclillas profundas. Estaba algo desajustada físicamente y tenía que hacer el doble de esfuerzo para ponerme a la altura de mis compañeras y enfrentar a un equipo como Rusia. Ese partido final me sacó la vida, en los últimos puntos no sentía la rodilla. Yo decía: ‘¡Dios mío!’. Era un dolor sordo, después de eso venían las bolsas de hielo. Fue difícil.
“Ya habíamos caído ante ellas. Nos volvíamos a encontrar en la final, había mucha ansiedad y se perdió por momentos la confianza en lo que fuera a hacer la compañera, de modo que, por ejemplo, una quisiera meterse en un recibo que no le tocaba, pues pensaba que la otra no lo haría bien. Era la tercera olimpiada, significaba un tricampeonato consecutivo y todas pensábamos lo mismo. Eso hizo que nos desconectáramos de momento. Entonces, después de que terminó el segundo set, ahí a lo cortico, hubo un careo. Nos dijimos un poco de cosas y salimos más tranquilas”.
Detrás de cámaras, una voz inquisidora se cuela en la grabación y la hace remover los instantes complejos de la final olímpica. Las letras en amarillo, a modo de subtítulo, ponen:
—¿Cómo viviste esos pasajes de adversidad en la final?
—Hubo un momento en que pensaba: “No puede ser posible. ¿Cómo es posible que después de nadar tanto vayamos a morir en la orilla?”. Te desconcentras, porque te pones a fijarte en el juego de las demás. Estaba muy inquieta con eso y hablaba mucho, entonces me desconecté de lo que tenía que hacer. En el tercer set me dije: “¡Regla, cállate un poco la boca! ¡Cállate! Deja a la gente tranquila, que todo el mundo sabe lo que debe hacer”. Lo que quise fue transmitir un poco de calma y paciencia.
La imagen en pantalla se disuelve lentamente a negro y una sentencia a letras blancas marca el destino del desafío: “La diferencia entre ganar y perder es a menudo no rendirse”. Walt Disney.
En una sucesión de cortes rápidos puede mirarse un punto tras otro de las cubanas. Algo cambió. Como cuando el protagonista se levanta luego de ser destruido casi completamente. En el tercer y cuarto set las europeas no pasaron de 20 tantos, cayendo 25-19 y 25-18. El sonido se intensifica y se escuchan las voces de los relatores en varios idiomas una y otra vez: ¡Regla Torres con el remate! ¡Bloqueo de Torres! ¡Ruiz! ¡Doble bloqueo de Cuba! ¡El pase para Regla Bell…Punto para Cuba! Y las imágenes rodándose una detrás de otra. Destellos de piel morena y color rojo golpeando como un martillo el optimismo del adversario.
En las tribunas, el público aplaude y grita: ¡Cuubaaa… Cuuubaaa! La escena está lista para el tie break y la moral de las rusas va en picada. Sus rostros apagados, con la expresión de la más infinita preocupación y un ápice de miedo, completan el cuadro de la sentencia.
El último parcial fue la confirmación de que el tercer oro consecutivo era más posible que nunca. Y Regla dio un recital. Luego de una corrida tras un servicio excelso de Taismary Agüero, el punto reunió a las cubanas en el centro de la cancha. Su rostro parecía por fin haberse relajado. En los labios se alcanzaba a leer un dictamen de convicción: “¡Vamos!”. El choque avanza y las rusas sencillamente no pueden. Con el 10-7 en la pizarra ya en la banca de las europeas se ven las caras de desolación. Derrotadas. Ni el temperamental Karpol grita y sus pupilas no pasan de siete. Con el punto 14 de las antillanas era evidente la hazaña.
Entra en cámara lenta el balón a territorio de Cuba. Marleny Costa la envía para Agüero y esta mete un pase eléctrico a sus espaldas, al extremo derecho de la cancha, por donde corre la jugadora del partido, la más valiosa de ese torneo olímpico. Salta en un pie y carga su brazo. Ahí se congela todo con el sonido del disparo de una fotografía, para, con efectos especiales, apreciar la belleza de la acción en todos sus ángulos.
