Los reyes del Caribe

El equipo cubano festeja su triunfo en la Serie del Caribe de 2015. Foto: Ricardo López Hevia / Archivo.

El equipo cubano festeja su triunfo en la Serie del Caribe de 2015. Foto: Ricardo López Hevia / Archivo.

La última recta Héctor M. Mendoza en el Hiram Birthorn dejo olor a tabaco en San Juan. Pasaron 55 años para que otro equipo cubano se coronara rey del Caribe. Una eternidad. Los vilipendiados vegueros de Pinar del Río, a contracorriente, sacaron la casta a la hora de recoger los bates para elevarse hasta lo más alto del podio y mirar desde arriba, por encima del hombro, al resto de los contendientes.

Cuba retumbó como antaño, como hace mucho tiempo no pasaba. Llegamos a pensar que ese murmullo placentero que brota de los hogares y pule la noche en la Isla cuando el acostumbrado swing al aire de los partidos finales –toda buena final termina en ponche o jonrón– decreta el triunfo, se había extinguido. Desde el I World Classic las casas no gritaban, la calle no levantaba la voz con un out delirante. La cruda sequía y la desidia del béisbol cubano habían dejado mudo al pueblo.

Pinar del Río inscribe su nombre como campeón de La Serie del Caribe edición 2015. Los pativerdes llegaron al evento con ganas de revancha y ansias de títulos, pero una vez clavados los spikes en la lid, la realidad fue otra. Las dos derrotas consecutivas del inicio echaron por tierra toda la aureola que rodeaba al plantel antes de aterrizar en Puerto Rico, la inopia competitiva se apropió de un puesto en el dugout vueltabajero y no fue despojada hasta que el torneo elevó sus niveles de testosterona.

Una victoria épica en diez capítulos resucitó un poco la gallardía en el banquillo de Alfonso Urquiola. Pero duró bien poco, lo que dura un merengue en la puerta de un colegio. A las primeras de cambio, en la siguiente salida al diamante, los venezolanos mandarían esa euforia a la basura bajando las persianas con un mazazo demoledor. De vuelta al ostracismo.

De carambolas se llegó a las semifinales. Los pronósticos reservaban los boletos de regreso a casa. Pero estando allí, lo sucedido era pasado, había que borrar y volver a empezar. Hasta mitad de partido, Pinar del Río era más de lo mismo, un muerto viviente que salía a caminar por el cementerio Birthorn. De pronto, la resurrección, una metamorfosis kafkiana. Los maderos se soltaron y empezaron a florecer los estacazos tan esperados.

Hubo remontada, un choque que parecía listo para sentencia fue sacado del congelador. Los hombres importantes dijeron presente. Frederich Cepeda se desaforó, destripó todas las críticas que le acechaban y se hecho a cuestas todo el equipo. El espirituano entre semifinal y final conectó seis inatrapables en ocho comparecencias al plato, una salvajada que valió para empujar 6 carreras en los dos choques definitorios. En esa instancia, con el golpe anímico que significa un vuelco de ese tipo, los Caribes de Anzoategui no pudieron salir del foso. Crucificados ante los presagios aduladores, fue llamado el verdugo Mendoza para apuntalar el triunfo y saltar a la gran final.

San Juan se despedía como mismo empezó, con México y Cuba como protagonistas; Pinar del Río y Tomateros de Culiacán abrieron y cerraron el telón. Con menos presión, los pinareños eran otros en el terreno de juego, la confianza era palpable. Las conexiones elevaron su frecuencia, el descontrol desapareció del box y de los rostros la zozobra.

El juego estuvo abotonado todo el tiempo, con Pinar por delante gracias al excelente trabajo de su dupla Torres-Moinelo. En las postrimerías del desafío Yulieski Gourriel sacó a pasear la espada y con un swing violento puso la Rawlings en órbita por la banda izquierda, una línea feroz que se coló entre las pancartas publicitarias del left field a la velocidad de la luz. Adiós sambenito.

Anotación tranquilizadora, pista libre para que el verdugo Mendoza garantizara el éxito. El pinero vino como de costumbre, enfocado en aniquilar rivales con su recta seca, el joven se ha vuelto un atemorizador de cierres. Y por la vía rápida, de uno, dos y tres, fueron retirados los aztecas que osaron empuñar y pararse delante del home plate. Un triunfo memorable, necesario, pero lleno de incertidumbres.

El cetro en la Serie del Caribe viene a puntualizar eso, que el tiempo nos ha desgajado mucha robustez. Es anómalo, complejiza aún más el contexto, lo vuelve denso. Llega a trompicones, con mala cara pero a buena hora, puede que sea un buen pretexto para maquillar un tanto el desajuste estructural del béisbol cubano.

Lo dije hace unos días atrás, ahora, hay que huirle a la embriaguez triunfal. Si bien Pinar del Río salió campeón, eso no quita, no niega, no esconde, la imagen frugal que el conjunto vendió. Hay una realidad latiendo, a los jugadores de Series Nacionales les falta mucho rodaje, a excepción de los que juegan en Japón. En un face to face cortico se notan las diferencias. ¡Somos los reyes del Caribe! Honorifica ceremonia, pero ese, ese no es un título imperecedero.

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