Liga Superior de Baloncesto: quién te vio y quién te ve

Foto: Osvaldo Gutiérrez Gómez/ACN.

Foto: Osvaldo Gutiérrez Gómez/ACN.

La noticia debería ser el primer título de Pinar del Río en la Liga Superior de Baloncesto Masculino (LSB). Y en gran medida lo es. Los verdes supieron triunfar en un play off inédito frente a un corajudo equipo de Matanzas que, dirigido por el otrora estelar Allen Jemmot, dio pelea en los seis partidos de la final.

Noticia es también que la victoria pinareña, propulsada por el juego de hombres como Osmel Oliva y Yosiel Monterrey, puso fin a más de una década de dominio compartido entre Ciego de Ávila y Capitalinos. Más de los primeros que de los segundos, que conste. Un imperio avasallador que hacía inútiles las predicciones y desterraba las sorpresas a la conquista del bronce.

Los búfalos avileños, con la nómina mermada, no fueron esta vez ni la sombra de lo que su grandeza merecía y ya en la fase eliminatoria dejaron escapar la oportunidad de lucir su décima corona. Los de La Habana, por su parte, aun cuando llegaron a las semifinales, mostraron las inconsistencias de un equipo que apenas superó el cuarenta por ciento en los tiros de campo.

Visto el panorama actual de ambas potencias, matizado por la veteranía de varias de sus estrellas y las contrataciones en el extranjero, pudiera pensarse que esta edición liguera marcará el inicio de una nueva era. Los actuales –y justos– campeones del director debutante Andrés González tienen entonces la mayor cantidad de papeletas en la rifa de una posible próxima dinastía. Pero…

Cualquier pronóstico sobre el futuro de la LSB, tiene que partir de la experiencia de este año. Y la edición recién concluida no brindó mucho margen a la celebración. Más allá del merecido festejo en Vueltabajo y las emociones revividas en la final, la competición exhibió en 2017 un paisaje poco esperanzador.

Ya se sabe que el baloncesto masculino cubano vive hace un buen tiempo –sin dudas, demasiado– una penosa grisura. Las selecciones de la Isla han cedido terreno a nivel regional y levantar el título en un Centrobasket se antoja como una de las doce tareas de Hércules. Sin Hércules. Pero al menos a los aficionados les quedaba el consuelo de la Liga Superior.

La LSB ha sido por más de veinte años uno de los mayores espectáculos deportivos de Cuba. Puede que no haya tenido el oropel y los fuegos artifíciales de las ligas foráneas ni el espaldarazo oficial de la Serie Nacional de Béisbol, pero no le ha faltado convocatoria, energía, cobertura de prensa.

Incluso en la década del noventa, cuando la crisis económica apretaba con más fuerza, los cubanos tuvieron en aquellos duelos épicos entre los Capitalinos de Roberto Carlos Herrera y “el Helicóperto” Vázquez, y los Orientales de “la Piedra” Simón y “el Ninja” Ángel Oscar Caballero, un torrente en el que volcar sus pasiones.

Luego llegarían los reinados de Centrales, con Lázaro Borrell a la cabeza, y del Ciego de Ávila de Georffri Silvestre y “el Papa” Haití. Sin embargo, los nuevos tiempos, los cambios de formato, la aparición del torneo de ascenso para clasificar, no mellaron –al menos no esencialmente– el entusiasmo.

Cierto que, como sucede con otros deportes, la emigración y la desmotivación de algunos atletas han ido socavando la calidad del torneo. Y que los contratos de un número creciente de basquetbolistas fuera de la Isla –a través del INDER o de manera independiente–, ha privado a la liga de importantes figuras en sus últimas ediciones. Pero este año el retroceso fue visible y no solo por la ausencia de hombres como Orestes Torres o Javier Jústiz.

Javier Jústiz: la furia del Gigante Verde

Comparada con la de años atrás, esta LSB fue una mera caricatura. La limitación a tres momentos de la fase preliminar, por motivos financieros según lo informado, desinfló la competencia hasta dejarla apenas en dos meses y 21 partidos por cada equipo, sin contar los play off.

Concentrar las sedes –la eliminatoria solo se jugó en Santiago de Cuba, La Habana y Ciego de Ávila– privó a los aficionados de los restantes colectivos de seguir en vivo el desempeño de los jugadores. Para colmo de males, las transmisiones televisivas fueron lastradas por horarios desacostumbrados, vacíos y coincidencias con otros eventos como el Clásico Mundial de Béisbol.

Entre las dificultades de la liga hay que considerar, además, la situación de las salas, que no cuentan siempre con las condiciones indispensables para el espectáculo deportivo, ya sea por necesidades constructivas, limitaciones de su graderío o carencias tecnológicas que entorpecen el trabajo de los árbitros y oficiales de mesa.

Desde el punto de vista deportivo tampoco hubo mucho de lo que presumir. Más allá del destaque de atletas como los ya mencionados Oliva y Monterrey, y otros habituales como el santiaguero Esteban Martínez y el avileño William Granda, la nota más alta la dieron los lobos villaclareños liderados por el veterano Andy Boffil y el pivot Yoel Cubillas. Pero tras tanto nadar, fueron desbancados por los matanceros en semifinales.

La baja efectividad colectiva –solo el 43 por ciento en los tiros de campo y el 57 por ciento en tiradas libres en la fase eliminatoria– reflejada en los marcadores, las lagunas técnico-tácticas que apuntan peligrosamente a convertirse en mares, los devaneos en aspectos básicos del juego, alertan sobre insuficiencias que no alcanzan a ser suplidas con voluntad.

Una mayor concentración de los jugadores –como sucedía en los inicios del torneo, cuando solo cuatro equipos se disputaban el gallardete– podría ser una solución, al menos momentánea. Se trata de un recurso que posibilitaría reforzar las nóminas de los contendientes, tal como se ensayó ahora con la inclusión de algunos refuerzos en los equipos. Pero ello, aunque contribuiría a elevar la competitividad, no bastaría para cambiar la liga de golpe y porrazo.

La LSB no está acabada, pero podría estar entrando en su etapa más oscura si no se hace algo por impedirlo. Requiere un calendario más extenso y coherente, en el que puedan participar los mejores atletas de la Isla –al menos en los juegos cruciales–, y abarque la mayor cantidad de escenarios en el país, aun cuando disminuya el número de equipos. También, mejor infraestructura, respaldo monetario y privilegio mediático, como alguna vez tuvo.

La Liga Superior necesita ser repensada. Y no solo la competencia masculina sino también su versión femenina, mucho más corta y menos divulgada, cuyo panorama resulta todavía más sombrío.

Las autoridades deportivas cubanas deberían buscar fórmulas para su sostenimiento, alternativas que devuelvan el público a las salas, no solo en la final sino a lo largo del torneo; que revivan la pasión de antaño y destierren del baloncesto cubano la mirada lastimera de muchos aficionados: la mirada que se dedica al amor pasado; ese que, por más que se quiera, ya no volverá.

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