“Eso es fenomenal, porque cada vez que ponen ese spot, que me veo con 30 kilos de menos —bromea— y esa acción, que es muy bonita, me siento orgullosa. Digo: ‘¡Ay mira qué flaca, qué linda!’. Orgullosa de que ese punto haya significado el fin de un desafío tan difícil, de una era tan fructífera como la nuestra”.
El tiempo entre el despegue y el remate duró lo que un relámpago. La pelota picó y ella levantó la cabeza al cielo, con los ojos cerrados, a la par que comenzó a saltar hasta que la abrazaron. Todas saltaban. Millones de cubanos también lo hacían.
Episodio 9. El agridulce sabor de un premio
“La reina de la elegancia. Hubiera podido ser con el mismo éxito, modelo, bailarina o atleta de cualquier otro deporte. Con su cuerpo, su porte y su clase, Regla Torres Herrera habría sido de todos modos la ‘número uno’… Su muro es prácticamente infranqueable, en el ataque casi nadie alcanza la pelota como ella. Guapa, hábil, enérgica. A la mejor jugadora del mundo no le falta carácter”.
Revista Volley World, editada por la FIVB.
Imágenes en movimiento recorren las páginas del magazine que contiene estas palabras, que vinieron acompañadas del premio a la mejor voleibolista del siglo XX, entregado a ella el 21 de septiembre de 2001 en Berlín. Allí también se premió a Eugenio George en el apartado de los entrenadores e increíblemente el conjunto femenino de Japón resultó elegido por encima de las Morenas del Caribe.
El galardón fue motivo de polémica y desembocó en sentimientos encontrados que terminaron por lacerar su entorno y su confianza.
“Han existido tantas grandes. Solamente en Cuba están Mamita Pérez, Mercedes Pomares, Lucila Urgellés, Magaly Carvajal, Mireya Luis, Regla Bell… Eso es solamente aquí, imagínate si me pongo a mencionar de afuera: Lang Ping, Caren Kemner, Márcia Fu. Hay muchas que pudieron haber sido la mejor del siglo. Para mí es un honor haber sido nombrada. Me trajo problemas y muchos disgustos. Hubo un momento que me hicieron sentir mal: ‘No, pero Regla no, porque esto, lo otro’.
“Varias personas comentaban que sí, algunas que no. Otras decían que cualquiera de las dos, refiriéndose a Mireya. Trajo bastante contrapunteo y me puso muy triste. El día que se hizo la mención, periodistas la pusieron en tela de juicio. De todas maneras era una cubana. ¿Cuál era el problema? Entonces, eso fue otra de las causas que provocó el retiro. Determinante, aparte de los dolores.
“Nunca se dedicaron a investigar cómo fue esta selección y por qué la hicieron. En ningún momento comunicaron que la segunda en la lista fue Lang Ping y que Mamita Pérez quedó entre las 15. Jamás se dijo aquí. No sé si era porque no convenía o porque era más provechoso que se mantuviera aquella polémica. Nunca tampoco dije nada. Para mí lo importante era haber integrado un equipo que ganó tres olimpiadas, y si no fui la mejor jugadora del siglo para muchas personas, por lo menos estuve entre las mejores. Y solamente eso es súper importante. Así pensé en un principio. Hice un rechazo total a todo lo relacionado con el voleibol.
“Lo que hicieron fue criticar. Estuvo feo. Tan desagradable que incluso llegaron a decir que el presidente de la Federación Internacional estaba enamorado de mí y por eso me dieron el premio. Y ya, yo dije: ‘Regla, tú eres una mierda. Hasta aquí llegué’. Me marcó mucho”.
—¿Trajo diferencias con Mireya?
—Hubo un momento que sí. Ya después se fue limando. Porque, ¿qué pasa? Esto es lo más importante: hay gente que se vale de las situaciones y algunas quizá le digan a otra lo que quiere oír y muchas personas alrededor se aprovecharon para emitir criterios y crear ambientes hostiles. Fue bastante desagradable —recalca. Y como no puedo ser hipócrita, me resentí en aquellos momentos y me aparté, aislándome de todo y todos, pues me sentí muy mal».
—No buscaste el premio. No obstante, ¿tenías méritos para merecerlo?
—Después me dediqué a ver los juegos, a ser crítica conmigo misma: “¿Te lo ganaste o no?”. Y digo: “Sí, Regla, sí. ¿Por qué no? ¿Por qué te sientes mal?”. Si no me lo hubiese merecido, el que me conoce sabe que soy así, habría dicho: “No, esto no tiene nada que ver conmigo”. Sin problema. Luego dije: “Regla, ¿por qué permitiste que las personas te hicieran dudar de tu capacidad?”.
“Es cierto que hay atletas que estuvieron mucho más tiempo en el equipo nacional, pero dentro de esta cantidad de victorias que tuvimos en las únicas que no estuve fueron en el 89 y en el 99. En todas las demás sí, y ganando premios, no fue que pasé por ahí. Fui mejor jugadora en los dos Mundiales, mejor bloqueadora, mejor recibo, mejor defensa. Eso te dice mucho, porque no fue una competencia. No están muy alejados de la verdad las personas que determinaron esto. Yo misma tuve que darme una psicoterapia para poder aceptar y ver esas cosas a lo largo de los años”.
Meses después, Regla Torres se incorporó al equipo nacional para encarar el Mundial de Alemania en 2002. El lente la sigue por el graderío vacío en el inicio de una cortinilla y un close up hacia su rostro de perfil muestra sensaciones de tormento. Había perdido un embarazo avanzado y el deporte fue una mano para salir del bache, aunque toda la situación explicada anteriormente tampoco la dejaba sentirse bien. Impotencia fue la palabra de aquellos momentos.
“Podía haber dicho todas estas cosas en ese tiempo, sin embargo, tampoco quería dar tantas explicaciones. Me sentí impotente, pero al mismo tiempo no deseaba hablar. No quería ni que se acercaran los periodistas, daba entrevistas a regañadientes, pues no me gustan mucho y lo hacía cuando no quedaba más remedio para no dar una mala sensación. Estaba muy reacia a todo lo que fuera el deporte”.
En tierras europeas no se encontraba en forma para ser regular y esa fue la última aparición con la franela de la selección nacional. A la sazón, decidió parar, pese a solo tener 27 años. Después de marcar cruces en el calendario por un largo tiempo, en 2005, un deseo caprichoso la llevó a las canchas otra vez.
“Me entró una cosquillita y decía: ‘Tú puedes jugar’. Y para demostrármelo fui para Italia, al club de Padua. Estuve allí unos meses y comprobé que sí. Entonces me di cuenta de que no quería hacerlo, tanto así que no terminé. Ahí fue el punto final. Tenía la edad, podía haber participado en cinco olimpiadas, no obstante, no quise saber más nada de eso”.
Episodio 10. Desde el prisma de la escuela cubana
Un corte da paso a la nueva secuencia en un paneo por los pasillos de la llamativa instalación de Boyeros. Allí se encuentra desde 2008, cuando, tras un llamado de Raúl Diago, comenzó a trabajar como entrenadora en la escuela de voleibol.
Durante varios años integró el colectivo técnico de la selección nacional, lo cual representó una responsabilidad y, en sus palabras, le provoca sentimientos encontrados por el descenso en los resultados experimentado por la disciplina. Los números del tiempo de grabación no paran y el botón rojo de “REC” parpadea, en el mismo plano medio del inicio de esta historia.
“El voleibol está pasando por sus peores momentos. Hay muchas niñas que pudieran lograr lo que se propongan, otras que ya pasaron pudieron haberlo hecho también. El problema está en la voluntad y los deseos. No está mal ser ambicioso si quieres ser un gran jugador. Siempre pongo de ejemplo a un atleta, que lo vi de niño de mano con su mamá: es Robertlandy Simón. Llegó a la escuela en cero con una convicción férrea de ser voleibolista. Tantos así que llegaba antes de los entrenamientos y se ponía a hacer trabajo extra, terminaban y se quedaba. En menos de dos años llegó a ser un excelente central, uno de los mejores del mundo.
“Cuando quieres lograr algo, lo haces. Soy enemiga del conformismo y la mediocridad. No puedo estar en un lugar para ser una más. Si voy a estar, es para hacer lo mejor que puedo, si no, no estoy. Busco algo que me llene, no lo que papá quiere o lo que le va a resolver los problemas a la familia. No es así, pues ni resuelves, ni llegas a ser nadie. Pasas por un lugar por gusto”.
Qué ha faltado y llevado a la disciplina a los lugares donde se encuentra, es una mezcla de factores. Los tiempos han cambiado, las concepciones y las personas. Ella tiene una visión bastante completa de toda la situación.
“Hay quienes tienen deseos, pero con eso no basta. Deben saber que todo en la vida es sacrificio y nada es fácil y para llegar a ser un jugador de talla mundial tienes que darlo absolutamente todo. No puedes reservar nada, hay que dejar todo cada día, no solo cuando tengas ganas”.
Pone de ejemplo al Dream team de baloncesto de Estados Unidos para hacer la comparación y su rostro traza rastros de interrogante sin respuesta. Si personajes conocidos, estrellas de la NBA fueron a Barcelona 92 y lo dieron todo por su país, con vergüenza, ¿cómo es posible que no se pueda lograr eso en Cuba?
“Se perdió. Las jugadoras tienen mi tamaño con 16 años, entonces son sentimientos encontrados. Veo que tienen el potencial, ¿qué es lo que falta? Creérselo. Y de la práctica salir en cuatro patas, sin poder caminar porque diste todo. Así es como único se logran las cosas. A veces quiero salir volando del terreno. No puedo entender que el entrenador tenga que llegar a ponerse pesado para que el deportista dé el máximo de esfuerzo. No lo comprendo.
“Nosotras venimos de un tiempo en que ganábamos por poner en alto el nombre de la nación, la camiseta y la familia. Jugábamos porque nos gustaba, por ser las campeonas. Un equipo de un país subdesarrollado, no teníamos un quilo partido por la mitad y, sin embargo, poseíamos ese orgullo, el aquello de decir: ‘Soy la mejor’. Eso falta y no solamente en el voleibol. No sé qué está pasando y es muy triste verlo”.
Aparece consternada en primer plano, como buscando las respuestas o argumentos que refuercen las causas del bajón. Olvidar, o dejar de lado metodologías exitosas, así como la pérdida de las ESPA y las exigencias académicas a los atletas, son factores sumados a la lista de condicionantes que han provocado la debacle.
“Antes se entrenaba mucho y a Eugenio se le criticó bastante por sus métodos y, principalmente, porque no está para defenderse. Los resultados lo dicen todo. Creo que se ha perdido un poco la filosofía de los entrenamientos del conjunto femenino. Las mujeres teníamos una carga bastante alta, completamente diferente al masculino y hubo un momento que se quiso borrar la escuela de Eugenio, su forma de trabajo. Por un tiempo bastante largo se obvió y se empezó a practicar como los varones. No tiene nada que ver una cosa con la otra y ahí comenzaron las dificultades.
“Se ha rescatado el 6-2. Es complicado, pero pertinente, pues me parece que no queda otra forma de demostrar que Cuba triunfó por hacerlo siempre diferente a todos. Tenemos la suerte de producir voleibolistas explosivos, saltarines, que se pueden permitir un estilo de juego distinto. Hemos querido hacerlo igual a las demás selecciones del 2004 para acá y no se ha logrado”.
Asimismo, recalca la necesidad de señalar que estamos hablando de una escuela deportiva. “No es que se deje de estudiar. Después del deporte hay que tener una vida. Hoy por hoy el cronograma de estudios de los adolescentes aquí es igual al de la gente de la calle. No es posible. Eres una cosa u otra. Ellos van a la escuela todos los días, recibieron en la mañana una carga física importante, y en el aula se quedan dormidos. Ese cuerpo está maltratado de entrenar tres o cuatro horas a todo tren.
“No todo el mundo nace para ser licenciado, eso es mentira. Antes había otras opciones como la facultad y estudiabas lo que tu cabeza diera. Terminan la escuela a las cinco y a correr, porque a esa hora estamos esperando para la segunda sesión de entrenamiento. Sucede día tras día y ellos al final no se desarrollan ni en una cosa ni otra. Es algo que no nos deja levantar.
“Aparte, en las provincias existen muchas dificultades para que los niños practiquen, se necesitan balones y a veces hay áreas especiales que tienen una sola pelota y un niño necesita muchas repeticiones para poder mejorar. Aquí vienen, en ocasiones, sin saber correr, muy mal técnica y físicamente. Entonces, debemos hacerlos con muy poco tiempo. Esto ha provocado que el voleibol vaya para atrás, y seguirá hasta resolver estos temas”.
Escenas post-créditos: otras facetas
Mientras se deslizan los títulos de cierre, reconoce que los momentos más gratos de su carrera son ganar un Mundial sin perder un set (1994) y el tricampeonato olímpico alcanzado en Sídney.
—¿Qué se necesita para ser amigo tuyo?
—Sinceridad. Es muy difícil encontrarme a alguien que me diga que estoy equivocada y no soporto a las personas que me den la razón solo por quedar bien conmigo. Si he estado equivocada, necesito escucharlo. Eso solo lo pueden hacer quienes te aprecian y para mí es muy importante. Odio la mentira. A veces puedo ser un poco rencorosa, porque yo lo doy todo en una amistad, pero no me falles, no soy capaz de perdonar con facilidad.
—¿Quién es la mejor jugadora que has visto?
—Las cubanas, pues han sido espectaculares. Mireya era una líder, capitana, sabía controlarnos. Impresionante verla despegar al lado tuyo a esa altura del piso, la potencia del ataque, aquello no existe ni existirá por un buen tiempo. Magaly Carvajal súper agresiva, bloqueaba como los hombres y era guapa, de mucha garra y empuje. Regla Bell era más ecuánime y muy constante.
Los últimos planos son más personales. Quizá montando en su carro con las gafas de sol y saliendo a manejar por el Malecón mientras escucha hip-hop, rap o Yoruba Andabo, para relajarse luego de algo estresante. O, tal vez, una Regla más casera, leyendo un buen libro acompañada por dulces, chocolates, y “todo lo que engorde”.
Ser feliz es la meta, compartiendo entre amigos, sin hacer mucho caso a la bebida, con su esposo y sus mascotas: un pitbull, una salchicha y una pastora suiza. Falta algo para completar el encuadre y es tener un hijo. “Esto no quita que en un futuro esté intentando ser mamá, no solamente quien trae al mundo un niño es madre. No quiero perderme esa oportunidad”.
—Las Morenas…
—Lo mejor que me pasó en la vida, soy única hija y estuve mucho tiempo compartiendo con compañeras que llegan a ser tus hermanas, te guste o no, porque están todo el tiempo contigo. Somos diferentes, tenemos ideas distintas, y debes aceptarlo, pues han pasado junto a ti las buenas y las malas. Si vuelvo a nacer con conocimiento, me gustaría integrar este equipo por los resultados y lo que representamos para la sociedad.
Admira la tranquilidad y su espacio. Piensa, también, que la gente la etiqueta como una persona un poco extraña. Pero ya lo mencionó: no es bueno juzgar sin conocer. Los créditos van acabando. La última toma la encierra de espaldas, fuera de foco, mirando en la pantalla de un televisor su serie favorita: Juego de tronos. Todo se disuelve a negro en un fade out, no sin antes leer la sentencia de uno de los personajes principales de la trama:
“Nunca olvides lo que eres, el resto del mundo no lo hará. Llévalo como una armadura y nunca lo usarán para herirte”. Tyrion Lannister
*Esta entrevista forma parte del libro Tie Break con las Morenas del Caribe, publicado por UnosOtrosEdiciones. Pincha el banner para leer la serie completa: